Virtudes Parra: “Es tarea nuestra ‘enseñar’ que sí hay tiempo para saborear a Dios”

Carmelita descalza

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Virtudes Parra tiene 61 años y lleva 31 en el Carmelo de Altea (Alicante), del que dice: “Es una Comunidad donde he enraizado mi fe y he descubierto lo que es vivir en la Esperanza…”.

¿Qué aporta la Vida Contemplativa a nuestro ritmo de vida hiperconectado?

Lo nuestro es “señalar” el tiempo del sosiego, de las “cosas” de Dios. Dejarnos invadir por la Presencia del Otro, que en nuestro caso es Dios: en las Hermanas de la Comunidad, en aquellos que se acercan para pedir una oración o bien para que les escuchemos… Estamos hiperconectados. Yo, en ocasiones, me pregunto: ¿Escuchamos? ¿Estamos atentos a las necesidades de los demás? La Vida Contemplativa es signo y paradigma de que es posible pararse y escuchar las señales que Dios va dejando en la arena de nuestro tiempo.

¿Nuestros contemporáneos tienen tiempo para saborear a Dios?

Tiempo hay, aquel que nosotros queramos mantener para saborear a Dios…, hasta “en los pucheros anda el Señor”, como dice Teresa de Jesús… Debemos de aquietarnos para saborear, y ello se consigue con la práctica de tiempos fuertes, de silencio. Estoy convencida de que una de nuestras tareas es “enseñar” que sí tenemos tiempo para saborear a Dios.

¿Qué le duele de nuestro mundo? ¿Y de nuestra Iglesia? ¿Y de la Vida Consagrada?

De nuestro mundo me duelen las guerras, el ansia de poder de los ricos, la muerte de tantos niños perdidos en las calles, la vida de tantas familias rotas por la actual crisis, el hambre de Dios manifestando que no existe.

De la Iglesia me duele que no se nos valore lo suficiente, que no se dé el mismo trato a los monjes que a las monjas. Me duele de la Iglesia que sólo aparezca lo malo. Deberíamos ensalzar tantas vidas entregadas fielmente al seguimiento de Jesús. Estamos en una gran purificación eclesial, que debemos de admitir con gran humildad. También debemos decir que la gracia del Espíritu Santo nos fortalece y nos ayuda en nuestro caminar.

De la Vida Consagrada me duele el ver en ocasiones falta de ilusión, de esperanza, de entrega… No debemos de caer en las recetas de que todo va a ir mejor… ¡Hay que ponerse en marcha! ¿Hacia dónde? Cada uno, desde su puesto, para activar con creatividad la vida que nos toca vivir y las de aquéllos que el Señor ha puesto a nuestro lado.

¿Los ritmos comunitarios son imposibles para los jóvenes?

La gente joven sí sabe aceptarlos. Se necesita un “aprendizaje”. Ellos también nos enseñan, nos hablan de cómo deberían de ser estos ritmos. Se debe entablar un diálogo para ver aquéllo que se puede mejorar en el camino de buscar y saborear a Dios. La Vida Contemplativa tiene unos ritmos que ayudan a encontrar a Dios… Y también sirven de abnegación y de entrega a los demás, en obsequio de Jesucristo.

¿Qué nos estará diciendo Dios con la escasez de vocaciones a la Vida Consagrada?

Dios habla por medio de los signos de los tiempos. Hay que espabilar el oído cada mañana. Lejos de desanimarnos, nos ayuda a enraizarnos más en la fe y a vivir el momento presente con ilusión y radicalidad.

¿Transmitimos bien lo que vivimos?

Los consagrados, en líneas generales, transmitimos bien. Debemos de transmitir mejor no sólo “aquéllo que llevo en mis entrañas dibujado”, parafraseando a Juan de la Cruz, sino poniendo nuestro granito de arena en lo que conmueve el corazón y los sentimientos de la gente de a pie. Y también transmitir con elegancia y soltura el mensaje del Evangelio, hacerlo atractivo, con entrañas de misericordia.

MIRADA CON LUPA

La jornada Pro Orantibus nos invita este año, bajo el lema ¡Venid adoradores!, a descubrir los monasterios como referentes de paz para disfrutar al Señor Jesús. Algunas miradas miopes llegan a pensar que todo sería igual sin ellos… La verdad es que no. Una sociedad satisfecha necesita estas personas que nos recuerdan en el silencio qué es la gratuidad. Una buena jornada para querer y creer en la Vida Contemplativa… También la anciana y la que tiene pocas vocaciones, porque su valor es el signo, no la fuerza.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

Compartir