Cientos de sacerdotes honran a su patrón en Córdoba

La figura de san Juan de Ávila, reivindicada como modelo de valentía evangélica

(Manuel Amezcua– Córdoba) San Juan de Ávila, tras cinco siglos, ha vuelto a visitar la catedral de Córdoba. Ha sido con ocasión del Año Sacerdotal, cuando la perfecta síntesis de Oriente y Occidente que es este templo único ha recibido la visita de uno de los grandes reformadores de la Iglesia.

Seiscientos sacerdotes, presididos por los obispos de las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla, junto a un centenar de seminaristas, vivieron el día 7 una jornada de las que dan sentido hondo a los templos catedralicios: edificados para “la alabanza divina y el amor fraterno”, o sea, para que, desde el coro a la capilla mayor, se haga la voluntad de Dios “en la tierra como en el cielo” y, al menos en la liturgia que anticipa la eternidad en el tiempo, brille la gloria de Cristo resucitado. Todo ello ha tenido lugar en este gozoso encuentro netamente religioso y profundamente fraterno.

A quien piense que los curas volvimos a envolvernos en los consuelos del incienso, las magnificencias corales y el desprecio del reloj, para montar consideraciones piadosas y escapismos espirituosos de la dura realidad, cabe recordarle las recias palabras del obispo Demetrio Fernández en una homilía de muy exigente calado, así como la previa meditación “avilista”, que puso de manifiesto cómo reformar la Iglesia es una tarea llena de comprometedora exigencia, pues toda reforma, tridentina como la del santo, o actual como la que nos pide Benedicto XVI, que no conlleve un más intenso y extenso rigor evangélico, se quedaría en triste símbolo y baldía aspiración frustrada.

El día sirvió para festejar al patrón del clero español, pero no desde un superficial volteo de campanas, sino hacia la identificación con un modelo sacerdotal de humilde valentía evangélica, sin ambición de cargos ni dineros, casto y sencillamente austero, lejano a los palacios de los ricos y cercano a la intemperie de los pobres, “con la prudencia de Cristo y no la del mundo”, pues de otro modo, “siendo tú, Señor, la honra de los sacerdotes, ellos podrían ser tu deshonra”, según la meditación previa.

En la homilía, el obispo de Córdoba construyó una teología paulina del sacerdocio muy en consonancia con el Maestro Ávila, desde las exigencias radicales hasta la llamada a ser esperanzados y sembradores de esperanza. Se nos convocó a “no ser meros funcionarios que cumplen su oficio a unas horas y con unas tareas concretas”, sino a construir la vida “como una donación sin reservas, a tiempo completo, siguiendo a Cristo, pobre, casto y obediente y dejando que nuestra vida se consuma por la caridad pastoral en el servicio a los hermanos”. De suyo, continuó, “serán los sacerdotes los que transformarán el mundo desde dentro, pues de la santidad del sacerdote depende sobre todo el fruto de su ministerio. Este Año Sacerdotal ha sido convocado para que los sacerdotes recuperemos cada vez más este norte, y a la pregunta que tantos se plantean sobre el tipo de sacerdote que necesita hoy nuestra Iglesia y nuestro mundo, respondemos con toda claridad: la Iglesia de hoy necesita sacerdotes santos, el mundo necesita sacerdotes santos”.

La penitencia a la que nos anima Benedicto XVI nos pide aceptar el don de la conversión, pues, siguiendo al Cura de Ars, “el pecado nunca tendrá la última palabra, pues la última palabra la tiene Cristo”.

Limpio y duro mensaje

La presencia de los seminaristas no fue olvidada por el obispo; para ellos, otra máxima del santo: “Si quiere tener la Iglesia buenos ministros, es menester que la Iglesia los haga”. Definitivamente, los sermoneadores pusieron los acentos donde corresponde, sin afirmar lo falso ni negar lo verdadero y con hondura de fecunda valentía en su limpio y duro mensaje. Está visto que, para hacer las cosas bien, lo mejor es tener muy en cuenta la doctrina de los que ya pueden contarse entre los “Grandes Doctores”.

Todavía hubo tiempo para un fraterno almuerzo y alguna visita a las maravillas cordobesas. A estas bondades podrá sumarse en breve un centro de altos estudios sacerdotales en Montilla, desde la mejor colaboración entre la Diócesis y la Compañía de Jesús, de modo que el patrón siga iluminando con “el resplandor de su vida los caminos de España, para suscitar sacerdotes templados de Cristo al amor”, según canta el gozoso himno.

En el nº2.707 de Vida Nueva.

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