Camus o el hombre que quiso creer

El cincuenta aniversario de la muerte del autor de “El extranjero” obvia su acercamiento a la fe

Albert-Camus(Juan Carlos Rodríguez) Si Albert Camus no hubiese fallecido en el absurdo accidente de carretera aquel 4 de enero de 1960 en Villeblevin, a los 47 años de edad, se hubiera bautizado. En la justa concelebración del 50º aniversario de la trágica muerte del gran autor francés, apenas se ha oído hablar de la revelación que Howard Mumma, el pastor metodista, amigo y confidente del Premio Nobel de Literatura, hizo justo hace una década en El existencialista hastiado (Editorial Voz de Papel), un hermoso testamento a modo de diálogo entre un hombre de fe y un hombre que busca la fe. “A menudo leo que soy ateo, oigo hablar de mi ateísmo. Ahora bien, esas palabras no tienen sentido para mí. Yo no creo en Dios y no soy ateo”.

Albert-Camus-2Al nombrar a Camus –lo hemos leído, quizás hasta la exasperación estos días– habita un lugar común que le contradice, reduciéndole, una vez más, a un ateísmo absoluto y falso. Pero Camus era todo lo contrario; era, según Jean Daniel: “Un hombre que se puso como disciplina una lucidez extrema, el pensador que abominó de lo absoluto, cultivó la duda, introdujo heroísmo en el comedimiento y anticipó que en lo sucesivo tendríamos que intentar conservar el mundo en vez de intentar cambiarlo, ese hombre definió un comportamiento y una actitud en vez de un credo. Y eso es exactamente lo que necesita nuestra época”.

Camus era, ante todo, duda, contradicción a veces, era “ateo en indagación de Dios”, como lo describe Oliver Todd en Albert Camus. Una vida (Tusquets): “Aparte el sol de las playas de Orán, el boxeo y el fútbol, Camus practicó a los griegos, a Plotino, san Agustín y Pascal. Nietzsche y Dostoievsky le resultaban más importantes que Marx. Y se permitió ser ateo sin aceptar que Dios pudiera ser reemplazado por la historia”. En 1978, Herbert Lottman escribió una biografía impecable de él. Tanto que parece la de otro hombre. Todd, en cambio, restituye a un hombre complejo. Camus es más denso, más incomprensible, más misterioso en la biografía de Todd que en la de Lottman. Es más profundo aún que el perfil que de él se expone al uso. Todd cuenta, por ejemplo, que en su viaje a Estocolmo, a recibir el Nobel, Camus dona 700 coronas a la Iglesia reformista. ¿Por qué habría de hacerlo un ateo tajante y furibundo, que es a lo que se le quiere reducir?

Vayamos a Mumma, a cuya iglesia Camus acudía para escuchar al organista Marcel Dupré, aunque acabó trabando amistad con el reverendo y entablando con él diálogos más allá de falsos convencionalismos (reseñados en El existencialista hastiado) para superar la angustia de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte: “La razón por la cual yo estoy viniendo a la iglesia es porque estoy buscando. […] Soy un hombre exhausto y desilusionado; es imposible vivir sin sentido, pero frente a la desesperación, he encontrado motivos para tener esperanza. Por encima de todo, valoro la vida. Me encuentro en algo que es casi como un peregrinaje; buscando algo que llene el vacío que siento, y que nadie más conoce. Ciertamente, el público y los lectores de mis novelas, aunque ven ese vacío, no encuentran las respuestas en lo que están leyendo. En el fondo tiene usted razón: estoy buscando algo que el mundo no me está dando. […] Desde que estoy viniendo a la iglesia, he estado pensando mucho sobre la idea de una trascendencia, algo totalmente distinto de este mundo. Es algo de lo que no se oye hablar mucho hoy día”.

