Tribuna

En plena alerta roja

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OPINIÓN | Han sido amaneceres sucios los de Medellín, embadurnados con esta neblina gris que le está sirviendo de mortaja a la eterna primavera de la que tanto nos ufanábamos los habitantes de la ciudad. Luego de tres días de tímida alerta roja ambiental, el alcalde no tuvo el valor de mantener por una semana más la medida, como inicialmente se había decretado. Con todo, la situación es grave y no se puede tapar el sol con las manos.

Pienso, entonces, que en medio de todos los dimes y diretes que se han desatado, y más allá de las mediciones del aire y los datos de la contaminación que se esgrimen, habría que empezar a hablar, desde nuestra condición de católicos, de una espiritualidad ecológica, como lo plantea el papa Francisco en la encíclica Laudato si’.

En el capítulo VI el Pontífice lo dice expresamente: “Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe… No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo”. Y propone, entonces, la que llama “una conversión ecológica”: “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo excepcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”.

Ignoro si en plena alerta roja se mencionó en los púlpitos de Medellín la encíclica del Papa. Habría que haberlo hecho, para promover desde las convicciones cristianas un apoyo definido de los católicos y las comunidades parroquiales a la salvación del aire que nos está matando. Hay pecados contra la ecología de los que supongo que nadie se confiesa. Y lo que es peor, de los que nadie se arrepiente. Y de los que, por supuesto, apenas se empieza a hablar.

Dos actitudes resalta el Papa en una espiritualidad ecológica: gratitud y gratuidad, es decir “un reconocimiento del mundo como un don recibido del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque nadie lo reconozca”. Y también, “la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión espiritual”.

De otra parte, interpelan las dos virtudes ecológicas que propone el papa Bergoglio: la sobriedad y la humildad: “No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal”.

Una espiritualidad ecológica. Un desafío en medio de la alerta roja que, hecha pública en Medellín pero al parecer ocultada y minimizada en el resto del país, debe destapar los pecados contra el ambiente. Que son pecados contra la vida. Contra Dios.

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