Alejandro Fernández Pombo: “Lolo es todo un ejemplo de buena práctica del periodismo”

Maestro de periodistas

(Texto y foto: José Luis Celada) Cuando Alejandro Fernández Pombo habla de Manuel Lozano Garrido, Lolo, trata de mantenerse fiel al consejo que una vez le oyó al próximo beato andaluz: “Cuidado, mucho cuidado con las palabras pomposas”. Por eso, a punto de cumplir los 80 años, este toledano de Mora, maestro de periodistas, huye de ellas para recordar a un hombre que “era la sencillez en persona” y que “no se dedicaba a ser santo, sino a ser cristiano”, añade, tomando prestada la descripción que hiciera José Luis Martín Descalzo.

Del trato surgió la amistad, “salpicada de cartas y de encuentros muy espaciados”. Y, en unas y otros, Alejandro fue descubriendo impresionado “su alegría permanente, su amabilidad, su cordialidad y su afán por no ser protagonista, que era una manera amable de dar importancia a los demás”. Un cariño que se hacía presente en cada uno de los renglones de esas misivas, “mientras pudo hacerlo o dictadas a Luci, su hermana, cuando ya no era dueño de sus propios dedos”; cuando se “oía su sonrisa” por teléfono”; en esos viajes a su Linares natal o “cuando él venía a Madrid en los tiempos en que todavía sus hermanos le traían a los grandes médicos, a ver si podían hacer algo con aquel chico de Acción Católica que se iba agarrotando, que se iba quedando ciego, pero sin quejarse nunca, sonriendo siempre a media voz”.

Un testimonio de vida que Lolo adornó con un “don especial” para la escritura: “Tenía todas las virtudes que se le exigen a un buen periodista y carecía de todos los defectos que pueda tener un mal periodista”, sostiene el que fuera director –entre otros medios– del diario Ya y las revistas Signo, Vida Rural y Nuestra Ciudad. Alejandro supo de él en los años 50, estando en Signo. Allí, una de sus misiones era leer los periódicos de Acción Católica que se hacían en provincias, y fue entonces cuando atrajeron su atención los artículos llegados de Linares, “lo bien hechos que estaban, lo bien titulados, su sentido periodístico, la fuerza de sus titulares…”. Al interesarse por quién estaba detrás de aquella sencilla revista, le dijeron: “Eso lo hace todo Lolo, Manolo Lozano”.

Y aquel hombre, que no había cursado estudios de periodismo ni había tenido la oportunidad de practicar por sus enfermedades, enseguida dejó la impronta de su estilo, tanto en sus colaboraciones en la prensa (Signo, Vida Nueva, Prensa Asociada, Ya…) como en sus libros: “La defensa de la verdad y un increíble optimismo”. Gracias a su formación cultural y a sus muchas lecturas, “escribía sobre cualquier tema y lugar”, hasta el punto de que “alguien que no le conocía me dijo: ‘Cuánto viaja o ha viajado ese colaborador vuestro’”, relata Alejandro. Todo un “archivo viviente” –que díría Martín Descalzo–, que tenía fotografiado en su interior todo lo que había visto antes de quedarse ciego.

De lo humano y lo divino

“Ya había publicado en Signo cerca de veinte artículos, cuando José María Pérez Lozano se le llevó a Pax y luego a Vida Nueva –prosigue recordando el que fuera también presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid entre 1999 y 2003–, donde escribía de todo lo humano y lo divino, pero de lo divino al alcance de los humanos, y de lo humano con una intención divina; y siempre con reportajes que eran interesantes y novedosos”.

Ahora, el 12 de junio, aquel hombre será el primer periodista español en subir a los altares, “también puede ser el primer joven de Acción Católica santo, el primer santo de la ONCE, y puede que el primer santo seglar de nuestro tiempo no mártir, pero sí de silla de ruedas”, añade Alejandro. “Para nuestra profesión –rubrica este veterano informador–, todo un ejemplo de espiritualidad y buena práctica del periodismo; quizás un futuro patrón de los periodistas españoles”.

En esencia

Una película: Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica.

Un libro: El Quijote.

Una canción: Un ramito de violetas, de Cecilia.

Un deporte: viajar.

Un rincón del mundo: Mora (Toledo), mi pueblo.

Un deseo frustrado: los lugares que me hubiera gustado visitar, como Tierra Santa, Machu Picchu y China.

Un recuerdo de infancia: las excursiones al campo con mi hermano Rafael.

Una aspiración: ser mejor persona.

Una persona: Mari Tere, mi mujer.

La última alegría: mi último libro.

La mayor tristeza: la muerte de mis padres.

Un sueño: la paz en el mundo.

Un regalo: mis hijos y mis nietos.

Un valor: la verdadera amistad.

Que me recuerden: como maestro y como periodista.

En el nº 2.711 de Vida Nueva.

————

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir