Tribuna

Cristianismo es libertad

Compartir

Fernando García de Cortázar, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de DeustoFERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR | Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto

“La libertad del hombre moderno no se ha levantado a costa del cristianismo, sino gracias a él…”.

La teología de la liberación fue la última pirueta destinada a deformar la actualidad del Evangelio, convirtiéndose en una rectificación más que en una reafirmación del cristianismo. Pretender que la defensa de la justicia social se limitaba a un sector de los creyentes, en lugar de ser patrimonio y exigencia elemental de nuestro mensaje, poco tenía que ver con la ejemplaridad y mucho con un preocupante exhibicionismo que confundía la caridad humilde con el orgullo revolucionario.

Admirable por la adhesión de tantos cristianos honestos, espectadores dignamente escandalizados por la percepción de la injusticia, fue mucho menos estimable cuando quienes nada tenían que ver con el cristianismo la presentaron como una rebeldía contra el mensaje de la Iglesia y una severa reprimenda que los verdaderos católicos asestaban a su propia tradición.

Lo que se subrayó fue que esa teología no rastreaba los momentos fundacionales del cristianismo para afirmar una continuidad, sino que buscaba en esos orígenes imaginarios la justificación de una ruptura. Una exaltación interesada, promovida también desde los espacios broncos del ateísmo, sirvió para conformar un viejo lugar común que convirtió al cristianismo en una rémora para el progreso, en una creencia que había de ser vencida para que la humanidad pudiera avanzar hacia deseables cotas de realización personal.ilustración de Jaime Diz n 2857 Cristianismo es libertad, Fernando García de Cortázar

Esa denuncia de la contradicción entre cristianismo y libertad no es solo un ignorante insulto a nuestra doctrina, sino un lamentable despojo de los rasgos más actuales de nuestra civilización.

Lo que es más absurdo en la llamada teología de la liberación, en especial cuando sufre el uso y abuso de quienes ni son creyentes, de quienes la han observado siempre como una especie de acto de contrición de la Iglesia, es su carácter tautológico. Porque no puede haber aproximación al cristianismo que no reconozca su esencia liberadora.

A quienes consideran que la libertad de las sociedades modernas se ha construido como resultado de la impugnación del cristianismo, como producto de una progresiva pérdida de la influencia de la Iglesia y como una beneficiosa secularización del mundo, solo puede responderse señalando que, desde sus raíces y en su desarrollo histórico, el cristianismo es libertad. Libertad esencial, no solo libertad programada en un proyecto político para disfrute de los ciudadanos de una comunidad afortunada. Libertad natural, no solo libertad aprobada por las instituciones de un régimen que la proclame como su origen constitucional.

La libertad del hombre moderno no se ha levantado a costa del cristianismo, sino gracias a él. No es casual que la defensa de los derechos fundamentales de la persona haya tomado su más perfecta definición histórica en una cultura construida sobre los valores evangélicos. El cristianismo depende de la libertad del hombre y le proporciona su libertad.

Hace ya más de dos mil años,
el cristianismo afirmó que
la libertad del hombre es previa a sus obras.
El hombre no es libre porque actúa,
sino porque decide cuál es el carácter de sus acciones.

Hace ya más de dos mil años, el cristianismo afirmó que la libertad del hombre es previa a sus obras. El hombre no es libre porque actúa, sino porque decide cuál es el carácter de sus acciones. Es la libertad de una conciencia que medita, no de un instinto que sobrevive. Es la libre voluntad de un individuo solidario, no la soberanía de una fuerza gregaria y espontánea.

“Entendí lo que era la libertad cuando le di el nombre de la dignidad”. Las palabras de Chesterton al defender su fe frente a las burlas de los escépticos y la ferocidad de los ateos indican por dónde escapar a la conspiración del silencio o a la conjura de la difamación que han hecho de la defensa de los derechos humanos no solo un atributo del laicismo, sino una victoria sobre la religión.

Que esas palabras nos ayuden a afirmar el lugar imprescindible de nuestra fe para defender de nuevo la dignidad del hombre saqueada por la crisis económica y amenazada por el desamparo de la incredulidad. Proclamemos la vigencia de la libertad de los cristianos, en la que cobra sentido la historia de nuestra cultura y el vigor de nuestra civilización.

En el nº 2.857 de Vida Nueva.