Tribuna

Los nuevos conflictos, después de la guerra

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El fin del conflicto armado no es el fin de los conflictos. El armado es uno de los variopintos conflictos con que se encuentra en la vida todo individuo y toda sociedad. Nadie promete un jardín de rosas a cada niño recién llegado al planeta. La contienda, por el contrario, forma parte de la existencia.

El llanto inaugural del bebé, tan pronto ve la luz, pregona su ingreso a un campo erizado de desafíos. Al otro lado del tiempo, el suspiro del moribundo es el postrer signo de un combate. Somos, como dice el poeta mexicano José Ángel Leyva, “el pie que marcha del parto a la partida”. Pie que marcha azarosamente sobre piedras.

Ahora bien, no todos los conflictos son mortales. Tal vez el único que busca expresamente la muerte, la aniquilación del enemigo, es el conflicto armado. El guerrero se enfrenta a la escogencia entre su propia muerte o la del adversario que le puede disparar antes. Esta es la marca desatinada de la guerra.

Un país como Colombia que acaba de cauterizar su más cercana guerra interna, azote de más de medio siglo, no ha alcanzado la gloria. Escasamente entra a afrontar los conflictos que corresponden a la estatura humana. Haber superado las armas significa un gran tranco de la historia. Pero la ruta sigue siendo culebrera.

¿Cuáles son entonces los conflictos que se compadecen con la naturaleza noble de los hombres? Son los que no los enfrentan a muerte, unos contra otros. Es que destruir a bala, en un segundo, la milimétrica organización inteligente y sensitiva de un ser humano es un desastre indigno de un semejante.

Se puede afirmar, así, que suprimir la guerra en un país es un salto de la prehistoria a la historia. Homínidos, este sería el nombre adecuado para los asesinos. La verdadera historia sigue de ahí en adelante y corresponde al afrontamiento de conflictos para cuya superación nadie mata a nadie.

Desde el albor de la inteligencia los primates bípedos tuvieron que superar el reto de la naturaleza. El hambre, el frío, los truenos, las inundaciones amenazaron la subsistencia de cuerpos y almas aterrorizadas. Los primeros hombres hablaron para juntarse y se juntaron para resistir aquellos embates.

Lenguaje, organización social, administración pública son los nombres de los originales modos de la política, el derecho, la economía, el arte. Se fraguaron al son de diferentes y sucesivos conflictos. La acumulación de destrezas engrandeció a los pueblos y a los pobladores. Sin ellos no seríamos lo que somos.

Cada época saca de la manga conflictos adecuados al momento. Los antepasados nos legaron soluciones a retos que hoy nos parecen infantiles. De modo que, superada la guerra, es preciso hacer un listado de los nuevos conflictos, de aquellos que a nuestro turno dejaremos como herencia al futuro.

El curso de las ciencias suele orientar sobre el estado de la cuestión. Extenuado el planeta, Stephen Hawking acaba de anunciar que en pocos años los terrícolas han de abandonar su casa para fundar vida en astros benevolentes. Este horizonte parece tarea de laboratorios sofisticados y lejanos. Pero un país inteligente y arriesgado puede, después de la guerra, plantearles sin minusvalía a sus jóvenes hazañas de titanes.

Los oficios del sentido son igualmente provocación para la nueva humanidad posbélica. El sentido de la vida, el significado de la muerte, la diferencia entre dolor y sufrimiento, los parajes insospechados del amor: estos son campos donde se libran los nuevos conflictos, las contiendas genuinamente humanas.