Tribuna

Mi verano misionero en… Angola

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Nuestra parroquia, en Zamora, está al lado del campus universitario, y nuestro párroco es profesor allí, además de responsable de pastoral universitaria. El proyecto de misión surgió el año pasado para ser realizado en la ciudad de Lobito, en Angola. Participaron dos universitarias junto al párroco. Este año, de nuevo, se ofertó la posibilidad de volver a Angola y, gracias al testimonio dado por quienes ya estuvieron, se configuró el grupo de ‘Universitarios en misión’ que ha acogido en esta edición a 12 jóvenes de Educación, Enfermería, Filología, Ciencias e Informática.

Entre ellos, un joven angolano universitario que es diácono. El proyecto, liderado por la Asociación Juvenil y Universitaria Edith Stein, de la que soy presidente, ha sido avalado por la Universidad de Salamanca al considerarlo como Proyecto de Cooperación Internacional 2018.

Una idea romántica

Siempre había tenido ganas de participar como misionero. ¿Quién no? Una idea romántica que, seguro, ha pasado por la mente de todos alguna vez: hacer el bien en tierras lejanas. Durante los meses previos a la estancia allí, el trabajo fue intenso e ilusionante. Actividades, formación, encuentros, momentos de oración, difusión por redes sociales y medios…. El grupo se fue definiendo conforme a los destinos: escuela de las Hijas de la Caridad en Luanda, hospital y escuela de las Hijas de la Caridad en Kibala (Kwanza Sul), hospital, escuela, internado y poblados de la misión de Sendi (Huila), de los Misioneros del Verbo Divino.

Nuestro trabajo diario, tras celebrar la eucaristía a primera hora de la mañana, era impartir clase en una escuela llena de niños, acudiendo hasta 1.732 chavales. Por las tardes, dábamos clases de apoyo a los chicos y chicas del internado (120) en distintas materias. Mis compañeros sanitarios dedicaban su jornada en el hospital, realizando curativos, analíticas, charlas de formación con la población, partos…

Una gran familia

Además de convivir con los niños como una gran familia, participábamos con ellos en diferentes actividades lúdicas (manualidades, juegos tradicionales, jugar de modo entusiasmado al fútbol). Solicitaron aprender ajedrez. Impresionante el dominio que adquirieron de este juego.

En el ámbito religioso, visitábamos con los misioneros y nuestro cura numerosos poblados con los que celebrábamos los sacramentos; muy particular y festivamente, la eucaristía. Me he dado cuenta de que viven su fe con una fuerza y dedicación distinta a la nuestra. Lo hacen con mucha alegría y como una gran fiesta de la vida, expresando con toda riqueza sus tradiciones y ofreciendo de modo comprometido, cada uno, una generosa parte de lo poco que tienen, para con aquellos que quizá tengan menos aún; o sea, nada. Son comunidades con un fuerte compromiso laical. La labor de los catequistas es increíble.

Todo ha sido un don

Al cabo de un mes de estar aquí ya, vas tomando conciencia de todo lo que has vivido allí. Lo mas importante es que todo ha sido un don, un regalo grande. Que lo menos importante es lo que allí he podido hacer o ayudar. Ahora me doy cuenta de que lo verdaderamente importante es haber vivido con aquellas gentes el que, siendo pobres, nos hayan enriquecido tan abundantemente.

Las vidas de los misioneros y misioneras son un ejemplo fantástico de felicidad y alegría. Agradezco a todos los niños, especialmente, el hecho de que, al conocerles y quererles, su actitud te llega a cambiar la vida, a valorar tantas cosas, a corregir tantos excesos… La experiencia de misión es un regalo grande que te cambia la vida, una ventana abierta a la humanidad, una humanidad desnuda de muchas cosas, pero llena, rebosante, de Dios.

Gracias o como allí decían: ¡Ndapandula!