Tribuna

Cristo es nuestra paz

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Ante la polarización que vive el país en torno al proceso de paz, a raíz del sí y del no en el plebiscito, y ante la politización que se está haciendo con respecto a la paz, debemos pensar en serio en el futuro; no dejarnos manipular por los intereses particulares y asumir nuestros compromisos ciudadanos, conscientes de los derechos, pero sobre todo de los deberes. La paz no puede ser bandera de ningún partido político, sino la aspiración de todo el pueblo que ha sufrido tantos años la violencia. Para esto se necesita pedagogía para la paz, que hay que iniciar en el hogar, fortalecer en los centros educativos y hacer realidad en la convivencia diaria.

Debemos centrarnos en Jesucristo, en su Palabra y su testimonio; es humano como nosotros e Hijo de Dios; vivencia de la paz y modelo para todos nosotros ayer, hoy y siempre.

En su carta a los efesios, afirma Pablo que Cristo es nuestra paz. Él se nos muestra como el Hijo de Dios, quien vino a salvarnos a todos, pues todos somos pecadores. Dios Padre es rico en misericordia, “quien nos reconcilió con Él por medio de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación”, afirma el apóstol en su carta a los corintios.

Cristo Jesús es la encarnación del rostro misericordioso de Dios Padre. Cuánto bien nos hace a todos contemplar sus actitudes y palabras con los pecadores: a todos los acogió y los perdonó y los hizo discípulos suyos. Valoró a las mujeres, quienes eran menospreciadas y humilladas: las hizo también, junto con los varones, discípulas suyas. Premió de manera especial a María Magdalena por su fidelidad, haciéndola primera testigo de su resurrección y apóstol de los apóstoles al confiarle la misión de llevarles a ellos la alegre noticia de su triunfo sobre la muerte. Trató a todos por igual, no juzgó, no condenó, acogió, perdonó y nos ofreció un puesto en la casa de su Padre.

“Jesús trató a todos por igual; no juzgó, no condenó; acogió y perdonó”

Acogió a los pobres y los enfermos, a los niños y desvalidos. Nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano. Su enseñanza acerca del amor a los enemigos y de poner la otra mejilla la llevó a su culmen en la cruz, perdonando a sus propios verdugos. Sus actitudes son para que nosotros hoy las hagamos nuestras. Solo siguiéndolo e imitándolo podremos alcanzar la verdadera paz y ser de verdad discípulos misioneros suyos.

Supliquemos al Señor la gracia del Espíritu Santo, que siembre en cada uno de nuestros corazones la semilla del verdadero amor que nos lleve al perdón y a la reconciliación por medio del Santo Rosario de la Virgen María.

Leonardo Gómez O.P.

Obispo emérito de Magangué