Tribuna

Con La Mirada Puesta – Por las víctimas de abuso y maltrato infantil en la Iglesia*

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* Extracto de la homilía en la misa por las víctimas de abuso sexual y maltrato infantil en la iglesia, Catedral San Isidro Labrador (Buenos Aires), 10 de marzo 2017


OSCAR OJEA. Obispo de San Isidro (Argentina)

Para Jesús hay muchos modos de matar, y el abuso sexual de menores es una de esas formas tremendas, heredadas de Caín y Abel, la vieja historia de la humanidad: el poder y el débil, la fuerza y la debilidad, tantas formas de matar.

Para que haya verdaderamente abuso, tiene que haber un poderoso y un débil. El abuso supone manipulación del poder, de una forma de poder sobre la debilidad; supone invadir toda la intimidad, arrasar la intimidad de un inocente; maltrato físico y maltrato psicológico son los componentes de esta aversión.

Cuando el débil puede salir de esa red de silencio al que lo obliga el poderoso, ese secreto pactado para comprimir a la criatura, cuando esta puede hablar, cuando puede expresarse, cuando puede decir qué ha pasado –decírselo a sí mismo y decirlo a los demás–, comienza la verdadera sanación.
Para el Evangelio, el hombre se cura con la palabra; visto desde otro lugar, para la psicología moderna, cuando empezamos a hablar. Jesús hace esto maravillosamente desde el Evangelio de los discípulos de Emaús; él deja que se desahoguen, los deja expresar, les da la palabra.

Pero también la sanación supone transformar las heridas, el dolor y la bronca, supone transformar todo eso en vida, sino no sanamos; no podemos sanar comiendo rencor, no nos hace bien. Es imprescindible orientar esa fuerza, esa energía, para poder trabajar en función del futuro: nuestros niños, nuestros jóvenes; tenemos que capitalizar todo ese dolor para poder ser semilla de un mundo nuevo que nos permita cuidarnos y poder transmitir a los chicos y a los jóvenes este empoderamiento, para que sepan decir “no” cuando se trata de la invasión de la propia intimidad. Para que aprendan de chiquitos a defenderse de este poder que avasalla y que corrompe la dignidad de la persona obligada al silencio.

El abuso es un tremendo problema social, viene de la violencia recibida por aquel que abusa, que seguramente ha quedado anidada en el corazón y que después se derrama implacablemente sobre aquel que sufre el abuso. La violencia es uno de los males más tremendos, uno de los cánceres del mundo en que vivimos.

Hay que poder vencer esas redes de silencio familiares e institucionales, redes que se han tendido para oprimir y obligar al secreto. El hablar, el expresarse, es también un clamor de justicia. Una justicia exigida en reparación de aquel que ha sufrido una violación semejante; una justicia exigida por la misma naturaleza.

La Iglesia ha pedido perdón y yo renuevo ese pedido de perdón en mi diócesis, a todas aquellas personas que han sido víctimas de abusos siendo niños o jóvenes, por miembros de nuestra jerarquía. Pedimos perdón a estos hermanos y a estos hijos nuestros. Pero el perdón no solamente como una palabra, sino como un compromiso de acompañar.

En aquellas denuncias contra miembros de la jerarquía eclesiástica por estas conductas aberrantes, tenemos el deber por nuestros protocolos de indicar inmediatamente el derecho de la víctima a hacer la denuncia en el tribunal civil y penal; en segundo lugar, a iniciar, con el consentimiento del denunciante, el debido proceso canónico.

Tenemos que capitalizar todo ese dolor (…) para transmitir
a chicos y jóvenes este empoderamiento,
para que sepan decir “no” cuando se trata
de la invasión de la propia intimidad.

Este es el compromiso que hemos tomado en estos últimos tiempos, a partir del papa Benedicto XVI, particularmente, y ahora con el papa Francisco.

He leído con dolor cómo, en algún medio, al Santo Padre se lo quiere hacer aparecer, como protegiendo a los abusadores. El Papa tiene que luchar con muchas cosas; en este punto ha querido ser clarísimo. No lo digo desde el conocimiento personal por haber sido su obispo auxiliar durante tres años, sino por sus gestos, por sus palabras y por su conducta. Es triste querer ensuciar al Papa, tal vez para entorpecer un liderazgo natural en el mundo, un liderazgo de humanidad, de bien y de seguimiento fresco y literal del Evangelio de Jesús.

En esta Eucaristía ponemos delante de Jesús a tantos hermanos que han sufrido; le pedimos al Señor poder servir a la Justicia y a la verdad. Le pedimos también tener un mundo en el que nos cuidemos mejor, en que podamos apreciar lo que significa la intimidad del propio cuerpo, la sacralidad de la dignidad de la persona humana, por la cual tenemos que luchar cada día.