Melquisedec Sikuli: “En la Iglesia tenemos el deber de hablar cuando hay violaciones de derechos humanos”

Obispo de Butembo (República Democrática del Congo)

(Texto y fotos: José Carlos Rodríguez Soto) A Melquisedec Sikuli no le duelen prendas al  hablar de política. “El servicio en la esfera pública debería ser un espacio para vivir la santidad trabajando por el bien del pueblo”, afirma convencido. “Pero, por desgracia, nuestro país se ha convertido en un reino de la  corrupción y el clientelismo”. Obispo de Butembo desde 1998, se ha distinguido por ser una de las voces proféticas que con más consistencia ha denunciado la grave situación que ha vivido la República Democrática del Congo en los últimos 15 años. El propio Benedicto XVI se ha sumado públicamente a estas denuncias y, durante la audiencia que ofreció el pasado 29 de abril al nuevo embajador congoleño, Jean-Pierre Hamuli Mupenda, manifestaba el deseo de toda la Iglesia de “favorecer la curación interior y la fraternidad”.

El Sínodo Africano concluyó hace seis meses. ¿Qué conclusiones saca de su mensaje final?

Fue un momento importante de reflexión sobre los retos que tenemos en los países africanos: la falta de democracia, la desertización, las violaciones de derechos humanos y la explotación de las riquezas naturales, un tema que en mis país sigue siendo la causa de guerras que no terminan nunca. A muchos países africanos se les obliga a limitarse a proporcionar materias primas al mundo desarrollado sin que se permita a los propios africanos beneficiarse de esos recursos. Ante situaciones como éstas, todos en la Iglesia tenemos que actuar: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, sobre todo los que trabajan en la vida pública.

El tema del Sínodo fue ‘Justicia, paz y reconciliación’. ¿Cómo anda la Iglesia de todo esto dentro de su casa?

Se hizo un llamamiento a la reconciliación dentro de la Iglesia. Hemos de admitir que no hemos logrado superar los problemas étnicos. Por ejemplo: aún hay cristianos que quieren que en su diócesis se nombre a un obispo de su grupo étnico. Aquí, sin ir más lejos, tenemos algún caso de prelado que tiene problemas debido a estos prejuicios, que hacen peligrar el valor de solidaridad, que es muy africano.

Parece que en la Iglesia se calcan los problemas de la sociedad en la que vive…

Desde luego. Aquí, en la República Democrática del Congo, el anterior presidente [Laurent Kabila] puso a su hijo [el actual mandatario, Joseph Kabila] como su sucesor. Una familia y sus acólitos toman el poder y no quieren alternancia. Políticas así no nos llevan a ninguna parte.

Respeto a los valores

Desde luego, parece poco democrático…

No hay que olvidar que, aunque la democracia pueda tener diversas formas, debe respetar siempre algunos valores; por eso es una pena que estas cosas sucedan en África, aunque cabe preguntarse también qué piensan las grandes democracias de todo esto. ¿Les importamos algo? A veces creo que se burlan de nosotros.

¿Qué hacen los obispos del Congo para que haya más democracia en su país?

Casi todos nuestros mensajes han abordado temas sociopolíticos. Pero no nos hemos detenido en la pura denuncia; también nos hemos esforzado en acompañar los procesos de democratización de nuestra sociedad. Por ejemplo, el presidente de la Comisión Electoral, Apolinaire Malu Malu, es un sacerdote de mi diócesis. Ha tenido muchas críticas, pero ha hecho su parte bien y ahora es el Gobierno quien tiene que asumir su papel y continuar la tarea que él empezó.

Su país celebra el 50º aniversario de su independencia. ¿Qué mensaje va a ofrecer la Iglesia?

