Tribuna

Vida después de la vida

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Jesús Sánchez Adalid, sacerdote y escritorJESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor

“La muerte es el final de la vida en este mundo, la partida en la que el alma se separa del cuerpo…”.

Algunas personas (fieles, alumnos…) me piden la opinión de la Iglesia sobre las denominadas Experiencia Cercanas a la Muerte (ECM); esa amplia gama de testimonios de quienes han pasado por una muerte clínica y han sobrevivido.

En tales casos, desaparecen todas las señales externas de vida, la conciencia, el pulso y la respiración; pero hay sensaciones relatadas por pacientes que son muy semejantes: salir del cuerpo, levitar, serenidad total, seguridad, calidez, la visión de una gran luz al final de un túnel o de seres que suelen identificarse con Dios, los ángeles, familiares fallecidos, etc. Incluso se registran casos de ciegos de nacimiento que han tenido perfecta visión durante el trance.

Cada vez son más los científicos y médicos de prestigio que tratan de encontrar una explicación a un fenómeno que está pasando del campo de lo paranormal al terreno de la investigación empírica. La Universidad de Southampton, en el Reino Unido, ha iniciado el primer estudio serio y a gran escala. Y ya se han aportado algunos datos: entre el 10 y el 20% de los casos con muerte clínica analizados, presentaban procesos mentales estructurados, capacidad de razonar e incluso recuerdos detallados de la situación en la que se encontraba su cuerpo, del entorno o de quienes intentaban reanimarlos.

ADALID

Desde 2001, se ha estudiado a 344 pacientes con resultados semejantes en hospitales holandeses. Y, recientemente, se ha publicado el libro NearDeath Experiences of Hospitalized Intensive Care Patients, a Five Year Clinical Study, escrito por Penny Sartori [ver web], una enfermera de cuidados intensivos del Hospital Singleton, del País de Gales.

También desde la psiquiatría, los doctores Elisabeth Kübler-Ross o George Ritchie venían recopilando y analizando datos.

De momento, hay quien sugiere causas físicas: falta de oxígeno en el cerebro, alucinación, medicamentos, la anestesia… Y algunos psicólogos proponen mecanismos mentales de defensa. Pero la ciencia no nos da la respuesta a algo todavía inexplicable, y tal vez nunca sea capaz de darla.

¿Y las explicaciones religiosas? No he encontrado ninguna respuesta “oficial” de la Iglesia a las llamadas ECM. Pero nada de lo que sucede en esas experiencias es incompatible con lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: la muerte es el final de la vida en este mundo; es la partida en la que el alma se separa del cuerpo.

Jesús murió en la Cruz exclamando:

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. (Lc 23, 46)

Creyó, pues, que Su espíritu iba a ir con Dios. Y también creía que el espíritu del ladrón estaría con Él en el cielo el mismo día. Claramente, Jesús no estaba pensando en la muerte como aniquilación, sino como separación del cuerpo físico.

La Iglesia enseña desde sus orígenes que tenemos un alma inmortal creada por Dios. Nuestras vidas terrenas transcurren en el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y, como todos los seres vivos, fenecemos. Pero no nos fundiremos en el gran océano impersonal de la “conciencia cósmica”, como algunos proponen. Ni nos volveremos ángeles, como sugieren otros. Los ángeles son seres espirituales creados, pero distintos de los humanos. Antes de morir, Jesús les dijo a los discípulos:

Voy… a prepararos un lugar. Y… volveré, y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, vosotros también estéis. (Jn 14, 2-3)

Jesús une la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24, 39). Y en su vida pública ofrece ya un signo y una prenda devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11).

El cuerpo cae en la corrupción, mientras que el alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Otra cosa es el miedo, la tristeza al perder un ser querido, el dolor… ¡Eso son cosas naturales! Pero debe haber una esperanza para la gente. Y debemos transmitirla alegremente.

En la misa de exequias se pronuncian las siguientes palabras:

La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.

En el nº 2.899 de Vida Nueva