Año Sacerdotal: acción de gracias y algunos silencios

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, CMF) Hay más misión compartida de la que somos capaces de expresar. En la Iglesia construimos la esperanza a base de gestos de comunión, de palabras de reconocimiento y de silencios de integración. En ocasiones, los silencios son otra cosa. No hace mucho, en una celebración agradecida por el ministerio sacerdotal, con abundantísimo clero y Vida Consagrada; muchos laicos y un buen grupo de obispos, me impresionó un silencio. En la acción de gracias hubo recuerdo para casi todos… porque el  “todos” constituye la Iglesia. Pero hubo un lapsus, un silencio. Los cientos de consagrados presentes encontraron (o encontramos) el reconocimiento en el silencio.

Los consagrados hemos pecado algunas veces de búsqueda de un protagonismo indebido. Incluso me atrevería a decir que, en otras, nos hemos creído los “propietarios de la profecía”… Pero, las más, hemos encontrado, con paz, nuestro sitio en el silencio. Eso sí, con la lucha diaria de estar, complementar y hacer posible la comunión.

El Año Sacerdotal culmina en Roma. Un magno encuentro con muchas presencias, fuerza y reconocimiento de un ministerio de vida. ¿Por qué no reconocerlo?, a partir de ahora la llamada a la fidelidad se percibe con más fuerza, con un marcado tinte comunitario…

Benedicto XVI nos propuso la figura del Cura de Ars, ejemplo de abnegación y sacrificio; de fidelidad y desposorio con la comunidad. En España, felizmente, renueva su fuerza el patrono del clero español, Juan de Ávila: andariego, aglutinador de experiencias, armonizador del libro y el barro… padre de una nueva espiritualidad. Un año rico y lleno de reflexión.

También un año duro. Cascadas de noticias terribles sobre infidelidades y delitos. Información interesada, medida y a goteo que, como las torturas, hace daño y ha conseguido que celebremos sin triunfalismos, ni sobrevaloración de fuerzas.

En medio de tanta noticia y tanto encuentro; tanta celebración y congreso, hay dos ausencias que, en esta página, duelen especialmente: aquellas religiosas, sobre todo, que hacen posible la fidelidad de no pocos presbíteros diocesanos y aquellos presbíteros que son consagrados. Unas y otros aparecen en el Año Sacerdotal casi “a calzador”.

Miles de religiosas están realizando en nuestro mundo y en nuestra España tareas ayer confiadas a un clero abundante. Lo saben ellas, los presbiterios y los pastores. No voy a decir que no se agradece, me consta que sí, pero sí voy a decir que se silencia. De norte a sur del país hay comunidades de consagradas que son el alma del sacerdocio. Evocan la constancia de madres abnegadas que ayudan a crecer al presbítero en la donación; compañeras de camino que ofrecen fuerza y aliento en la, siempre presente, soledad; pedagogas que “enseñan” y están ahí cuando el ministerio se olvida de la oración y se torna en funcionariado. Hogar, comida y calor de muchos ministros. El Año Sacerdotal es el año de la acción de gracias a tantas hermanas que han encontrado en el acompañamiento, cuidado y socorro de no pocos sacerdotes, el sentido fiel e íntimo de su consagración.

A su lado, muchos religiosos presbíteros están viviendo su pertenencia a la Iglesia local, sirviendo desde el Ministerio de Cristo a la comunidad.  De nuevo, en el silencio de no pocos pastores y presbíteros, hay mucho agradecimiento a este ministerio coral que enriquece y motiva a la Iglesia a ser comunidad en la diversidad.

Si no me falla la memoria, sólo ha habido dos referencias notables. Una obligada, y es el número especial que la revista de la Congregación de Religiosos, Sequela Christi, dedicó al tema, y otra, la publicación de los trabajos para un Simposio en este país. Pocas publicaciones sobre los ministros ordenados religiosos, si tenemos en cuenta que éstos son la tercera parte de todos los ordenados. Hace años, un predecesor sabio, en la revista Vida Religiosa se preguntaba ¿por qué apenas hubo participación activa de los ministros ordenados religiosos; aquéllos que unen en sí la diakonía y la martiría? Estaba hablando de la I Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes y decía él… “posiblemente no hayan sido suficientes estos años de post-Concilio”. Corría el año 1971.

MIRADA CON LUPA

Algún día aprenderemos: la Iglesia celebra unida y crece unida en la diversidad. Porque ahí, en la pluralidad y en la complementariedad es donde los acentos enriquecen. Los consagrados podemos ofrecer una palabra: comunidad. Lugar en el que el cristiano se hace; hogar en el que el presbítero es.

lagonzalez@vidanueva.es

En el nº 2.711 de Vida Nueva.

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