Hace pocos meses, nuestra Conferencia Episcopal publicaba una carta pastoral en la que, entre otras cosas, hablamos de la corrupción que destruye al país y dijimos que hace falta voluntad para combatirla, algo que no ocurre ahora con la cultura de la impunidad en la que vivimos. La corrupción ha arruinado todo en nuestro país: el comercio, el ejército, la política… Por desgracia, en el poder judicial no se trata de quién tiene la razón, sino de quién tiene el dinero para pagar a los jueces. Es necesario ir a la raíz del problema y cambiar las actitudes y las relaciones entre las personas, y esto es algo que nuestras comisiones de Justicia y Paz intentan hacer formando a la gente en valores.

¿Ha terminado el conflicto en el Este de su país?

No, porque no se ha resuelto el problema de fondo, que empezó en 1994, cuando, tras el genocidio de Ruanda, millones de refugiados ruandeses entraron en nuestro país. Desde entonces hemos sufrido una sucesión de guerras en las que ha habido una connivencia innegable de hombres de negocios que explotan nuestros recursos naturales con líderes militares de diversa procedencia. Detrás de todo esto creo que hay un plan de balcanización de la zona oriental del Congo para que poderes extranjeros se queden con nuestros recursos.

La última oleada de violencia fue en 2008, cuando el general Nkunda [líder del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo, que decía luchar por los derechos de los tutsis congoleños] organizó sus ataques en la región del Kivu Norte. Estaba apoyado militarmente por Ruanda. Al final, el Gobierno del Congo dijo a Ruanda: “Vosotros nos acusáis de albergar a vuestros enemigos [los rebeldes hutus ruandeses del FDLR], venid a ayudarnos para que vuelvan a Ruanda”, y los ejércitos de los dos países se unieron en una ofensiva. Algunos de estos hutus han vuelto, pero la operación como tal ha fracasado. Habría que encontrar la manera de acomodar a todos ellos y dejar de mirar a los refugiados ruandeses como si todos fueran malhechores.

El conflicto sigue vigente. Hace pocos meses, en el suroeste de mi diócesis quemaron unas 2.000 casas durante combates entre guerrilleros hutus y el Ejército. Creemos que detrás de esto hay interés en expulsar a quienes han vivido allí toda la vida para quedarse con sus tierras. Quisimos ayudar a los damnificados y Cáritas organizó la “Operación Tejado”. A cada familia le dimos 40 planchas metálicas para reconstruir su vivienda.

¿Y Naciones Unidas qué hace? Tienen 17.000 efectivos en el país…

Los órganos de la ONU tienen los medios, pero no aportan soluciones permanentes.

Vocaciones

Hablando de otro tema, en su diócesis hay más de 200 sacerdotes diocesanos y una veintena de congregaciones religiosas. ¿A qué atribuye tantas vocaciones?

Sin duda, a los misioneros que hace cien años predicaron una Palabra que cayó en tierra buena y que tuvieron la suerte de encontrar desde el principio la colaboración de los jefes locales. También al florecimiento de los movimientos apostólicos en las parroquias; de hecho, la gran mayoría de nuestras vocaciones proceden de la Legión de María, los Scouts católicos y otros grupos parroquiales. No hay que olvidar que esta parte del país ha estado abandonada a su suerte y que la Iglesia no ha dejado de trabajar por su desarrollo.

Pero, a pesar de todo, le han amenazado y han matado a alguno de sus sacerdotes…

Así es. Uno de los momentos más duros para mí fue el asesinato del padre Romaní Kahindi, en 2002. Durante los años de la guerra hicimos una resistencia pacífica y todos los sacerdotes y religiosos permanecieron en sus puestos, a pesar de los peligros. Yo me sentí en la obligación de usar mi teléfono satélite para dar información y que el mundo supiera lo que ocurría.

¿No ha sentido usted nunca miedo?

El miedo hay que superarlo. En la Iglesia tenemos el deber de hablar y decir la verdad cuando hay graves violaciones de derechos humanos, aunque seamos testigos incómodos. ¿Cómo vamos a callar?

jcrsoto@vidanueva.es

En el nº 2.706 de Vida Nueva.

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