Tribuna

CON LA MIRADA PUESTA: Hacia la Pascua con Jesús

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RAMÓN DUS. Arzobispo de Resistencia (Argentina)

Cuaresma, que este año transcurre desde el 1 de marzo hasta el 13 de abril, nos encamina de nuevo hacia la celebración de la Pascua. La muerte y la resurrección de Jesús han signado nuestra historia. Así se nos ha revelado una lógica nueva para vivir, y con ella se nos ha regalado una esperanza cierta de redención, para el ser humano y para el mundo.

Pascua es la memoria del paso de la esclavitud a la libertad: esa maravillosa intervención de Dios que liberó a su pueblo de Egipto, y que se hizo compañero de ruta a través del desierto para entregarle una tierra donde habitar. El éxodo, el paso del desierto y la llegada a la tierra prometida sintetizan el itinerario de la historia de Israel, pero es también un paradigma de vida para la Iglesia y para el cristiano.

Desde esta mirada hablamos de la Cuaresma como un tiempo en el “desierto”, tiempo en el cual renovar esa actitud de estar en camino; también nosotros, hacia una “tierra prometida”.

Así lo expresaba el profeta en relación a Israel: “La conduciré al desierto, y le hablaré al corazón; le restituiré sus viñas. Haré del valle de Acor una puerta de esperanza, y ella me responderá como en los días de su juventud” (Os 2,16-17). El desierto no era la meta, ni el ideal, sino el paso de una situación de necesidad, física y espiritual, a un ámbito de libertad y de plenitud.

Esta experiencia que Israel repitió en su historia (cf. Jr 31,2-3), la vivió Jesús cuando fue tentado por el maligno (cf. Mt 4,1-11), y la experimenta también la Iglesia, probada en el mundo donde vive (cf. Ap 12,6.14). La fidelidad de Jesús que venció las tentaciones y las pruebas del “desierto” animan y sostienen al creyente para reconquistar la libertad de espíritu y para transformar el propio ámbito en esa “tierra prometida”, donde se armonicen las relaciones con los otros y con lo creado.

En esta Pascua, escuchamos de modo particular la voz de Jesús que no dice: “Te invito a Resucitar conmigo…”. Resucitar supone siempre un paso de la muerte a la vida. Para Jesús “estar muerto” señala una opción, un sentido de la vida que se ubica fuera de “su” camino. Al invitar a un discípulo a seguirlo, y ante la respuesta condicionada de éste, él le responde: “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22; Lc 9,60). Vivir la pascua es seguir a Jesús, que es “el camino y la verdad” (Jn 14,6), porque él también es “la resurrección y la vida”, como lo proclamó al resucitar a su amigo Lázaro (cf Jn 11,25-26).

Escuchar que nos dice: “Te invito a Resucitar conmigo…”, implica aceptar que la vida es un don para el servicio y la misión con la que Jesús sigue haciendo historia con nosotros. Una entrega de amor operante como el suyo nos hace pasar siempre de la muerte a la vida: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1Jn 3,14).

Pascua con Jesús significa resucitar con los otros. Un amor que hace también resucitar a los hermanos, porque es capaz de irradiar, atraer e inspirar el bien en el corazón del que es alcanzado por él. El amor verdadero es muerte a nosotros mismos, para resucitar en la comunión que busca incluir y transformar la realidad en cualquier parte o situación que vivamos.

Que nuestra caridad concreta nos haga vivir este año una Pascua inédita y gozosa, con esa alegría genuina que transmite la felicidad de creer.