Sumario

LA ÚLTIMA: El diálogo más allá del ruido

Francesc Torralba
FRANCESC TORRALBA ROSELLÓ
Filósofo

La cuestión por el telos del diálogo no es baladí. Determinar el fin de este encuentro es fundamental para evitar la frustración de expectativas para unos y para otros.

Muchas veces, sin decirlo, el fin implícito es convencer al otro, conseguir que cambie su visión del tema, que abandone su postura para que se sume al supuesto bando de la verdad. Con demasiada frecuencia, se plantea el diálogo en términos de confrontación argumentativa, de competición dialéctica con el objetivo de determinar un ganador y un perdedor, como si de una batalla deportiva se tratara, de una lucha entre dos espadachines.

Se trata de dialogar para aprender juntos, para ampliar la perspectiva personal tanto de unos como de otros, para comprender las razones del otro y, simultáneamente, para darme cuenta de mis propias razones. En el diálogo, el interlocutor es una excusa para tener que argumentar lo que uno cree en sus adentros, es un elemento catártico, casi purificador.

No sabemos, cuando hablamos con alguien, qué efecto tendrán sus palabras en nuestra vida, ni sabemos qué conversaciones dejarán huella en nuestro interior. No anticipamos nuestros recuerdos; no sabemos qué va a quedar del otro en nuestro propio legado personal. No sabemos qué palabras van a cambiar nuestro modo de ver las cosas, nuestras rutinas. A veces, una conversación, aparentemente frívola, es más valiosa que mil lecciones y mil lecturas, pero el fruto de la misma no acaece al terminar la conversación, sino después de muchos años y de muchas experiencias. Eso significa que no se debe buscar en el diálogo una rentabilidad inmediata, un fruto pragmático, pues, en ocasiones, el efecto de esta conversación tarda años en dar resultados.

No comparto la tesis de Gianni Vattimo según la cual la finalidad del diálogo radica únicamente en identificar las condiciones de posibilidad del diálogo. Escribe el apóstol del pensiero debole en su libro Dios: la posibilidad buena: “La única verdad que podemos esperar del diálogo es el establecimiento de condiciones con las que sea posible dialogar. El resto, podríamos decir, son ‘historias’, las historias que en el diálogo nos contamos unos a otros, sin ninguna pretensión de enseñar nada”.

Evidentemente, solo puede existir diálogo si se identifican las condiciones de posibilidad del mismo, lo que Immanuel Kant denomina el trascendental del diálogo, pero una vez determinadas las condiciones, es fundamental empezar a dialogar, a intercambiar logoi, esto es, historias, creencias, sentimientos, pensamientos, pues en este intercambio uno aprende, progresa, crece intelectual y emocionalmente, de tal modo que jamás será como el que empezó a dialogar.

Las historias ilustran, enseñan, dan que pensar y pueden suscitar cambios en quien las escucha. No las contamos para enseñar nada a nadie, pero el que las escucha atentamente puede aprender.

El ser humano aspira a la verdad, necesita conocerla, no se contenta con pasar el tiempo con historias, con el puro fluir de informaciones que vienen y que van. Desear la verdad no es poseerla. Lo que se posee ya no se anhela. El anhelo siempre se refiere a algo que trasciende, que está allende el yo, que uno puede vislumbrar, pero no agarrar con sus manos.

El ser humano anhela conocer la verdad última, y este anhelo es el verdadero motor del diálogo, no solo del diálogo entre creyentes y no creyentes, sino de cualquier diálogo filosófico.

 

Crédito: Tomás de Zárate