Antonio

pablo-dors(Pablo d’Ors– Sacerdote y escritor)

“Hoy son pocos los curas que realmente sepan, no ya hablar de Dios, sino conducir a Él: sabedores de cuándo detenerse o avanzar por un determinado camino, cuándo insistir en un pensamiento o en una afección, cómo hacer para vencer una tentación o erradicar un vicio”

Cuando tenía 19 años, encontré a un sacerdote que me hizo esperar y desear los dones del Señor como nunca nadie me había hecho esperar nada: me creó el suspense de la salvación. Retuvo sabiamente mi alma inflamada, dándome sólo una ración escasa, para que mi hambre y sed no dejaran de aumentar. ¡Qué hombre! ¡Qué bien sabía Antonio –así se llamaba–, de las estrategias del llamamiento y del discipulado! Me estimulaba para que eligiera y para que volviera a elegir; y para que, eligiendo, fortaleciera mi convencimiento y me emborrachara de esa libertad en que debe estar basado todo verdadero seguimiento.

Hoy son pocos los curas que realmente sepan, no ya hablar de Dios, sino conducir a Él: sabedores de cuándo detenerse o avanzar por un determinado camino, cuándo insistir en un pensamiento o en una afección, cómo hacer para vencer una tentación o erradicar un vicio. Antonio no. Él escuchaba todo lo que yo le decía. Me tomaba completamente en serio. Me atendía como si nunca hubiera hecho algo similar. Para mí fue un maestro exterior que avivó la energía de mi maestro interior.

Veo el flexo de su mesa, iluminando los papeles sobre los que siempre trabajaba; veo el movimiento lento con que introducía su cabeza en la casulla –poco antes de la misa– y el movimiento brusco con el que luego la arrojaba atrás. También le veo con la mirada en la ventana, cuando llovía; y despachando a las mujeres, que nunca terminaban de salir de su sacristía; y arrodillado ante el sagrario con un recogimiento que nunca olvidaré. ¿Cómo rezará este hombre?, me preguntaba yo con 19 años. ¿Qué le dirá a Dios? Y pensaba que yo deseaba tener una cara así: curtida y surcada por sabe Dios cuántos diálogos íntimos, blanda y dura a un tiempo, fuerte y suave, amorosa y desapegada. Yo miraba a Antonio y él miraba a Dios; y así se nos iban las tardes, lentas y amables, en la parroquia.

En el nº 2.699 de Vida Nueva.

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