“Estoy preparado”

Libro-ExtranjeroPocos días después, refiriéndose al bautismo, Camus le vuelve a decir: “Howard, estoy preparado. Quiero esto. Esto es a lo que yo quiero comprometer mi vida”. Si hemos de creer a Mumma, al final del verano de 1959, Camus se despide de él en el aeropuerto de París con una frase más que elocuente: “Amigo mío, mom chéri, gracias… ¡Voy a seguir luchando por alcanzar la fe!”. Pero la muerte apareció de repente el 4 de enero de 1960. No es, sin embargo, la única referencia a un Camus enfermo que quiere creer. Está el testimonio de Ignace Lepp, incluso del mismo Jean Paul Sartre acerca de la cuestión de Dios y su alejamiento de Camus, más público y notorio por otras cuestiones, como el rechazo a la URSS o la independencia argelina. Hasta entonces, hasta alcanzar este marco, es innegable que la obra de Camus está impregnada de una idea general acerca de que nada hay más allá de esta vida y que no se puede sacrificar la libertad humana por un Dios que nos limite. Es una idea que, sin embargo, enmarca en una concepción positiva del hombre, en la creencia de una preeminencia del ser humano ante las ideas.

A partir de Nietzsche y Dostoievski, Camus siempre hizo girar su pensamiento alrededor de la paradoja de Iván Karamazov –“Si nada existe, todo está permitido”–, ante la que responde que, precisamente porque la vida carece de sentido, hay que darle uno. Lo cual le llevó a afirmar: “La presencia de un Dios capaz de dar sentido a la vida es muchas veces preferible a la posibilidad de poder comportarse mal impunemente”. Pero es el Camus que en La peste, ante el sufrimiento humano y el “silencio de Dios”, ya había proclamado que la “única excusa de Dios es que no existe”; por eso prefiere optar por la moral como sentido a nuestros actos. En cierto modo, lo expresa “la búsqueda de la santidad sin Dios”, en otro pasaje de La peste, cuando Tarrou pregunta al doctor Rieux “cómo se hace uno santo”. Rieux le responde: “¿Pero usted no cree en Dios?”. A lo que Tarrou contesta: “Justamente: ¿puede ser uno santo sin Dios?; es el único problema concreto que me interesa actualmente”. Pero esa actitud, ese compromiso ético, está irremisiblemente lleno de Dios, de humanismo, por ello, quizás, La peste acaba dejando constancia de que el doctor Rieux decidió redactar el relato “para decir sencillamente lo que se aprende en medio de la plagas: que hay en el hombre más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Este es el Camus que Jean Daniel reivindica en Camus, a contracorriente (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg), un intelectual “más ejemplar que doctrinario, más testigo que juez, más contagioso que persuasivo”. Y es el que dibuja Charles Moeller en Literatura del siglo XX y Cristianismo: “Camus o la honradez desesperada”.

El silencio de Dios

Libro-PesteEn cierto modo, Camus también fue un hombre rebelde ante su éxito. Le confesó a Mumma: “He conseguido hacer mucho dinero porque he sido capaz de articular la desilusión del hombre por el hombre. He tocado algo en el interior de mucha gente, porque identifican en mis obras la angustia y la desesperación. Me dirigí al sinsentido y a la incertidumbre. Esto, más que ninguna otra cosa, es lo que me consterna, ésta es la raíz de mi desesperanza”.

Camus sufre porque quiere creer, pero no puede obviar ese “silencio de Dios” ante el sufrimiento o el horror que ha sido abanderado en nombre de la religión, pero él mismo se sobrepone respondiendo: “El sufrimiento es un hecho. No podemos escapar a su existencia. Es nuestro comportamiento frente al sufrimiento lo que define quiénes somos. Somos libres. Elegimos sucumbir a nuestra realidad o rebelarnos y luchar por la felicidad”. Es la rebelión constante del espíritu que mueve al hombre a ser crítico, humanista y emancipador, según Camus. Pero él, según Jean Daniel, “no nos ofrece ningún sistema global ni ninguna concepción del mundo, sino sólo nos brinda una actitud de compromiso ético”, concretada en cuatro obligaciones exigibles a todos los intelectuales: “Identificar el totalitarismo y denunciarlo; no mentir y saber reconocer lo que se desconoce; negarse a dominar; y rechazar en toda ocasión y bajo cualquier pretexto toda clase de despotismo, aun cuando sea transitorio”. Esta actitud ética de Camus –la auténtica razón de su fuerza– era tan notoria que Sartre escribió en su necrológica que “representaba en este siglo, y contra la historia, al heredero actual de esa larga estirpe de moralistas cuyas obras tal vez constituyan lo más original de las letras francesas”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.693 de Vida Nueva.

Compartir