Entre el ‘mea culpa’ y la legítima defensa

(+ Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)

“Aunque el pecado es individual, cuando éste se manifiesta pública y repetidamente, todos en la Iglesia tienen la obligación de buscar sus raíces y de encontrar la causa de la quiebra de valores que lo hizo posible. Pero con la misma contundencia hay que adoptar una actitud de legítima defensa ante el interés de ciertos sectores de la sociedad y de algunos medios de comunicación, por sacar trapos sucios de la Iglesia”

Con contundencia hay que decir que nada disculpa determinados pecados; y especialmente aquéllos que, por ser delitos, son indignos de cualquier ser humano. Y si los cometen personas consagradas, la Iglesia misma, además de tomar las medidas pertinentes, ha de pedir perdón a las víctimas inocentes y al mismo Dios, al que siempre apunta el pecado. Entonar el mea culpa es un ejercicio necesario y sanante para cualquier institución; y la Iglesia católica lo practica habitualmente como medio necesario para la conversión personal y comunitaria. Porque, aunque el pecado es individual, cuando éste se manifiesta pública y repetidamente, todos en la Iglesia tienen la obligación de buscar sus raíces y de encontrar la causa de la quiebra de valores que lo hizo posible.

Pero con la misma contundencia hay que adoptar una actitud de legítima defensa ante el interés de ciertos sectores de la sociedad y de algunos medios de comunicación, por sacar trapos sucios de la Iglesia. Lo hacen, además, con una tremenda amnesia sobre la inmensidad del bien que hacen la mayoría de los sacerdotes católicos. Es increíble el escándalo farisaico con que se manifiestan. No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que, en sus discursos moralizantes, no les importa lo más mínimo la integridad moral de la sociedad, sino que buscan a toda costa dañar la imagen de la Iglesia, sin reparar en nadie, incluido el Santo Padre, al que están apuntando con especial saña. Pero todo indica que, quienes así actúan, se han equivocado de táctica; porque, como sucede en cualquier familia, cuanto más ataquen al padre, los hijos más le quieren y más estarán a su lado para defenderle.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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