Tribuna

Cinco años de Francisco: la fuerza del nombre

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Hace cinco años eran realmente pocos los que podían haber predicho la elección en cónclave del arzobispo de Buenos Aires, y menos aún los que se esperaban el nombre que elegiría el sucesor de Benedicto XVI después de la renuncia de este al pontificado, por primera vez en seis siglos. Sin embargo, la expectativa de este nombre existía, como anticipaban algunos electores y como se vio extrañamente en una imagen emitida durante el cónclave por muchas televisiones de un hombre vestido con hábito arrodillado bajo la lluvia gélida que caía en la plaza de san Pedro, con un cartel al cuello en el que se leía “Papa Francisco”, reasumiendo con ese escrito la expectativa, recurrente en el medievo, de una renovación radical gracias a un “papa angelicus”.

En la tradición judía y después en la cristiana, un nombre encierra mucho más que una preferencia o inclinación, como muestra la Biblia: el Señor cambia el nombre de Abraham, y lo mismo hace Jesús con san Pedro para indicar la transformación de su vida. La costumbre de asumir un nombre distinto al propio se afirmó mucho más tarde en algunas órdenes religiosas, como sucedió después de los primeros siglos en las sucesiones papales. Pero ningún pontífice había elegido llamarse Francisco, nombre de origen profano que en el latín medieval indicaba procedencia de Francia, pero convertido en cristiano por excelencia por renombrar al santo de Asís (bautizado como Juan) y su radicalidad en la imitación de Cristo.

Pobres, paz y custodia de la creación

Al inicio del sexto año de pontificado aparece clara la fuerza de dicho nombre, que Bergoglio quiso explicar a los periodistas congregados tres días después de la elección. Nombre que evoca la figura de san Francisco por tres motivos: la atención y cercanía a los pobres, encomendada al nuevo pontífice por un “gran amigo” (el cardenal brasileño Claudio Hummes que estaba a su lado en la Sixtina) cuando ya los votos habían superado los dos tercios necesarios; la predicación de la paz y la custodia de la creación. Tres componentes del mensaje cristiano que están caracterizando el desarrollo de los días del primer Papa americano, que es también el primero no europeo en casi 13 siglos y el primer Papa jesuita.

Indicando la necesidad que supone para la Iglesia salir a las periferias reales y metafóricas del mundo para anunciar el Evangelio, el arzobispo de Buenos Aires trazaba poco antes del cónclave las líneas de un pontificado esencialmente misionero, líneas que en pocos meses se habrían desarrollado en el largo documento programático que es ‘Evangelii gaudium’. Alegría, sí, a pesar de la persecución y martirio de tantos cristianos, a pesar del desequilibrio entre el norte y el sur del mundo, a pesar de la guerra mundial “a pedazos” tantas veces denunciada, a pesar de la devastación del planeta en perjuicio sobre todo de los pobres descrita en ‘Laudato si’, una encíclica acogida con interés y esperanza también por muchísimas personas que no parecen reconocerse en la Iglesia. Así, más allá de las fronteras visibles de la Iglesia llega la palabra simple y apasionada de un cristiano que, llevando un gran peso, pide todos los días que recemos por él.