Tribuna

Paloma

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Antonio Pelayo, corresponsal de Vida Nueva en RomaANTONIO PELAYO | Corresponsal de Vida Nueva en Roma

La noticia del fallecimiento de Paloma Gómez Borrero ha producido en Roma estupor y tristeza casi a dosis iguales. Lo primero, porque estábamos acostumbrados a verla rebosando vitalidad a pesar de la avanzada de los años, y la segunda, porque, al margen de diferencias de criterio o de juicio sobre los acontecimientos, era un ser querido por sus colegas, y me permito subrayar que tanto o más que por ellos, por ellas, lo cual es menos frecuente incluso en los ambientes vaticanos. Pero “la” Paloma jugaba a todas las bandas.

Nuestra relación –se dice pronto– se remonta a varias décadas, cuando comencé a frecuentar Roma para ocuparme de la información vaticana e italiana. Ella ya estaba allí. Pero hace 31 años yo me instalé definitivamente en la Ciudad Eterna y entonces comenzó una colaboración que solo la muerte ha interrumpido. Desde 1987 hemos trabajado juntos en el programa Iglesia noticia de la Cope sin que yo recuerde tropiezo o zancadilla alguna, y si los hubo, de una u otra parte, fueron sin intención.

Por aquellos años, nos tocó acompañar a Juan Pablo II (y después a Benedicto XVI y a Francisco) en numerosos viajes a través del mundo. Ella los cubrió prácticamente todos, y yo algunos menos, pero muchos, desde luego. Allí es donde su vitalidad era puesta a prueba; la he visto mandar crónicas desde los lugares más lejanos a horas inverosímiles, teniendo en cuenta los cambios de horario intercontinental y sin los medios técnicos de los que ahora disponemos, pero ella no se rendía ante ningún obstáculo.

Especialista en papas, nunca se excluyó de otros intereses periodísticos. Contaba los hechos con gracia; a veces los adornaba con algún contorno imaginativo, pero tenía buen criterio.

En su vida personal tuvo la suerte de dar con un marido ejemplar y tres hijos que la han colmado de satisfacciones, aunque ninguno de ellos ha querido seguir su camino profesional. Debieron considerar que su madre era irrepetible y me animo a darles razón, añadiendo que lo era no solo periodística sino humanamente.

Publicado en el número 3.030 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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