“¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros…!”

(Jesús Sánchez Adalid– Sacerdote y escritor)

“Precisamente porque religión e hipocresía suelen caminar muy juntas, y a veces se dan la mano, debemos luchar permanentemente por la conformidad entre nuestras creencias y nuestros hechos. Sólo así podremos hacernos oír en un mundo descreído y hostil”

Cualquiera puede hablar de lo que quiera, puede exponer sus razones, e incluso sus tópicos y superficialidades. La Iglesia no puede, no se le permite opinar como tal. Ante esta intolerancia, los católicos corren el riesgo de atemorizarse y convertirse en personajes banales que recitan una especie de blablablá bondadoso y acomplejado. El uso de estereotipos, el traspaso de la responsabilidad personal a una culpa colectiva, reduciendo el inmenso beneficio humano, histórico y social que supone la Iglesia por los errores y los desaciertos de personas muy concretas dentro de ella, resulta injusto y cruel.

La crítica –que no es lo mismo que la calumnia– es imprescindible para el normal funcionamiento de las sociedades y es también legítima y necesaria en la vida de la Iglesia. Pero la crítica debe ser equilibrada y serena; es decir, lo contrario de lo que nos está pasando.

Sólo nos queda hoy cierto consuelo al pensar que las críticas más amargas no hacen sino reconocer, al menos implícitamente, la innegable grandeza del ideal que los cristianos estamos llamados a realizar: el amor verdadero entre los hombres; el mandato de Jesús. Algo muy serio que nos enfrenta diariamente con la realidad de nuestras humanas limitaciones, y nos obliga a estar constantemente atentos para no perder ese rumbo, que está por encima de cualquier otro interés, por legítimo que parezca. Precisamente porque religión e hipocresía suelen caminar muy juntas, y a veces se dan la mano, debemos luchar permanentemente por la conformidad entre nuestras creencias y nuestros hechos. Sólo así podremos hacernos oír en un mundo descreído y hostil.

En el nº 2.705 de Vida Nueva.

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