Tribuna

De la santa indiferencia a la apatía social: ¿Y los jóvenes?

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En los ambientes cristianos con cierta ilustración en materia de espiritualidad, la “santa indiferencia” es una actitud importante a desarrollar y alcanzar. En ella se expresan muchos valores evangélicos como la templanza, la paciencia, la prudencia, la capacidad de discernir lo esencial de lo importante o lo secundario, la distancia adecuada con lo cotidiano, la integración armónica de ‘don y tarea’, la capacidad de entrega y servicio al prójimo evitando el mesianismo y el narcisismo. La lista podría seguir ya se la puede relacionar con muchas dimensiones del proceso espiritual personal. La santa indiferencia es un antídoto contra el egocentrismo, la egolatría y el egoísmo rampante. Hace que no nos pongamos en el centro de cada decisión y de cada conducta, sino que ese lugar lo ocupen el otro y el Otro.

Ha llegado a mis manos en estos días un escrito llamado ‘Texto ejemplar’ de una jueza del Mato Grosso que nos recuerda que los derechos humanos han germinado a partir de la lucha, la sangre, el dolor y la muerte de muchos seres humanos que nos precedieron. Es un texto dirigido especialmente a los jóvenes y en él les pide que, si van a disfrutar de esos derechos adquiridos, no se olviden de dónde vienen y nunca sean usados en una dirección egocéntrica. Para nosotros los cristianos no es nuevo nada de esto, pues ya en nuestros orígenes fue la sangre derramada por amor la que hizo germinar la Pascua y la vida de las comunidades cristianas. Incluso, en este último domingo, celebramos la sangre martirial de San Romero de América entregada por los ‘sin voz’.

Es claro, sin embargo, que la vida cotidiana de esas comunidades y la santidad habitual de los cristianos fue y es la que da testimonio del evangelio y así genera esa atracción de vida que llamamos evangelización.  Como decía un pensador eclesial, no somos ‘trotskistas espirituales’ que andamos todo el tiempo buscando y generando conflictos. Preferimos gestar espacios y relaciones de justicia y de paz por doquier. La honestidad y la laboriosidad en la vida diaria son el tejido necesario del tapiz del Reino de Dios. De eso no hay duda. Por otra parte, somos conscientes que cuando empezamos a acomodarnos en exceso, y nos empiezan a “molestar” los que luchan por los distintos derechos, adhiramos a ellos plenamente o no, se enciende una señal de alerta.

Apatía social

Tal vez estemos pasando de la santa indiferencia a una cierta comodidad, a un cansancio o a una apatía social, que el papa Francisco ha remarcado varias veces como “mundanidad”: “El mundo nos propone lo contrario: el entretenimiento, el disfrute, la distracción, la diversión, y nos dice que eso es lo que hace buena la vida. El mundano ignora, mira hacia otra parte cuando hay problemas… También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden” (GE 75.101).

Es verdad que, en nuestro mundo actual, y muy resaltado en nuestro país, el recurso a la manifestación, a la toma de calles y rutas, y a las huelgas, se ha vuelto tan común y frecuente, que más de uno nos preguntamos si no habría que ser más creativos o buscar otros caminos para expresarse popularmente. Sin embargo, la gravedad de las circunstancias que vivimos donde los derechos que creíamos ya afianzados están siendo barridos, como la educación, la salud y la justicia (no la mediática que se ha impuesto entre nosotros) en pos de un “déficit cero” y otras vacías expresiones financieras que no aportan al bien común, hacen que pongamos entre paréntesis, al menos por ahora, esos cuestionamientos.

Además, las palabras de Francisco nos desinstalan y nos hacer dudar de nuestras seguridades “autoexigentes y cómodas”: “Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (EG 97).

Llamativamente hoy muchos de esos espacios de protesta social están siendo ocupados por jóvenes. Muchos de ellos de nuestros colegios, nuestros movimientos y nuestras parroquias. Y no siempre se escucha en los ambientes eclesiales una valoración positiva y entusiasta por esa movilización. Antes se los criticaba por el escaso compromiso social. Ahora porque son unos ‘borregos’ que se dejan manejar y conducir por otros (textualmente escuchado últimamente en nuestras instituciones). Pero en ningún caso nos ponemos a la par de ellos y juntos repensamos sus pancartas. ¿Qué diremos de ellos en el Sínodo si no estamos cerca de sus pasos? Tal vez esa lejanía con los “jóvenes movilizados” sea una manifestación más de esa mundanidad apática que nos está envolviendo a los “cristianos ilustrados”. Por eso, casi como un material para orar y contemplar, las palabras de la jueza brasileña:


Texto ejemplar de la Jueza Federal Raquel Domingues do Amaral

¿Saben de qué se hacen los derechos, mis jóvenes? ¿Sienten su olor?
¡Los derechos son hechos de sudor, de sangre, de carne humana podrida en los campos de batalla, quemada en hogueras!
¡Cuando abro la Constitución, además de los signos, de los enunciados vertidos en lenguaje jurídico, siento olor a sangre vieja.
¡Veo cabezas rodando de guillotinas, jóvenes mutilados, mujeres ardiendo en las llamas de las hogueras! Oigo el grito enloquecido de los empalados.
¡Me encontré con niños hambrientos, enriquecidos por inviernos rigurosos, fallecidos a las puertas de las fábricas con los estómagos vacíos!
¡Sofoco en las chimeneas de los Campos de concentración, expulsando cenizas humanas!
Veo africanos convulsionando en las bodegas de los barcos negreros.
Oigo el gemido de las mujeres indígenas violadas. ¡Los derechos están hechos de fluido vital!
Para hacer el derecho más elemental, la libertad, pasaron siglos y miles de vidas fueron tragadas, fueron molidas en la máquina de hacerse derechos, ¡la revolución!¿Tú creías que los derechos fueron hechos por los funcionarios que tienen asiento en los parlamentos y tribunales? ¡Qué engaño! ¡El derecho se hace con la carne de la gente!
Cuando se deroga un derecho, se pierden miles de vidas …
¡Los gobernantes que usurpan derechos, como buitres, se alimentan de los restos mortales de todos aquellos que murieron para convertirse en derechos!
Cuando se concreta un derecho, mis jóvenes, se eternizan esas miles de vidas. Cuando concretamos derechos, damos un sentido a la tragedia humana y a nuestra propia existencia.
¡El derecho y el arte son las únicas evidencias de que la odisea terrenal ha tenido algún significado!