Tribuna

Sínodo de los Obispos: tres minutos de silencio

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No es una obviedad y mucho menos retórica observar que el Concilio es el trasfondo del Sínodo sobre los jóvenes, inaogurado con una misa en la Plaza de San Pedro y con la presencia del Pontífice. En dos ocasiones, Bergoglio se ha referido hoy a los profetas de la desgracia, flagelados por Roncalli en el famoso discurso de apertura del Vaticano II, mientras que él ha concluido su homilía inaugural con una larga cita del mensaje conciliar que Montini dirigió a los jóvenes el día en que la mayor asamblea de obispos se había cerrado después de cuatro años.

Por lo tanto, existe la voluntad del Papa de establecer un vínculo explícito entre este Sínodo y el Concilio, celebrado hace medio siglo, pero que ciertamente no se agota en el potencial de su visión, más allá de la inevitable superación de algunos de sus aspectos caducos, porque está vinculado a contexto del tiempo. “En las condiciones actuales de la sociedad humana, no pueden ver nada más que ruinas y problemas”, leía Juan XXIII en latín. “Están diciendo que nuestros tiempos, si se comparan con los siglos pasados, son completamente peores; y llegan a comportarse como si no tuvieran nada que aprender de la historia”, continuó con la solidez y sutil ironía de quien realmente había estudiado.

Al final de una ocasión irrepetible, Pablo VI quería concluir el Concilio con siete mensajes. El último estaba dirigido a los jóvenes, para explicarles que el Vaticano II había sido una “revisión de la vida”, con la que él había querido encender para ellos “una luz, una que ilumina el futuro, su futuro”, dijo Montini. Con ese mensaje, el Papa dio a los jóvenes un llamamiento apasionado (“sed generosos, puros, respetuosos, sinceros y construyan un mundo mejor que el actual”) que su sucesor ha hecho suyo, confiándolo al Sínodo.

Una Iglesia en “deuda de escuchar”

Como de costumbre, Francisco continuará con el debate escuchando, y es precisamente la escucha lo que él ha recomendado, finalizando con el discernimiento, que no es “una moda de este pontificado” sino un método basado en “la convicción de que Dios está obrando en la historia”, observó. Y ciertamente no fue una invitación genérica para el Papa: “El discernimiento necesita espacio y tiempo. Por esta razón, durante el trabajo, en la asamblea plenaria y en los grupos, cada cinco intervenciones se observa un momento de silencio, unos tres minutos, para permitir que todos presten atención a las resonancias en su corazón de las cosas escuchadas”, especificó.

Una disposición nueva y elocuente, para mostrar también de esta manera que la Iglesia está verdaderamente “en deuda de escuchar”, como el Papa ya había observado con franqueza en Tallin frente a miles de jóvenes, casi todos no católicos y en gran medida lejos de cualquier creencia. Porque si no se escucha seriamente a los jóvenes, a los laicos, especialmente a las mujeres que son la gran mayoría en las comunidades cristianas, comprometiéndose en un ejercicio difícil pero indispensable y urgente, sin el que esta Iglesia “no puede ser creíble”, reiteró el Papa. Este es un momento histórico en el que es necesario leer sin cerrar los ojos ante la realidad y sin reducir su dureza, superando los temores autorreferenciales pero, en todo caso, con confianza.