Tribuna

A guisa de ejemplo

Compartir

Francisco Vázquez, embajador de EspañaFRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España

“En las sociedades más avanzadas no hay atisbo de contencioso religioso, y sus ciudadanos e instituciones reconocen con naturalidad los fundamentos cristianos de sus orígenes…”.

En la sociedad española se asienta la convicción de que la Iglesia católica goza de una situación de privilegio sin parangón en otras naciones, amparado en leyes, disposiciones y tratados que no solo la favorecen, sino que impiden la aplicación del principio de la separación de la Iglesia y el Estado.

Este sentimiento se va imponiendo, impulsado desde medios de comunicación que presentan a España como reducto del integrismo religioso más cerril, subrayando la extemporaneidad que hoy representan, a su juicio, la manifestación en recintos y ceremonias públicas de símbolos y maneras vinculados a la tradición católica, cuya presencia se considera una injerencia antidemocrática inconcebible en cualquier Estado moderno

Pero la verdad es la contraria. En las sociedades más avanzadas no hay atisbo de contencioso religioso, y sus ciudadanos e instituciones, sin menoscabo de la laicidad del Estado, reconocen con naturalidad los fundamentos cristianos de sus orígenes, recogiendo incluso institucionalmente símbolos y principios doctrinales de carácter religioso, en muchos casos con una importancia y una intensidad que vale la pena resaltar para que sirva como conocimiento a nuestros laicos inquisidores.

Cada cuatro años vemos en la ceremonia de su toma de posesión cómo el nuevo presidente de los Estados Unidos jura su cargo sobre una Biblia y termina invocando el auxilio divino con la fórmula: “Que Dios me ayude”.ilustración de Jaime Diz para el artículo de Francisco Vázquez 2880

En Dinamarca, uno de los países más modélicos en desarrollo de libertades y derechos, su constitución, en su artículo 4, establece que “la Iglesia evangélica luterana es la Iglesia nacional y goza como tal de la ayuda del Estado”, confesionalidad que se refuerza en el artículo 6º, que dispone que “el Rey debe pertenecer a la Iglesia luterana”.

También Noruega mantuvo en su constitución hasta fecha reciente idénticas obligaciones, aumentadas por las exigencias a los padres que profesasen la religión luterana de enseñar a sus hijos la doctrina en el seno de la familia. Hace pocos años, en una profunda reforma constitucional, estos artículos se sustituyeron por uno nuevo que declara tajantemente que los valores de la nación tienen una herencia cristiana y humanista.

Y en la que pasa por ser la democracia más antigua del mundo, Islandia, el cristianismo es la religión oficial nada menos que desde el año 999.

Pero el caso más paradigmático es el de Inglaterra, donde el cristianismo anglicano no solo es la religión oficial, sino que el jefe del Estado es Cabeza Suprema de la Iglesia Nacional, lo cual, entre otras cosas, veta el acceso al trono a un pretendiente o heredero que se declare católico.

Siendo numerosos los países que tienen al cristianismo como religión oficial, destacaría el dato revelador de que uno de ellos sea Costa Rica, la democracia más estable y asentada de todas las naciones iberoamericanas, cuya constitución, en el artículo 75, fija que “la Religión Católica Apostólica Romana es la del Estado, el cual contribuye a su mantenimiento”.

En la liberal Holanda, pionera de las políticas de integración y respeto hacia las minorías, su constitución, al fijar la fórmula del juramento del rey o regente, añade la invocación “que Dios todopoderoso me ayude”. Y al regular la enseñanza pública, el artículo 23 establece la obligación de respetar la religión, principio también contemplado en la constitución alemana, cuyo artículo 7 determina: “La enseñanza religiosa es asignatura ordinaria del programa de la escuela pública”.

Y qué decir de Italia, cuyos presidentes residen en el Palacio del Quirinal, que alberga una de las capillas más suntuosas del culto católico, como corresponde a un antiguo palacio papal, sin que hasta ahora ningún presidente hayan expresado malestar por su presencia.

De lo expuesto resulta evidente que lo realmente intempestivo es este resurgir en España de corrientes políticas fundadas en un anticlericalismo que nos retrotrae al siglo XIX. Esta actitud de ataque a la Iglesia es la que le resulta incomprensible a cualquier ciudadano, creyente o no, de las naciones que conforman la llamada civilización europea.

En el nº 2.880 de Vida Nueva