Marisol Biencinto: “Vemos en los ancianos el rostro de Cristo necesitado”

Misionera seglar en El Cairo

Marisol-Biencinto(Javier Fariñas) Mihail, Marsub, Lamei, Yousset, Latif, Kamal… Estos son sólo algunos de los nombres, tras los cuales se esconden personas queridas, que forman una pequeña parte de la historia reciente de Marisol Biencinto, toledana de nacimiento –es natural de la localidad de Carranque–, y egipcia de convicción. Misionera del Instituto Secular Pro-Ecclesia, desde el otoño de 2004 impulsa en El Cairo (junto a su compañera Mari Carmen Navas) el Hogar de la Sagrada Familia, en el que se ofrece acogida, cariño y atención a ancianos que, abandonados por las circunstancias o por sus propios seres queridos, no tienen otro lugar al que acudir.

Sin conocer la lengua ni las costumbres autóctonas, el 16 de octubre de 2004 llegaron a la capital egipcia. Cuando bajaron del avión, ya no sentían las turbulencias. Ni las del aparato que había tomado tierra, ni las del corazón, ésas que desestabilizan más que cualquier tormenta a miles de kilómetros de altura. “Yo mantuve una gran lucha. Me debatía entre el deseo de mi corazón de responder a lo que consideraba una llamada de Dios y aceptar la propuesta, que consistía en la atención de ancianos necesitados, para la que yo no me veía capacitada”, se sincera Marisol. Pero esta esperanzadora historia, sin embargo, había comenzado un año antes, cuando el obispo de Alejandría, Giussepe Bausardo, pidió a Pro-Ecclesia que pusiera en marcha una misión en El Cairo.

Dificultades

El instituto secular acabó aceptando la encomienda, después de un año de estudio y oración. Y es que las circunstancias no eran las más apropiadas. El contexto parecía erigirse en un muro insuperable, pues la escasez de vocaciones y la sobrecarga de trabajo hacían difícil tomar una decisión. Aunque, al final, se dejaron a un lado los posibles problemas y se decidió actuar por y para gente necesitada. Necesitada de atenciones materiales y cuidados físicos… Necesitada de comprensión y amor. Tampoco fue fácil el inicio del trabajo en tierras egipcias. Los ancianos tardaron casi dos meses en llegar. En los comienzos de 2005 acogieron al primero. A ése le siguieron otros cuatro. Con un grupo de cinco personas, comenzaron la misión con un objetivo principal: “Que el Hogar de la Sagrada Familia sea eso, un hogar donde los ancianos puedan vivir dignamente; donde los demás veamos en ellos el rostro de Cristo necesitado que reclama nuestra atención y cariño”. En la actualidad, los ancianos que viven en el Hogar son quince, “porque no hay capacidad en la casa para más. Proceden de lugares pobres, algunos extremadamente pobres, con o sin familia, o de situaciones muy delicadas”.

El rosario en árabe

Como en tantos lugares donde la Palabra de Dios se encarna, haciéndose real en las personas, actuando directamente en su corazón, en el Hogar de la Sagrada Familia no se pregunta por la procedencia, la condición social, la confesión religiosa o la vida vivida de aquéllos que llaman a su puerta. La mayoría de los ancianos son coptos ortodoxos, “y algunos, los menos, católicos. Cada día rezamos el rosario en árabe por la unidad de los cristianos. Atendemos a musulmanes que vienen a pedirnos algo para comer o vestir, a ponerse una inyección o a tomarse la tensión”, cuenta Marisol, quien añade que “no hemos tenido ningún problema por ser misioneras católicas”.

Ahora, que comienzan a chapurrear el árabe y a vivir con fluidez en El Cairo, les han cedido un piso para el que ya han ideado un futuro: convertirlo en centro de acogida para huérfanos o chavales provenientes de familias desestructuradas: “Nosotras somos dos y no damos para mucho más de lo que hacemos. Necesitamos manos y corazones que quisieran entregar su vida a Dios y nos ayudaran en esta hermosa tarea. Necesitamos vocaciones. Si alguna joven, o no tan joven, se siente inclinada hacia este estilo de vida y quiere vivir una experiencia, que se ponga en contacto con nosotras”. Queda dicho.

En esencia

Marisol-Biencinto-2Una película:
La vida es bella, de Roberto Benigni.

Un libro: Cinco panes y dos peces, del obispo vietnamita Van Thuân.

Una canción: cualquiera de Mª Dolores Pradera.

Un deporte: el patinaje artístico.

Un deseo frustrado: escribir, hacer poesía, pintar.

Un recuerdo de la infancia: las navidades con mi familia y mi abuelo.

Una aspiración: ser santa.

Una persona: mi madre.

La última alegría: la imagen de la Virgen que nos ha regalado un musulmán.

La mayor tristeza: la muerte de mi madre.

Un sueño: ser fiel a lo que Dios quiera de mí.

En el nº 2.696 de Vida Nueva.

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