Tribuna

CON LA MIRADA PUESTA: ¡Pongámonos en camino, arde nuestro corazón!

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Obispos de la Región Patagonia-Comahue (Argentina)

¡Feliz Pascua! En Cristo resucitado renace la esperanza, se afirma el don de ser pueblo y se reafirma la vida como servicio.

Después de recorrer el tiempo de Cuaresma los invitamos a entrar en el misterio de la Pascua junto a los ‘peregrinos’ de Emaús (Lc. 24). Contemplemos a esos dos discípulos que, desconcertados y desesperanzados por la muerte en cruz de quien era su esperanza, se alejan de lo que había comenzado a ser su nuevo e insospechado proyecto de vida. Van hundidos en el dolor y en el “sin sentido”, con profunda tristeza y desilusionados… En su recorrido, sin embargo, queda abierto ese don de caminar juntos, de escuchar y de privilegiar la solidaridad. Por eso, al “forastero” que se les une, le dan un lugar: “quédate con nosotros que ya es tarde”. Y justo cuando parecía que ya no podían nacer nuevos horizontes, descubren la luz: “¡es el Señor!”.

Esa buena nueva de que el Señor está vivo, los lleva a desandar inmediatamente el camino del distanciamiento, para celebrar y compartir con los hermanos la alegría del encuentro, de la comunión, de la esperanza y del proyecto fraterno del Reino de Dios. Este es el camino que Jesús nos quiere regalar para recorrer en este tiempo Pascual. A ese camino nos invitamos unos a otros.

1. El camino se hace duro…
Una tumba abierta, un santo sudario con las huellas de un hombre muerto que ya no está. ¡Qué extraño! Algo nunca visto antes y que no se comprende.
Hoy nos pasa algo similar. En nuestro caminar, nuestros ojos ven muchas situaciones, pero, con frecuencia, no las comprendemos. Atrapados por las imágenes, por las constantes novedades, por una información que se multiplica y se contradice, y que incide en los ánimos y las esperanzas, estamos perplejos y como anestesiados. No nos cansamos de abrir los ojos y mirar… que las redes, que los tuits, horas ante la tecnología. Pero ¿qué es lo que vemos?, ¿comprendemos algo? ¿Estamos tocando a fondo nuestro corazón? ¿Palabras? ¡Sí, muchas!, ¿mensajes? ¡Sí, muchos más! Pero ¿sé por qué estoy vivo?, ¿para qué estoy acá? ¿Cómo interpreto lo que estoy viviendo?
Si un “forastero” nos preguntara “¿qué está pasando?”, ¿qué responderíamos? ¡Son tantas cosas y realidades con las que convivimos cada día! Nuevas situaciones nos desafían permanentemente. ¿Por dónde empezar? Si miramos a los niños, aparece el fantasma de la infancia robada. Si se trata de los jóvenes, nos preocupa su presente y su futuro. En cuanto a las familias, ¡cuántas angustias de la puerta hacia adentro y hacia afuera! Si observamos a los adultos mayores, ¡cuántas veces no son tenidos en cuenta, como si faltara para ellos un lugar en nuestro mundo! Somos conscientes, más que nunca, que ni solo el progreso, ni sola la tecnología, ni solo los planes sociales, pueden acallar el grito dolorido de los crucificados por la pobreza, por el trabajo indigno, por una educación sin calidad, por la inseguridad y por la marginación.

