Tribuna

Que los “platos rotos” no los paguen los pobres*

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Por HECTOR AGUER, Arzobispo de La Plata

Al asumir su cargo la Gobernadora de Buenos Aires, en su discurso afirmó que “la Provincia está quebrada” y, 85 días después, al inaugurar el Período Legislativo de este año, repitió la misma afirmación: “la Provincia está quebrada”.

Las dos veces, al oír esa afirmación, me vino a la imaginación la figura de “los platos rotos”. En el lenguaje coloquial, cuando uno habla de “los platos rotos” lo primero que se pregunta es quién los paga. Pero habría otras preguntas a formularse: ¿quién los rompió? Además cabe interrogarse: ¿sí verdaderamente están rotos? Porque para algunos la vajilla luce esplendorosamente en el armario, como si nada hubiera ocurrido. De esto último no me voy a ocupar porque no soy comentarista de “relatos” pero de lo primero y lo segundo sí, ya que se refiere no al “relato” sino a la penosa realidad.

Empezando por lo primero: ¿quién suele pagar los platos rotos?, para seguir usando esa imagen que ustedes comprenden muy bien. Debo decir que los que los pagan son los pobres; por lo menos ellos son los que pagan el precio más alto. En realidad, habría que decir que los pagamos todos; lo paga todo el país con el atraso con el cual se hunde, porque en mi opinión, esa imagen hay que traducirla en conceptos económicos concretos. No soy un economista, pero leyendo los diarios uno se da cuenta de lo que ha sucedido y de lo que sucede. Las teorías económicas no pueden ocultar la realidad; ésta finalmente se impone.

No se puede confundir el desarrollo auténtico y sostenible con un mero crecimiento basado en el consumo. Esta situación no es equiparable al verdadero desarrollo que implica la creación de trabajo genuino.

La verdad es que “los platos están rotos”
y los que van a pagar más son los pobres.

La cuestión es un hecho real que nos atañe a todos y la verdad es que “los platos están rotos” y los que van a pagar más son los pobres. Pero ¿hay derecho de que esto ocurra así? ¿Es justo? La verdad es que no. No hay derecho a que sea así y el pago tendría que ser proporcional, de alguna manera lo es. ¿Y por qué hay que pagar? Porque aunque la palabra sea horrenda, los desajustes sólo se arreglan con ajustes. Lo importante es que el ajuste sea inteligente: que sea mirando al futuro, que tenga como concepto fundamental poner en movimiento un país riquísimo, de potencialidades inmensas, como la Argentina. Nuestro gran pecado es que hemos recibido de la Providencia una tierra fecundísima, poblada por gente muy inteligente, con una herencia magnífica, pero la hemos estado dilapidando desde hace demasiado tiempo.

En mi opinión, el pago tiene que ser equitativo y hay que cuidar especialmente a los pobres. ¡No hay derecho a que ellos carguen con la cuota superior del pago que haya que hacer!

La otra cuestión … ¿Quién rompió los platos? ¿Se rompieron o no? ¿Van a seguir rompiéndose? Porque si se van a seguir rompiendo los platos, estamos fritos. Lo que quiero decir es que aquí tiene que haber un cambio fundamental, un cambio ético, un cambio en la forma de pensar, un cambio en la manera de vivir y de concebir lo que es la vida auténtica de una sociedad. Y sobre todo, lo que más necesitamos es honestidad.

¿Vamos a seguir tirando basura bajo la alfombra para esconderla? Hay algo que tiene que ver con la mentalidad total de la población argentina, con la cultura nacional a la cual tantas veces apelamos. ¡En el país hay mucha gente inteligente y buena! ¿Por qué entonces una manga de pillos tiene que medrar causando la desgracia ajena y el estancamiento general?

Dirán que es la democracia la que decide con los votos, y es verdad. Pero la Argentina tiene una historia bastante complicada, en la que se han repetido periódicamente ciclos de malaria, por ponerle un nombre.¿Qué razón hay para que eso ocurra? ¿No podemos enderezar, de una vez por todas, el rumbo? Concretamente: ¿No podemos dejar de romper los platos y de ponerlos a la mesa bien servidos para que coman todos? Ese es el desafío que ahora enfrentamos, y es ésta la finalidad propia de una democracia auténtica.

¿Ustedes y yo tenemos algo que ver? ¿Podemos hacer algo para mejorar las cosas? No somos gente importante, no somos gente influyente. Lo que podemos hacer es decir siempre aquello que no se dice, hablar de lo que se oculta. No sólo en cuestiones políticas o económicas, también en los problemas que atañen a la cultura social, a la ética, al modo de vivir de la población. Eso es lo que yo, modestamente, trato de hacer en mis columnas y espero que a los lectores les sirva para algo.

 

* Reflexión realizada en el programa televisivo Claves para un Mundo Mejor.