El reto de la Vida Consagrada: “Ofrecer su morada como casa para todos”

Más de 700 personas participan en Madrid en las jornadas de la 39ª Semana Nacional de Vida Religiosa

(Marina de Miguel– Fotos: Miguel Tombilla) Dispuestos a edificar la casa, el hogar, la familia, como Él quiera, con los signos que quiera, para las voces y los corazones de hoy”. Éste es el espíritu que, según el claretiano Luis Alberto Gonzalo-Díez, coordinador de las jornadas,  ilumina la misión de los consagrados. Así lo enunció en el saludo de apertura de la 39ª Semana Nacional de Vida Religiosa, que del 6 al 10 de abril se ha celebrado en Madrid.

El encuentro, organizado por el Instituto Teológico de Vida Religiosa, se ha convertido en una cita esencial para tomar el pulso a la Vida Consagrada y marcar los itinerarios a seguir en el presente y el futuro inmediato, como lo demuestra el número de inscritos: 700 personas.

En esta edición, la Semana ha tenido como lema La casa de todos. Comunidad: misión y morada, lo que, en palabras de su director, José Cristo Rey García Paredes, permite una “reflexión sobre y para la comunión, en la que la Vida Consagrada es y disfruta”. Pero, atentos a la actualidad, no dejaron de hacer mención a  una situación que está afectando y afligiendo a toda la Iglesia. “Como consagrados, formamos parte de la Iglesia. En la casa común queremos crecer y servir y, expresamente, como asamblea notable de consagrados españoles, expresamos públicamente nuestra cercanía, adhesión y cariño a Benedicto XVI”. Ésas fueron las palabras de apoyo que Gonzalo-Díez dirigió al Papa en estos momentos tan difíciles que está atravesando por los escándalos de pederastia.

Puertas abiertas

Ya centrados en la esencia de estas jornadas, y como una casa con las puertas abiertas de par en par –máxima aspiración de su director–, la Semana fue foro de debate y discusión entre numerosos expertos en Vida Religiosa y teólogos de distintas congregaciones, además de los valiosos apuntes de prelados como Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger, y Raúl Berzosa, obispo auxiliar de Oviedo. Pero también hubo espacio para los laicos, que estuvieron representados por la biblista Inmaculada Rodríguez Torne.

“La casa no es simplemente un edificio, arquitectura fría, sino que significa personas que la habitan, relaciones humanas que hacen sentirse vivos, pertenencia recíproca, posibilidad de compartir la existencia, gracia de caminar unidos hacia un mismo ideal, casi convirtiéndose los unos en la casa de los otros…”. Así lo afirmó el profesor de Pastoral Vocacional y de Metodología de la dirección espiritual en la Universidad Salesiana de Roma, Amedeo Cencini (fdcc), para indicar que la comunidad religiosa debe acoger de forma “total y sin condiciones” a todos aquellos que la encuentran en su camino.

Para ello, en su conferencia, titulada La casa: lugar y morada, esbozó el doble desafío que tienen los consagrados en la actualidad. Por un lado, mostrar hoy un modelo de casa o de personas que viven y habitan su casa-comunidad como “lugar de identidad y pertenencia, rico de historia y de memoria”. Mientras que el segundo sería el reto –“interesante e imposible”, apostilló el religioso– de convertirse en la casa del mundo: “Ofrecer la propia morada como casa para todos, donde todos puedan habitar, respirar acogida y experimentar la belleza de vivir y crecer juntos”.

En la senda por hacer posible esta renovación comunitaria, Cencini propuso diez señales, a las que corresponde una cualidad de la comunidad como “casa”. Entre ellas: ser escuela de formación permanente (casa de formación); “hacer el bien a quererse” (casa de fraternidad); compartir la historia y la fe (casa del pan y de la palabra); modelo familiar (casa-familia); transparencia y testimonio (casa de los valores); proyección misionera (casa en medio del mundo); o comunidad vocacional (casa fecunda de hijos).

“Una comunidad de creyentes y de consagrados debería ser lugar y casa en donde fuera visible el gozo del Espíritu de Dios, que goza con una alegría secreta…, (la) de crear la comunión y recomponer la semejanza, jugando con las diferencias”, apostilló Cencini.

En busca de nuevos espacios

“¿Dónde moras, Señor?” fue la pregunta a la que se dedicó la jornada del martes 6. Mientras que el director del Centro de Espiritualidad Claretiana, Antonio Bellella, dedicó su intervención a la Vida Religiosa, en la que a partir de un estudio de la historia y tipología de las comunidades invitaba a “repensar nuestros espacios”, la laica Inmaculada Rodríguez se centró en “la casa-comunidad de los discípulos de Jesús, lugar de vida (llamada y respuesta)”.

La jornada del miércoles 7 se inició con el ex presidente de la CLAR, Ignacio Madera Vargas, (sds), en cuya conferencia, La casa de la misión: Cenáculo, observatorio y lanzadera, trató temas como el asunto del pan partido; la recuperación del sujeto en comunidad; la radicalización de la esperanza; o desde una minoridad radical y feliz. A continuación, le siguió Raúl Berzosa, quien centró su intervención en el papel que juegan la Vida Religiosa dentro de la sociedad, a partir del epígrafe Servicio y don: la casa “estratégicamente” inserta en la Iglesia local y en la ciudad. Pusieron vida a sus palabras las experiencias con las mujeres marginadas, los niños sin hogar y los mayores expuestas por Inmaculada Soler (Villa Teresita), Inmaculada Fernández (E.I.N), y Pascual Hernando (cmf), respectivamente.

Junto a Amedeo Cencini, el jueves 8, el profesor José Vico Peinado (cmf) abordó en La casa-morada entre los pobres: periferias, desiertos y fronteras cómo las comunidades deben responder a la primera misión de la Iglesia: estar a lado de los que sufren y más necesitados. El mismo sentimiento de hospitalidad también estaba presente en la ponencia de Mari Carmen Martínez (hcsa), centrada en la pregunta: ¿Cómo llegar a ser comunidades de presencia y acogida? A partir de una aproximación hermenéutica, puso como ejemplo a María, “icono de la hospitalidad de Dios”.

El sentimiento de comunión que debe haber entre todos los consagrados fue objeto de la jornada del viernes 9 de abril. Amelia Kawaji (mmb) reflexionó sobre cómo la comunidad es “casa y escuela de diálogo de vida”, un puente de unión hacia otras realidades, culturas o religiones. A su vez, Caterina Cangiá (hma) se centró en La casa interconectada y sus tres pantallas: posibilidades y adicciones.

Además de presidir la Eucaristía conclusiva el sábado 10, Santiago Agrelo participó en el encuentro con la ponencia El sueño de Dios: hacer de la tierra la casa (oikos) de todos, en la que abordó aspectos como el Paraíso terrenal; la Tierra prometida; la plenitud en la pobreza; la plenitud para los pobres; o la Iglesia, casa de todos.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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