Tribuna

El valor de la pregunta

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

Negar el valor de la pregunta no resuelve la cuestión. Esconder lo que falta, no resuelve la carencia. Si algo falta, falta. Si uno tiene hambre, tiene hambre, aunque se esfuerce para persuadirse, a sí mismo, de que está satisfecho. Si uno está enamorado, lo está; a pesar de que se intente engañar a sí mismo diciendo que no lo está.

ilustracion-la-ultima-tomas-de-zarate-vn-2971Sería mejor que algo no faltara, pero si falta, no sirve de nada simular que no se carece de ello. El ser humano es, como dice Gabriel Marcel, un ser carencial, un ser al que le falta algo y que debe buscar la manera de resolverlo. Por eso es también un ser mendicante, como dice María Zambrano, porque solo pidiendo puede mirar de subsanar lo que le falta. A veces, no sabe pedirlo; en ocasiones, le da reparo pedirlo; pero su carencia le abre, necesariamente, a los otros.

Quizás sea más sensato y honesto reconocer que no hay respuestas concluyentes, que cada cual debe desarrollar su búsqueda, pero ridiculizar a quien pregunta, prohibir la cuestión o convertirla en tabú, es estéril. También lo es mandarla al desguace de las preguntas sin sentido, de las nonsens questions, como dicen los filósofos analíticos anglosajones. Es una estrategia sutil, pero, encubiertamente es una forma de censura.

La pregunta por el sentido no es una pregunta mal formulada, ni es la consecuencia de un mal uso del lenguaje. Tiene sentido, a pesar de no disponer de una respuesta concluyente; evoca una necesidad humana, una carencia metafísica que está en la entraña de la criatura racional. Despreciarla no resuelve nada, porque sigue estando ahí; no desparece. Si algo existe, existe; aunque lo que exista sea una pregunta que cuece en el fondo del alma.

La pregunta por el fin está latente en la mente humana. No solo interesa responder a la pregunta por lo que algo es. También interesa el cómo es y el por qué es; pero todo ello no resuelva la más peliaguda y humana de las preguntas, a saber, para qué es.

El para qué desconcierta y atemoriza. El cómo nos da seguridad. El niño se pregunta por el fin que tienen las cosas, los procesos, los movimientos. No le interesa saber solo cómo son las cosas, cuál es su fisiología y cuáles sus características externas e internas. Se pregunta por la causa final: desea saber cuál es su fin, para qué están, quién las creó, si es que alguien las creó, y, con qué finalidad en tal caso.

Todas las preguntas que se puedan formular sobre la finalidad de las actividades que desarrolla el ser humano a lo largo de su vida convergen en la pregunta por el sentido de la existencia.

En el nº 2.971 de Vida Nueva.