José Jiménez Lozano: “Si olvidamos es que estamos muertos”

El escritor reedita, treinta años después, su ensayo fundamental sobre la espiritualidad española

(Juan Carlos Rodríguez) Tres décadas se cumplen desde que un periodista y novelista de Valladolid indagara en el espiritualismo que heredábamos con la Transición. Y lo hacía con un texto brillante y complejo que penetraba en “los corrales malditos” –los cementerios civiles–, metáfora del “símbolo de la intolerancia religiosa y filosófica, social y política que nos ha separado en la vida y en la muerte”. Aquel escritor es hoy, a mayor justicia de la literatura, Premio Cervantes y referente casi molesto del pensamiento cristiano: pura disconformidad, pura reflexión, pura lucidez. Aquel era su primer gran ensayo, que ahora José Jiménez Lozano (Langa, 1930) revisa y reedita: Los cementerios civiles y la heterodoxia española (Seix Barral).

“Me lo pidieron muchas veces y nunca quise”. ¿Por qué ahora sí ha querido reeditar esta obra?

Pues no lo sé. Quizás porque en un momento dado se cansa uno de decir que no, o porque estaba uno más dispuesto a repasar el libro y a hacer algunos pequeños cambios; aligerar alguna nota, ampliar otra, matizar algunas cosas. Lo de leerse a sí mismo es algo que considero muy fastidioso.

“Las continuas broncas entre Iglesia y Estado están ya superadas en todo el mundo menos aquí”, ha dicho usted…

Sí, no hay más que mirar en torno.

Claro que, como se apunta en el prólogo de este libro, “la lucha entre Iglesia y el poder civil ilustrado o liberal, común a toda Europa, funciona entre nosotros muy abundante y espontáneamente”.

Podríamos decir que, entre nosotros, el sentimiento religioso o, vuelto como un calcetín, el sentimiento anti-religioso, es mucho más fácil de instrumentalizar que en otras partes como instrumento político y demagógico. Entre nosotros, aún las parcelas de la población que deberían tener ideas claras sobre la cuestión, sólo albergan “sentimientos”, y lo peor de la política es que se sentimentalice y sea un lugar de pasiones en vez de ideas igualmente claras, aunque sean diferentes, sobre lo que siempre se llamó “el buen gobierno”.

La política es siempre “la guerra por el poder por otros medios” civilizados, y estos medios son la lucha democrática, pero esta cuestión de los medios, al igual que el sustrato de convicciones que son el asiento de la democracia, no tiene aquí arraigo alguno.

¿Y cómo ve hoy la cuestión?

Pues el eventual enfrentamiento de Iglesia-Estado hoy, en una democracia o Estado filosófica y teológicamente neutro o laico, no tiene sentido y no se da. No puede darse. La Iglesia no intenta gobernar, y el Estado no intenta imponer una visión filosófica: el ateísmo, pongamos por caso.

Treinta años después, sin embargo, los cementerios civiles siguen existiendo…

Tampoco tiene sentido de necesidad social que los haya, y no pueden tener sino significatividad individual y de grupo, lo que es muy respetable y de toda normalidad. Otros aventan sus cenizas, y es igualmente respetable.

“Malos católicos, malos españoles”. ¿Persiste en nuestra memoria colectiva?

Me parece que no. Pese a nuestra ­desdichada historia, y a ciertas desdichas de nuestro presente, que éstas sí que son recuelos del pasado, parece que, en este momento, la gran mayoría de españoles ya no hace esas divisiones.

En cierto modo, su libro es también una “historia de la espiritualidad española”.

Ciertamente. Lo que significó en Europa la crisis del protestantismo liberal o el modernismo católico, “la crisis de la cristianad burguesa”, en último término, para emplear una fórmula de Karl Löwith, tuvo aquí también su eco, aunque mucho más confuso y desgraciadamente politizado luego.

Nuestro laicismo es distinto, ¿no? “¿Nace de un sentimiento religioso anticlerical?”.

El laicismo es una filosofía anti-religiosa; lo anticlerical es una reacción al clericalismo o pretensión de dominio temporal de los clérigos, contra el que ya se levantó la idea del “hombre civil” en la cristiandad medieval. Lo laico es la administración de las cosas humanas y terrenales. Pero el gran don del cristianismo a la cultura es la diferencia entre el mundo y Dios.

