Al ritmo de Pentecostés

(Maite López Martínez) Recientemente, la Iglesia universal celebraba el Día mundial para las comunicaciones sociales. Bajo esa amplia y vasta denominación, se piensa normalmente en la prensa, la radio, la televisión y, últimamente, en Internet. No tanto en algunas expresiones artísticas y culturales como el cine o el teatro, que son también medios de comunicación, incluso “de masas”. Pero, ciertamente, casi nadie piensa en la música, que está presente en todos ellos de manera relevante, significativa y, en algunos casos, imprescindible.

En cuanto medio de comunicación también tiene sus propios mecanismos, su industria y sus correspondientes límites. Pero ciertamente, encaja a la perfección con las palabras de Benedicto XVI en su mensaje de este año, pues “permite una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”.

La música es un poderoso medio de comunicación en nuestras manos y también en las de Dios ya que, a través de ella, llega al centro vital de millones de personas, con quienes se comunica a su manera. Pocos se resisten a los encantos de la música, y Dios lo sabe. Por eso, me atrevo a pensar que, de no haberse encarnado como lo hizo, quizás Dios hubiera elegido ser música. Ambas son presencias reales, aunque no se vean y necesitan mediaciones para darse a conocer. De ahí que la inminente celebración de Pentecostés sea un momento ideal para celebrar el misterio, la belleza y la fuerza de la música: como los apóstoles en el cenáculo, los artistas cristianos se ven impulsados a expresar su fe con música; al igual que en Babel, la música llena la tierra de ritmos, estilos, géneros, lenguas y funciones diversas pero enriquecedoras… Porque la música, como el Espíritu de Dios, casi con toda seguridad ha sido en algún momento de nuestra vida luz, descanso, consuelo, tregua, brisa, aliento o gozo.

mtlopez@vidanueva.es

En el nº 2.708 de Vida Nueva.

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