Tribuna

El sermón de los Jerónimos

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Francisco Vázquez, embajador de EspañaFRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

“El ‘sermón de los Jerónimos’ hizo más por la democracia que la gran mayoría de los comunicados y declaraciones que por aquellos días emitieron los todavía clandestinos partidos políticos…”.

Por estas mismas fechas del mes de noviembre, hace ya 37 años, España atravesaba momentos de preocupación e incertidumbre, temerosa del rumbo que el futuro le podía reservar. La muerte del general Franco cerraba un capítulo de nuestra historia y en el ánimo de los españoles todavía pesaba como una losa el amargo recuerdo de la Guerra Civil y sus trágicas secuelas, que habían dividido a la sociedad en dos bandos, aparentemente irreconciliables, de vencedores y vencidos.

Hoy, la perspectiva del tiempo pasado nos permite conocer y valorar en sus justos términos la ejemplar actitud protagonizada por la gran mayoría de los ciudadanos y las instituciones que, en aquellos días, fueron capaces de protagonizar un proceso de diálogo y convivencia que trajo como fruto principal una Constitución y un sistema democrático que selló la reconciliación entre los españoles, a la vez que nos permitió sentar las bases de una sociedad moderna.

La Iglesia católica española fue una de las instituciones que más aportó a ese proceso de consenso y, posiblemente, su toma de posición pública a favor del perdón y de la reconciliación fue determinante a la hora de iniciar y dar impulso al proyecto democrático. Conviene hoy recordar cómo el fin del franquismo se hizo visible para millones de españoles al escuchar la homilía pronunciada por el cardenal Tarancón el 27 de noviembre de 1975, en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, con ocasión de la solemne ceremonia de entronización del nuevo Rey de España, Don Juan Carlos I de Borbón.

Con aquella su voz inconfundible de fumador empedernido, el entonces presidente la Conferencia Episcopal Española, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, reclamó libertad, pidió participación, demandó justicia y solidaridad, para terminar respaldando al Rey en este empeño, rogándole que fuera rey de todos los españoles, porque, como dijo Tarancón: “Españoles son todos los que se sienten hijos de la Madre Patria”.

En nombre de la Iglesia, el cardenal subrayó que no pedía para ella ningún tipo de privilegios, tan solo la libertad para predicar el Evangelio, pero siempre en beneficio de los intereses del país y en defensa de los más necesitados, “aquellos a quienes nadie parece amar”.

Conforme Don Vicente hablaba,
España entera se daba cuenta de que
los nuevos tiempos nacerían desde la participación
y el acuerdo de todos los españoles,
contando siempre con el apoyo de la Iglesia.

El futuro de España, según el presidente de los obispos españoles, debía nacer de la colaboración y de la participación de todos sin exclusiones, para así construir un camino de paz, de progreso y de libertad, nacido de la reconciliación nacional.

Conforme Don Vicente hablaba, España entera se daba cuenta de que la dictadura había terminado y de que los nuevos tiempos nacerían desde la participación y el acuerdo de todos los españoles, contando siempre con el apoyo de la Iglesia. Al oírlo se entendía por qué los ultras y los nostálgicos del régimen gritaban aquella burda consigna de “Tarancón, al paredón”.

Cuando hace 37 años el cardenal Tarancón hablaba en los Jerónimos, lo hacía coincidiendo con el pensamiento y los deseos de una gran mayoría de españoles, y lo cierto es que sus palabras se convirtieron en hechos.

Cuando llegaron las primeras elecciones democráticas, la Iglesia española se negó rotundamente a apoyar la creación de un partido político confesional, defendiendo su neutralidad para, así, garantizarse su independencia. Esta postura permitió que muchos católicos militasen en distintos partidos e, incluso en el caso de la izquierda, muchos de sus dirigentes y cuadros procedieron de la militancia previa durante la clandestinidad en organizaciones vinculadas a la Iglesia.

La historia es la que es y, hace años, un periódico de ámbito nacional recogía estos y otros argumentos para desmontar desde mi militancia socialista esa falacia tan recurrida que intenta asociar a la Iglesia con el inmovilismo político, ocultando su papel fundamental durante los años de la Transición.

Se equivocan quienes intentan asociar el progresismo al repudio de la fe, porque ello constituye una declaración de incapacidad para entender el pluralismo de nuestra sociedad. El “sermón de los Jerónimos” hizo más por la democracia que la gran mayoría de los comunicados y declaraciones que por aquellos días emitieron los todavía clandestinos partidos políticos. Su contenido era la continuidad del testimonio y el compromiso público mantenido por la Iglesia española en defensa de la convivencia en paz y la instauración de un régimen de libertades en consonancia con las enseñanzas del Concilio.

Nada que ver con esa imagen del nacional-catolicismo que todavía hoy algunos nos quieren vender.

En el nº 2.825 de Vida Nueva.