Tribuna

Reformar estructuras

Compartir

FÉLIX MARTÍNEZ CABRERA | Sacerdote y ex vicario general de Jaén

“A estas alturas de mi vida le podría decir que en la Iglesia son necesarios muchos cambios. Me voy a limitar a la reforma de las estructuras diocesanas. Para renovar las Iglesias particulares es necesario un cambio en la elección de los obispos…”.

Muy querido papa Francisco:

Me presento diciendo que hace unos días cumplí los sesenta años del ministerio sacerdotal. He pasado por la vorágine de estos años llenos de esperanzas y también de desilusiones. A estas alturas de mi vida le podría decir que en la Iglesia son necesarios muchos cambios. Me voy a limitar a la reforma de las estructuras diocesanas, ya que creo que el auténtico cambio de la Iglesia debe empezar por un nuevo rumbo. En los pontificados anteriores se dio mucha importancia a los movimientos eclesiales, con el olvido de las Iglesias particulares.

Para renovar las Iglesias particulares es necesario un cambio en la elección de los obispos. No deberían intervenir los nuncios, sino las conferencias regionales, ya que ellas conocen mejor a los futuros candidatos, pueden pedir información a las personas más cualificadas y serias de las diócesis y se evitaría el oscurantismo, el secretismo y la falta de transparencia que ha existido hasta ahora. Se puede pedir información al presbiterio y a seglares cualificados, que podrían proponer tres nombres de la diócesis o de fuera. La confirmación la haría, evidentemente, el papa.

En mis sesenta años de ministerio he conocido a cinco obispos, y sin juzgar sus cualidades, su elección para la diócesis ha respondido a motivos políticos, a las preferencias de los nuncios o al grupo de la Conferencia Episcopal que en ese momento ostentaba el poder e intervenía en su elección con criterios de grupo, a veces clasistas o con una orientación ideológica determinada.

En la elección no se tuvo en cuenta la continuidad en la labor diocesana ni el parecer de los sacerdotes ni de parte del Pueblo de Dios. Nombran al que no va a crear problemas, que normalmente es un mediocre o, en el peor de los casos, un arribista que está en el entorno de quien tiene el poder en la Conferencia o en sus cercanías. La diócesis no cuenta para nada.

Si se reforma con acierto
la cabeza de la Iglesia particular,
el obispo será capaz de realizar
la unión de los carismas tan distintos que hay en ella
y ser vínculo de unidad en la diversidad.

Los italianos, con mucho humor, dicen que para ser obispo se necesitan tres cualidades: “Testa, testone e demonio che ti porte” (“Cabeza, cabezonería y un demonio que te lleve”). Habiendo sido vicario general durante muchos años, jamás se me ha pedido opinión en los nombramientos de los obispos que iban a designar para la diócesis, y tenía elementos para juzgar. Esta opinión no es solamente mía, sino de otros muchos vicarios generales que he tratado en estos años.

En la elección de los candidatos habría que buscar sacerdotes cultos, evangélicos, humildes, sin ambiciones, dialogantes, austeros y que tengan las puertas abiertas de su casa a los sacerdotes a cualquier hora del día. Los obispos deben comprender que no son gobernadores civiles, sino pastores que tienen la última palabra, pero no todas las palabras.

San Francisco de Asís estaba obsesionado por el texto de Mt 23, 8-12, que dice: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. A los superiores mayores, san Francisco los llamó ministros.

Si se reforma con acierto la cabeza de la Iglesia particular, el obispo será capaz de realizar la unión de los carismas tan distintos que hay en ella y ser vínculo de unidad en la diversidad. San Francisco encontró la solución: el poder es un servicio en la humildad y en la fraternidad. Para san Buenaventura, discípulo de Francisco, mandar y obedecer están mediados por el amor.

Los obispos deben prestar una atención especial a los sacerdotes ancianos, que cada vez van a ser más. Visité a un monja amiga que trabajaba en un residencia sacerdotal. La encontré cortando las uñas a un sacerdote muy anciano y me dijo que ellas no los mandaban a los asilos para que allí no murieran en la soledad y en la tristeza, lejos de los suyos. Querían hacer de las residencias sacerdotales un hogar, su casa, en la que se respirara el amor, la compresión y la fraternidad.

Es necesario, como ha dicho usted mismo, que los obispos y los sacerdotes salgan a las periferias del mundo, se llenen del barro de los caminos, dejen la mundanidad para acercarse a los pobres, a los que sufren y visiten más a sus sacerdotes.

Pido al Señor que le dé fuerzas y acierto en su nueva tarea.

En el nº 2.858 de Vida Nueva.