Tribuna

Desde el Volcán de Fuego: del dolor a la esperanza

Compartir

Queridos amigos de Vida Nueva: soy el obispo de Escuintla (Guatemala), uno de los departamentos más castigados por la trágica erupción del Volcán de Fuego. Desde el mismo día de la catástrofe, he estado metido entre los damnificados, animando y admirando la solidaridad de todos, comenzando por los mismos afectados que, desde el primer momento, no se comportaron desde el “sálvese quien pueda”, sino que, al precio de sus propias vidas, hicieron causa común los unos con los otros. Desde el corazón de la solidaridad, mi gratitud a Vida Nueva por su cercanía a esta situación de real “periferia humana” del que alguien ha llamado el “volcán de los pobres”. A lo largo de estos diez duros días, he aprendido una lección: ¡es posible pasar del dolor a la esperanza, mediante la fe, la solidaridad y la misericordia!

Dios no destruye, construye

Frente a cierto fundamentalismo bíblico de ira y castigo divinos, en un país de alma tan religiosa, es de gran ayuda para los afectados resituar religiosamente la catástrofe (en Europa, este tema puede parecer sin importancia; aquí la tiene, y mucha). El absurdo de pensar que ellos son “castigados por Dios” –cual chivo expiatorio por los desmadres de todos– sume a los afectados en un desconcierto abrumador que pone a Dios de la parte de los “castigadores” de sus vidas, políticos o sociales. Es difícil de explicar y de comprender, pero “Dios no destruye, construye”: Dios no anda “repartiendo buenas y malas suertes”, como si fuera un mago.

A los afectados no hay que ponerlos frente a un castigo de la ira de Dios, sino frente a un mundo limitado, con grandes “agujeros negros” de los que estamos llamados a defendernos con inteligente perspicacia y con medios concretos a los que todos tenemos el derecho de poder acceder (iría aquí bien el refrán de “a Dios rogando y con el mazo dando”) . ¿Hubo suficiente previsión y oportunas alertas? Algunos lo dudan. ¿Es tolerable que estén en permanente situación de riesgo tantas aldeas, poblados y comunidades? Ciertamente, no. Y cuando la necesidad de subsistencia “obliga” a ponerse en ese riesgo, algo no está funcionando bien social y políticamente.

¿Es que los frecuentes “rugidos” del volcán, que normalmente no terminan en una erupción así, habían “acostumbrado” a los lugareños a convivir con este león rugiente? Quizás hubo también esta temeridad hasta que sobrevino la tragedia y se hizo tarde para reaccionar. El hecho es que la gigantesca erupción ha dejado ya más de 110 fallecidos y más de 200 personas desaparecidas, pero, teniendo en cuenta que estamos en un país sin censos desde hace décadas, es muy difícil conocer datos ciertos y, sin duda, son muchos más los que han quedado enterrados bajo la lava y el lodo. Solo sabemos que muchos de los afectados están tenazmente aferrados a continuar la búsqueda de sus seres queridos, aunque sea para hallarlos muertos. Es muy desgarrador encontrar a grupos familiares haciendo velorios sin fallecido. Para nuestra gente sencilla, dura es la muerte, pero duro, muy duro, es también no poder enterrar dignamente y –en la mayoría de casos– cristianamente a sus muertos.

El resurgimiento de la vida

La vida está ya surgiendo en una solidaridad sin precedentes. Todos reconocimos un icono de vida nueva en aquella bebita de seis meses, sacada viva y serena de entre las ruinas por las fuerzas de socorro. Con razón la imagen se hizo viral. Era un signo de esperanza. Los afectados se estaban ayudando unos a otros, comenzó a funcionar rápido “un volcán” de generosidad guatemalteca. Junto a los restos humanos calcinados, casas y sembrados sepultados, pude ver desde el primer día un ejército de voluntarios, bomberos, cuerpos de socorro, policía, etc. Todo era un signo de esperanza. Al tiempo que salimos al frente de la emergencia con todo lo que la generosidad de la gente ha puesto a nuestro alcance, me hago otra pregunta: ¿cómo rescatar la esperanza?

