Una diócesis que busca ser “presencia transformadora en la sociedad”

Joan Piris ha impulsado en Lleida una etapa marcada por el ambiente sinodal

(M. Á. Malavia) Aún no cumplidos los dos años desde la designación episcopal de Joan Piris, la diócesis de Lleida atraviesa una etapa de profundos cambios, marcada por un ambiente sinodal. La misma se inició con la carta pastoral Entre todos y para el bien de todos. En ella, el prelado llamaba a la Iglesia ilerdense a revitalizarse con la mirada puesta “en las intuiciones del Concilio Vaticano II y las proposiciones del Concilio Tarraconense”. En la práctica, se iniciaba un periodo de reflexión en el que, durante más de un año, 135 grupos diocesanos han trabajado para elaborar sus propuestas. Todo este esfuerzo se vio reflejado con la celebración de la asamblea diocesana que, el pasado 29 de mayo, reunió a 300 fieles.

Muy significativa fue la intervención en la misma de Piris, quien apuntó elementos clave como que, “conscientes del cambio de época que vivimos”, el cristiano ha de “asumir responsablemente la propia vocación, que cada uno debe descubrir viviendo plenamente inmerso y participando de las circunstancias culturales, económicas, sociales y políticas de nuestro mundo”. Es decir, hay que vivir en el mundo: “El compromiso extraeclesial de los laicos forma parte de la identidad del cristiano”. A su vez, señaló las dos grandes prioridades pastorales para este nuevo tiempo. La primera, “atender y cuidar de manera especial la iniciación cristiana”, apostando por una “más personalizada (…), seria y permanente en todas las edades”. Para ello, se prevé un ‘Plan de Formación para los presbíteros, diáconos y laicos en el mundo’. La segunda consiste en “asegurar una buena presencia de la Iglesia en la sociedad leridana”. Partiendo de la dedicación a los demás, “cuestionando cómo y cuánto tiempo, interés y medios dedicamos a los hermanos que nos rodean, creyentes y no creyentes”, se debe desarrollar “una presencia transformadora”. La misma debe partir de un modo de comunicar la fe que “contagie” a partir de “un estilo de vida propio ‘de hombres y mujeres nuevos’ que viven arraigados en Jesucristo”. Así, siendo “una Iglesia samaritana”, se llegará a una humanidad “que necesita más compasión que condena”.

El obispo señaló cómo ha de ser ese diálogo: “No podemos aportar respuestas sin antes escuchar los interrogantes de los demás y tampoco podemos escuchar sólo aquellas cuestiones para las que tenemos respuesta”. Mirando “por aquellos que sufren por no poder sintonizar totalmente con algunas posiciones o maneras de funcionar de nuestra Iglesia”, se deben explicar los posicionamientos: “Es necesario que la Iglesia esté presente y participe en deliberaciones y debates sociales de interés común, pero es igualmente necesario que haga entender su diferencia aclarando por qué y cómo no puede adecuarse a las leyes que considera opuestas al Evangelio”.

Concluyó llamando a los miembros de la Iglesia a pasar “de la colaboración a la corresponsabilidad”, estando inmersos en esta tarea “laicos, sacerdotes, diáconos y miembros de la Vida Consagrada”. Resultó especialmente significativa la alusión a los diáconos permanentes, defendiendo la “clarificación” de su papel: “No puede quedar reducido a servicios litúrgicos o de caridad, que, de hecho, pueden realizar los laicos sin necesidad de un sacramento especial”. Tras destacar “la importancia y la participación del laicado” y “la aportación específica de la Vida Consagrada”, señaló la necesidad de “actualizar la evangelización”, poniendo un punto de atención preferente en “la acción caritativa y social, y la lucha contra la pobreza y la exclusión”.

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QUEBRADEROS DE CABEZA, por José Lorenzo


Es en su trabajo pastoral en donde Joan Piris se encuentra verdaderamente a sus anchas, como ya hiciera en su etapa como obispo de Menorca, motivando y revitalizando a la comunidad cristiana. Sin embargo, en Lleida, muy a su pesar, ha de lidiar con algo que, cuando llegó allí, le habían asegurado que ya estaba solucionado: el contencioso con Barbastro-Monzón a propósito de las obras de arte, un asunto que amenaza con envenenarse con la intervención de los tribunales civiles, una vez que la Santa Sede ya dictaminó sobre el asunto, y que es causa de profunda desazón personal.

En el nº 2.711 de Vida Nueva.

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