2. En el camino hay luz… “¡Es el Señor!”
En este caminar apesadumbrado también hay lugar para dejarnos sorprender. “Algunas mujeres nos han sorprendido”, comparten ellos. Hoy no dejan de sorprendernos los muchos jóvenes, adultos, ancianos, familias que, conscientes de su entorno sufriente, salen cada día a brindar su tiempo, su capacidad, su creatividad, para hacer el bien sin mirar a quien. Y se comprometen, sacrifican y luchan honestamente. No temen perder. Apuestan a la verdad. Luchan por esa justicia largamente esperada, sin buscar su propio interés. Si miramos a nuestro alrededor, seguramente a todos nos viene a la memoria del corazón muchos rostros y nombres de personas que obran y viven así. ¡Demos gracias a Dios!
Estos hermanos iluminan porque se han dejado iluminar por el Cristo partido en el pan. El camino es y será siempre ese: el de partir el pan. “Sus ojos se abrieron y lo reconocieron al partir el pan” y se dieron cuenta que era Él. ¡Estaba allí con ellos! Y hoy está aquí con nosotros. Aunque nos cueste creerlo, nuestro pecado y mediocridad no pueden bloquear la acción del Dios de Amor. Él nos empuja permanentemente al servicio alegre de compartir la Vida que nos regala. Él nos hace piedras vivas para la edificación de una Patria de hermanos. Él nos deja la Eucaristía, en la que se hace misericordia y solidaridad con todos, alimentando así nuestra comunión real con Él.

Ni solo el progreso, ni sola la tecnología,
ni solo los planes sociales pueden acallar
el grito dolorido de los crucificados por la pobreza,
por el trabajo indigno, por una educación sin calidad…

3. “Ardía su corazón”… “se pusieron en camino”
Nosotros creemos con el corazón ardiente que Jesús vive y entonces “nos ponemos en camino”, y salimos al encuentro de los hermanos para acompañarlos e integrarlos con la alegría propia que nos da sabernos acogidos siempre por la entrañable misericor-dia de nuestro Dios. Nuestro Dios no es impasible, ni habita en una omnipotencia distante. ¡No! Él es un Dios Amor que nos acompaña desde adentro de nuestra historia, comparte nuestros sufrimientos y nos transforma para que tengamos una existencia más humana y dichosa. Por eso, sólo una Iglesia samaritana, que se detiene e inclina ante tantos crucificados, puede pronunciar en verdad el nombre del Dios de Jesús. Una Iglesia que reacciona con misericordia y que se compromete en erradicar, o al menos aliviar tanto cuanto sea posible, el sufrimiento de los hermanos y hermanas. “¡Vine para que tengan Vida, y la tengan en abundancia!” (Jn 10, 10).

4. Quédate con nosotros… el regalo de esta Pascua
“Nosotros sabemos bien que la vida con Jesucristo se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo”; ”que no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio, que hacerlo sólo con la propia razón” (EG 266) y con nuestras solas fuerzas. “Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1). ¡Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito Amor! (EG 265). “La muerte no pudo apagar el Amor” (Cant. 8, 7). ¡La vida ha vencido! ¡Jesús ha resucitado! “Si no hubiera resucitado, seríamos los hombres más dignos de lástima” (1Co. 15, 19).

Que María de la Esperanza, quien también está siempre en medio nuestro, nos cuide con su ternura. Y con el calor de su amor materno nos haga cada día más hermanos, testigos y defensores creíbles de la vida y de su dignidad.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

Virginio D. Bressanelli SCJ, obispo de Neuquén
Fernando Croxatto, obispo auxiliar de Comodoro Rivadavia
Marcelo A. Cuenca, obispo de Alto Valle del Río Negro
Juan José Chaparro CMF, obispo de San Carlos de Bariloche
Miguel Ángel D’Annibale, obispo de Río Gallegos
Joaquín Gimeno Lahoz, obispo de Comodoro Rivadavia
Esteban M. Laxague SDB, obispo de Viedma
José Slaby CSSR, obispo de Esquel
Fernando M. Bargalló, obispo emérito de Merlo-Moreno
Miguel E. Hesayne, obispo emérito de Viedma
Marcelo A. Melani SDB, obispo emérito de Neuquén
Néstor H. Navarro, obispo emérito de Alto Valle del Río Negro
José Pedro Pozzi SDB, obispo emérito de Alto Valle del Río Negro