María Pilar Lis Viñuales: “Dios me llamó, le escuché y aquí soy muy feliz”

Misionera laica en Nairobi (Kenia)

María-Lis(Victoria Lara) Al escuchar hablar a María Pilar Lis Viñuales (Liria, Valencia-1974) de su experiencia trabajando con mujeres y niños en los suburbios de Nairobi (Kenia), dos son las palabras que más veces pronuncia: “Dios” y “felicidad”. Y la primera tiene mucho que ver con la segunda, porque como ella misma afirma: “Dios me llamó y yo le escuché; y aquí estoy, siendo la más feliz del mundo cada día”. Esta profesora valenciana viajó por primera vez al Cuerno de África en el verano de 2006 para trabajar como voluntaria con la Familia Marianista, y lo siguió haciendo durante los años siguientes, siempre coincidiendo con las vacaciones escolares. En esta ocasión, se quedará durante todo un año como misionera laica, haciendo algo para lo que ella cree que se sentía llamada desde siempre: dar su vida por los demás. “Desde muy jovencita he trabajado como voluntaria en Valencia con niños con discapacidades mentales (en el Cottolengo de Valencia) y con ancianos en el asilo de mi pueblo”.

¿Quiénes son aquéllos por los que asegura que se levanta “todos los días inmensamente feliz”? Son las mujeres de una de las zonas más pobres de la capital de Kenia, muchas de ellas embarazadas o madres muy jóvenes que no tienen recursos para sobrevivir; o los niños de los suburbios de Mukuru, “un lugar en medio de la nada y rodeado de un hedor indescriptible”, cuenta María.

Disposición total

“Mi trabajo aquí es muy variado. Hago de todo y siempre digo que ‘me usen’, que para eso estoy aquí. Dedico mi tiempo a ellos, a los que Dios más quiere”, añade. Un trabajo que consiste en dar clases de Conocimiento de uno mismo a las mujeres que acuden a la Casa de María-Imani –que significa “fe” en swahili–, donde se les enseña a ser autosuficientes aprendiendo un oficio (confección, peluquería y encuadernación), así como a cuidar de sus hijos pequeños. “Soy muy feliz compartiendo con ellas. Aprendo y me enseñan cada día infinidad de cosas”, apunta. También imparte español en el colegio Nuestra Señora de Nazareth, donde estudian cerca de 1.800 niños de entre 5 y 14 años, y donde, además, entrena al equipo de baloncesto femenino y ejerce como trabajadora social.

María Lis se entusiasma aún más si cabe cuando habla del día que conoció un proyecto de las Misioneras de la Caridad que atiende a menores, muchos de ellos con alguna discapacidad mental: “Les di de comer, jugué con ellos, les achuché, les canté (…) Dios también estaba allí, en esa enormes camas con los niños. Estaban todos tan limpios…, jamás os podéis imaginar ese sitio tan impresionante en medio de unos suburbios inhumanos”. Este proyecto lo llevan las religiosas de la congregación de la Madre Teresa de Calcuta, la persona que María afirma que más ha influido en su fe, aunque ella nunca se haya planteado la vida consagrada… “Doy gracias a Dios una vez más por esa maravillosa experiencia. Siempre he querido estar ahí, con esos niños”.

Cuando le pregunto qué siente ayudando a esas personas, asegura que no le gusta la palabra “ayudar”: “Ellos me ayudan a mí mucho más, sin lugar a dudas. Ellos me llenan completamente. Siento a Dios muy cerca de mí y veo a Dios en la cara de todos esos niños, me siento feliz y muy afortunada”. Lo más difícil para María, sin duda, es pensar qué hará una vez que pase este año en Kenia: “Dios me ayudara a decidir. Ésta es mi segunda casa”.

En esencia

María-Lis-2Una película: ¿sólo una? El jardinero fiel, La lista de Schindler, El color púrpura.

Un libro: Dios vuelve en una Harley y la Biblia.

Una canción: ¿sólo una? Ave María, de Schubert; Juntos, de Paloma San Basilio; ¿Y cómo es él?, de Jose Luis Perales.

Un deporte: el baloncesto.

Un rincón del mundo: Nairobi, en los suburbios de Mukuru.

Un deseo frustrado: todo está sucediendo en mi vida cuando Dios quiere que suceda.

Un recuerdo de la infancia: cuando mi abuelito Paco venía a recogernos a misa los domingos por la mañana a mis hermanos y a mí.

Una aspiración: ser feliz.

Una persona: imposible separar a mi madre y a mi padre.

La última alegría: trabajar en el proyecto de la Madre Teresa de Calcuta en los suburbios de Huruma (Nairobi) con discapacitados mentales.

La mayor tristeza: perder a mi abuelito Paco.

Un sueño: Ser feliz y que mi familia sea feliz.

Un regalo: mi vida.

Un valor: la honestidad y la honradez, van unidas.

Que recuerden por… quiero ser buena persona y que me quieran por lo que soy.

En el nº 2.698 de Vida Nueva.

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