La Iglesia del Primer Ministro y los 188 beatos

(Ismael González Fuentes– Director del IEME) La Iglesia católica japonesa, aunque minoritaria y estancada desde la II Guerra Mundial, se siente segura y está orgullosa de pertenecer a una institución extendida y respetada en todo el mundo. En este otoño vive dos acontecimientos importantes en su turbulenta historia: la reciente elección de un primer ministro católico y la próxima beatificación de 188 mártires.

El 24 de septiembre, fue investido primer ministro Taro Aso, de 68 años, hasta entonces secretario general del Partido Liberal Demócrata, político veterano, orador carismático, “halcón” de la derecha. En un país donde predominan el budismo y el shintoismo, Aso es el primer católico que accede a tan alto cargo. Natural de Kyushyu, fue bautizado en el seno de una familia católica con el nombre de Francisco, quizás en recuerdo del gran evangelizador en su región, Francisco Javier. “Mi familia es católica desde hace cuatro generaciones”, afirmó Aso durante una mesa redonda en Tokio, rompiendo así la tradicional reserva de los políticos japoneses sobre cuestiones religiosas de cualquier credo. “Su madre era muy fervorosa”, dice un obispo nipón.

La Iglesia católica es minoritaria, pero de fieles, en su mayoría, bien preparados, fervorosos, competentes y responsables en muchos campos, de ahí que la sociedad confíe en ella en el campo educativo, sanitario, caritativo, social… Sin embargo, es una Iglesia que depende todavía mucho del exterior en recursos humanos, y éstos suelen estar muy lejos de poder entender a Oriente, a las Iglesias asiáticas y su problemática.

El Sínodo de Asia (1998) reunió en Roma a 180 obispos, y todos coincidieron en que “la evangelización en este continente es muy difícil por la manera ‘paternal’ que tenemos los orientales de pensar, ya que, por una parte, presentamos a un Dios muy ‘omnipotente’ y separado de la vida diaria y, por otra, el hombre sería muy, muy pequeño, y si pecamos Él nos condena eternamente. Para los orientales, Dios está muy, muy cerca, dentro de nuestras vidas, y es nuestra madre”, dice el arzobispo de Osaka, J. Ikenaga.

Los cristianos no crecerán mucho en los próximos años, pero serán una semilla fuerte, un fermento en la sociedad y una referencia en los problemas morales. Los que piensan y sienten en cristiano son muchos millones. El trabajo de la Iglesia es, principalmente, testimonial.

Los fieles esperarían que un primer ministro católico pudiera dar a la comunidad católica un nuevo impulso y, así, dar a conocer los valores del Evangelio. A Taro Aso se le pide que sea consecuente con su fe, que ponga en primer lugar a los débiles, a los ancianos, a los coreanos indocumentados pese a ser nacidos en Japón, a los miles de inmigrantes…, pero no lo tiene fácil en la sociedad del consumismo y las nuevas tecnologías.

Mártires a los altares

El otro acontecimiento que ha tenido ocupada a la Iglesia en estos últimos años, especialmente al obispo Mizobe, de Takamatsu, ha sido la preparación de la beatificación de algunos mártires japoneses, que tendrá lugar el 24 de noviembre en Nagasaki. Benedicto XVI aprobó el 1 de junio de 2007 la beatificación de 188 mártires, que se agregan a los 42 santos y a los 395 beatos -todos mártires- elevados ya a los altares.

Los nuevos beatos fueron martirizados entre el 1603 y el 1619. El shogún Hideyoshi emitió un edicto en 1587, en Nagasaki, por el que obligaba a los misioneros extranjeros a dejar el país, y en diez años comenzaron las persecuciones. Los católicos eran unos 300.000 por entonces. Unos fueron quemados, otros arrojados al fondo de un pozo de barro, y otros crucificados y cortados a pedazos. Algunos, por debilidad y temor, abandonaron la fe, pero la comunidad católica no fue aniquilada; guardó y conservó la fe en la clandestinidad hasta la llegada, dos siglos más tarde, de un régimen más libre. Son los kakure kirisitan. “La fuerza indómita con la que tantos católicos de aquella época resistieron a las torturas y afrontaron el martirio provenía del espíritu comunitario con el que se sostenían en la fe mutuamente. Fueron los kumi -comunidades de los cristianos- el terreno sobre el que florecieron los 188 mártires. Aquella Iglesia de Japón era una verdadera Iglesia de pueblo”, afirmaba el P. Shinzio Kawamura, SJ, en un simposio en Takushima, en septiembre de 2007.

Dos acontecimientos históricos que pueden dar un espaldarazo a la pequeña comunidad católica del país del Sol Naciente en los albores del siglo XXI.

En el nº 2.631 de Vida Nueva.

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