Tribuna

La cultura frente al misterio

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Pablo d'Ors, sacerdote y escritor PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

1. Todo iba bien hasta que hizo su aparición la serpiente, insinuando la diferencia. El hombre y la mujer vivían plácidamente en el Edén hasta que la serpiente se atreve a romper esa armónica convivencia entre el Creador y la criatura. El paraíso de la naturaleza se había perdido y comenzaba no solo la historia del pecado, sino la de la cultura. La unidad entre Dios y el hombre había quedado rota; daba comienzo el drama de la diferencia.

2. Toda ideología y toda religión reproduce, lo sepa o no, el papel de la serpiente: denuncia la diferencia (entre sueños y realidad) y promete la unidad (“seréis como dioses”) entre hombre y naturaleza. La tentación primordial es, pues, la de naturalizar el misterio. La verdadera tentación, sin embargo, no es otra que la de querer reducirlo todo a la dualidad unidad-diferencia, que fácilmente se equipara con bueno-malo. En esta lógica dual hay, necesariamente, inocentes y culpables y, por ello, búsqueda de un chivo expiatorio.

3. Todas las ideologías son intentos desesperados por recuperar este mito materno para la Modernidad. Marxismo y fascismo son ideologías claramente maternas que, al no poder sobrevivir sin lo viril, sustituyen la instancia paterna por la figura de un stalin o un führer. La persistencia de estas mitologías en la actualidad está revelando su colosal fuerza religiosa y arquetípica.ilustración de Tomás de Zárate para el artículo de Pablo dOrs 2974

4. Frente a estos brutales inventos, típicamente germánicos, prospera hoy el psicologismo soft importado por Norteamérica. Las promesas son las mismas, pero para una mentalidad posmoderna. Los movimientos de la New Age y el orientalismo que ha llegado a Occidente deben entenderse desde esta perspectiva. Solo esto explica el actual frenesí de las terapias, que son un intento por reducir el cristianismo a un proyecto de plenitud humana.

5. Frente al mito materno se yergue el mito paterno, que consiste en la renuncia al sueño de la unidad y en la racionalización de la separación y la fatalidad. La tentación no es aquí exaltar la unidad o la naturaleza, sino la diferencia y la cultura. Para sus más insignes representantes (Pessoa, Adorno, Pavese…) solo hay diferencia, separación y soledad, realidades en las que nos invitan a habitar. La religión es solo ley (Kafka y Freud): o matamos al padre o el padre nos mata a nosotros (Kafka).

6. La literatura contemporánea se ha movido entre estos dos extremos, si bien ha prevalecido la ideología paterna. Estamos condenados a ser libres (Sartre). La existencia carece de consistencia (Camus). La vida es un juego de máscaras (Pirandello). Somos un grito sin eco (Munch). Los textos de estos autores son desgarradoras radiografías del individuo y la sociedad; todo es signo de una enfermedad. Justo lo contrario de los católicos, para quienes todo es simbólico y remite a Cristo.

7. Esta mirada lateral y desconfiada, esta sospecha permanente que nos ha inoculado la Modernidad está ya en todos nosotros, también en los creyentes. Todos hemos interiorizado esta manera de pensar y vemos, siempre y necesariamente, el precio que hay que pagar, el lado oscuro o negativo de la realidad, las contrapartidas, las minorías, lo marginal…

8. La posmodernidad literaria apunta a una tercera vía: la ironía, que es algo así como un existencialismo light. La fiesta del arte no es ya la del símbolo, sino la del mero signo. Las novelas de Umberto Eco son, en este sentido, puras invitaciones al juego.

9. Estas tres vías culturales afrontan el misterio de la vida, que hemos sintetizado en la dialéctica unidad y diferencia. El mito materno, de exaltación de lo natural, representa el teísmo; el paterno, de exaltación cultural, el ateísmo; el semiótico e irónico, en fin, el agnosticismo. La pregunta es si cabe un cuarto camino, y mi respuesta es que sí: cabe la vía mística, una actitud que no reduzca el misterio, sucumbiendo a la eterna tentación de la serpiente, sino que lo respete. La cultura –y esto es lo que subyace en esta propuesta– no es algo meramente mental; también es esencialmente espiritual: cultura y culto deben ir unidos.

En el nº 2.974 de Vida Nueva