El laicismo es una filosofía, como digo yo, que trata de imponer una visión del mundo en la que no cabe una fe, y ésta no debe manifestarse. Los dos grandes laicismos fueron precisamente los dos grandes totalitarismos cuyas pretensiones son la conformación o ingeniería del alma de sus ciudadanos, por lo tanto la liquidación de cualquiera otra cosmovisión. Fueron “gobiernos científicos”, como decían los revolucionarios mejicanos, cuya tarea primera fue “la desfanatización”, mediante la liquidación de personas y lugares. No quiero hacer   una memoria española de estas cosas. Causa espanto.

En la Guerra de la Independencia, la Iglesia española se politiza: liberales como Blanco White eran sacerdotes… ¿por qué se ha ocultado el genio liberal de buena parte de aquella Iglesia? Incluso en estos momentos, en el bicentenario…

El caso de Blanco White es bastante singular; y por cierto, tuvo alguna relación con el cardenal Newman, quien cuando Blanco pasa del catolicismo romano al anglocatolicismo, él hace el camino contrario. Pero es que las Cortes de Cádiz están llenas de clérigos y católicos en perfecta comunión con su Iglesia, pero no sé si se oculta o es que seguimos jugando con la historia a lo que se tercie. Y ahora se entera uno, por ejemplo, con ocasión de estas festividades de conmemoración del 2 de Mayo, de que los españoles lucharon contra los franceses no por su independencia como nación, sino por los derechos constitucionales, y así resultaría el cura Merino un constitucionalista. Es divertido, pero estos “gazpachos” históricos son siempre muy peligrosos, comenzando por su total ausencia de lealtad con los hechos.

¿Dónde queda la heterodoxia?

Ortodoxia hay, y heterodoxia hay. Y probablemente inconsciente, porque parece que se da por sentado, también entre los señores cristianos, que es la opinión de cada cual la que constituye el credo. El desbarajuste a este respecto no es pequeño.

Su reflexión sobre “la muerte y su celebración barroca…” permanece intacta…

En ciertos niveles populares quizás un poco sí; pero ya anoto al final del libro que la tendencia de nuestra cultura hacia la no significatividad especial de la muerte, “un accidente semiótico” según decía Paul de Mann. Y el síntoma es terrible, porque, si el hombre acepta la muerte como algo irrelevante, acepta lo que le echen, y lo primero, la omnisciencia y omnipotencia del Estado.

Usted escribe en concreto “la muerte misma ha dejado de pertenecer al hombre y le acaece como un accidente”. ¿Aún no hemos aprendido a convivir con la muerte?

Más bien, como le acabo de decir, la muerte se ha tornado no significativa, e incluso ha sido incorporada al progreso, como esperaban los filósofos darwinistas del XIX. Nuestra cultura es una cultura de muerte, y la muerte entra en nuestros cálculos de rentabilidad económica y política, y los Estados son sus administradores.

¿Cómo está Jiménez Lozano? ¿Incansable como siempre?

Gracias a Dios estoy bien, y no creo que sea incansable. Voy a mi ritmo, sencillamente.

¿Contento por el ‘Libro de visitantes’ (Ediciones Encuentro)?

Sí. Parece que ha gustado y acompañado a la gente. Aunque, como hablaba de asuntos de “la superstición cristiana”, parece que no ha sido nominado en las páginas de la “alta crítica”. Es la costumbre.

E ilusionado, me imagino, por la publicación de ‘Agua de noria’…

Lo de ilusionarme por un libro nuevo nunca me ha ocurrido. Siempre queda todo muy por debajo de lo que uno ha visto y oído antes de escribir y mientras escribía; pero ya decía Percy B. Shelley que esto no tiene remedio. Por eso reintentamos continuamente. Pero claro está que, aun así, se tiene la ilusión de poder llegar a alguien y que éste reviva lo que uno ha vivido, si se trata de una narración. O que quede informado de lo que hemos averiguado, en el caso de este ensayo.

Su obra, siempre, tiene una bandera: “Contra el olvido”… ¿Lo cree así?

Así tituló la profesora Amparo Medina Bocos una antología de mis escrituras que hizo para los colegios, y la fórmula es toda una ambición. Pero necesaria, porque, si nos bañamos en el río Léteo, es que ya estamos muertos de una manera muy profunda, aunque no hayamos muerto físicamente.

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