Con todo lo que ha llegado como ayuda de emergencia es cierto que nadie va a morir de hambre, que los niños van a poder estar bien nutridos, que va a haber vestido y medicinas para todos, que a ninguno de los afectados les va a faltar un techo, aunque aún no sea “su” techo. La ayuda de emergencia ha pasado ya de esperanza a solidaria certeza. La Iglesia en Escuintla tiene en su Cáritas Diocesana un punto de referencia como agente de ejecución y de coordinación por parte de la Iglesia católica. Pero están también las Iglesias evangélicas y la sociedad civil, con sus múltiples y eficaces ONG. Me atrevo a esperar que, como Iglesias y como sociedad, sin distinciones de credo, de ideología política o de cultura, aprovechemos esta oportunidad de dar vida y esperanza a tantos miles no solo de ciudadanos, sino de verdaderos hermanos. Que sea la ocasión real de romper periferias, para apostar por una auténtica integración social.

Esta ayuda de emergencia no puede sufrir menoscabo por el afán de lucirse, de quedar bien, de “ponerse la medalla” ni, mucho menos, por querer capitalizar en beneficio propio –en la línea de la reputación social– lo que, una vez ofrecido, no tiene más dueños que los damnificados. Una buena tarea de coordinación solo debe mirar a que ningún afectado quede sin la ayuda que le pertenece y nunca jamás a “servirse” de lo de otros para ganar renombre. Sería indigno intentar hacer proselitismo, ya sea político o religioso, aprovechando la necesidad ajena y valiéndonos de lo que ha sido puesto en nuestras manos no para acrecentar nuestro “renombre”, sino para dar dignidad al “nombre” de cada uno de los afectados y afectadas, niños, jóvenes y mayores.

Y tras la emergencia, ¿qué?

En estos días de experiencia vivida y concreta de generosidad grande, muy grande, también de generosidad de trabajo personal –porque es mucho y muy entregado el voluntariado que nos ha llegado de todas partes– no dejo de preguntarme: “Y, cuando pase todo esto, ¿qué?”. Les confieso que es un “qué” que me hiere, desde la experiencia de otras emergencias, la más reciente la del Cambray… ¿Entraremos en la misma dinámica de olvido, sobre todo institucional? El papa Francisco repite con frecuencia un itinerario que no debiéramos olvidar: “Acogida, acompañamiento, integración”.

Desde nuestra tarea como Iglesia, un trabajo hecho, además, desde la maravillosa escuela práctica de la cercanía y de la misericordia, que, en este caso, se extiende a lo que miles de guatemaltecos y hombres y mujeres de buena voluntad están encontrando en los rostros sufrientes de tantos hermanos, niños especialmente: “Lo que hicieron a mis hermanos más pequeños a mí me lo hicieron” (cfr. Mt 25, 45). Me pregunto si todos, comenzando por las instancias gubernamentales, querremos y sabremos hacer una reconstrucción que signifique una verdadera integración: que tantos miles que han quedado excluidos, más de lo que ya estaban, por el terrible furor de la naturaleza, puedan quedar integrados, y no solo materialmente reconstruidos, por el terrible furor del amor, capaz de sacar bienes de los males. Sueño, esperanzado, con que la “hermosa y agitada tierra” de Guatemala –como la llamaba Paul Valéry, hablándole a nuestro Premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias– sea de una vez agitada por el amor, demostrado en este tiempo de emergencia, pero abierto desde ya a una reconstrucción que sea verdadero signo de definitiva inclusión.

Agradezco de corazón a Vida Nueva esta oportunidad de abrir mi corazón de pastor en un momento tan difícil para nuestras gentes, no solo de Escuintla, también de Sacatepequez (Alotenango, en la Arquidiócesis de Guatemala). Y a quienes lean este mi desahogo dolido, pero esperanzado, les pido que se unan no solo a nuestro dolor, “con-padeciéndonos” –padeciendo-con nosotros–, que lo hagan también “con-partiendo” una esperanza de futuro: eterna, para los que fallecieron, dejando aquí un vacío difícil de llenar; y todavía histórica para quienes, desconcertados y desorientados ahora por tanto sufrimiento e incertidumbre, tienen derecho a esperar de todos nosotros el abrazo de la integración. Ese mismo abrazo que, desde Guatemala, hago extensivo a cuantos nos están ya ayudando y no nos dejarán solos en la difícil tarea que nos espera de hacer una reconstrucción inclusiva.

A todos, un gran abrazo de amigo.


Cáritas con Guatemala

Pueden realizar una donación mediante transferencia bancaria a cualquiera de estas tres cuentas:

SANTANDER: ES21 0049 1892 6025 1329 6523

BBVA: ES91 0182 2370 4402 0169 0075

CAIXABANK: ES93 2100 5731 7202 0026 2048

Lea más: