Tribuna

Sonría siempre como su nombre sonríe

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Gabriel Magalhaes, escritor portuguésGABRIEL MAGALHÃES | Escritor

“A veces pienso que, de tanto crucifijo como hay en nuestras iglesias, terminamos olvidando la Resurrección. No obstante, Francisco de Asís, el santo que le ha servido de inspiración onomástica, fue alguien muy alegre”.

Querido hermano Francisco:

Me llamo Gabriel y soy portugués. Portugal es un país creyente sin fe. En cierto sentido, todos los países católicos de Europa somos así: nuestra relación con lo espiritual se encuentra en estado de agonía. Creemos sin creer.

Y lo primero que me gustaría decirle es esto: por favor, hermano Francisco, no se olvide de nosotros. Ayúdenos a conseguir que nuestras catedrales vuelvan a ser templos y no solo puestos de venta de tarjetas turísticas. Europa, que fue una de las tierras prometidas del cristianismo, se está transformando en un desierto espiritual. Pero, a lo largo y a lo ancho de este descampado, hay mucha gente que sigue peregrinando la ruta de su alma. Y la verdad es que necesitamos su presencia, hermano Francisco, para que no se nos sequen nuestros pasos.

A Portugal se le considera un país triste, que canta el fado. Precisamente me gustaría escribirle sobre la alegría. Lo hago porque es normal que los católicos transformemos nuestra fe en una basílica de sombras. Cuando rezamos en público, nuestras voces excavan subterráneos de melancolía. A veces nos dirigimos a la comunión como si camináramos hacia el patíbulo. Nada de esto debería ser así.

Hermano Francisco, que no falte jamás la sonrisa que hemos visto en su rostro. A veces pienso que, de tanto crucifijo como hay en nuestras iglesias, terminamos olvidando la Resurrección. No obstante, Francisco de Asís, el santo que le ha servido de inspiración onomástica, fue alguien muy alegre. En el nombre “Francisco” aún hoy se escuchan el canto de los pájaros y el rumor de la brisa. Santidad, sonría siempre como su nombre sonríe.

Ojalá seamos capaces, todos los católicos,
de acompañarle en el monasterio de sobriedad que nos propone,
y donde, seguramente, seremos
mucho más felices que en los centros comerciales.

Los portugueses, a lo largo de los siglos, le hemos dado la vuelta al mundo. Íbamos con ganas de hablar de Jesús y lo hicimos. Pero a veces, como le pasó a Abraham, nos encontramos con el Melquisedec de la espiritualidad de otras culturas, que, a su manera, también conocían a Dios. Y algunos, quizás los más santos de nosotros, se dejaron bendecir por él.

Ese es otro pedido que me gustaría hacerle: que intentemos los católicos vivir abiertos a todas las formas de espiritualidad que, sin ser supersticiones, se elevan hacia el Señor. Un mundo global necesita también un Internet del alma: que todos los hombres de bien nos unamos contra la barbarie contemporánea.

Quiero agradecerle el modo en que ha hablado de los pobres. Este es, en la actualidad, el planeta de una nueva miseria y exige, por ello, nuevos Franciscos. Y nuevos franciscanos. Ojalá seamos capaces, todos los católicos, de acompañarle en el monasterio de sobriedad que nos propone, y donde, seguramente, seremos mucho más felices que en los centros comerciales.

Pero el que se viste de pobreza termina descubriendo el tesoro de la eternidad. Por ello, le pediría que en sus palabras no se sintieran solo los problemas de nuestro tiempo, sino también el destello de la vida futura que nos espera.

Gracias también por sus declaraciones sobre el aborto, uno de los grandes males de Occidente. Ya todos los católicos sabemos que es usted una persona valiente. Nos sentimos arropados en nuestro camino rumbo a la Jerusalén final.

Querría rogarle, no obstante, que tuviera cuidado con las preguntas de los fariseos. Este es un problema de los papas: que los fariseos siempre les hacen exámenes muy difíciles. Y a veces, la Iglesia no ha sido capaz de acercarse a la sabiduría de Jesús a la hora de contestar a estas cuestiones laberínticas. Cuando surjan estos debates, me atrevo a sugerirle que se olvide usted de su valentía. Haga unos dibujos en una hoja para serenarse. Y que sea el Espíritu Santo quien conteste a través de sus palabras. Porque, ante los interrogatorios de los fariseos, nuestras virtudes tienden a transformarse en el orgullo de sí mismas.

Nosotros, los portugueses, le estamos esperando en el sitio en el que siempre aguardamos a los papas: Fátima. Este lugar constituye el principal latido de nuestro corazón espiritual. Cada año, en mayo y en octubre, millares y millares de portugueses peregrinan a pie hacia el santuario. Y esos pasos son un modo de charlar con Dios y con la Virgen. Sería para nosotros una inmensa alegría poder contarlo a usted entre los peregrinos de uno de los próximos años. Este país creyente y sin fe que somos lo abrazaría con el mismo fuerte abrazo que, ahora, le envío con todo mi cariño. Rezamos por usted, hermano Francisco.

En el nº 2.851 de Vida Nueva.