¿Qué sentido tiene el ayuno?

Ilustración-ayuno(Vida Nueva) El ayuno cuaresmal, ¿es antes un signo de conversión interior que una práctica solidaria?, ¿lo segundo conduce a lo primero?… Los ‘Enfoques’ reflexionan en torno a este tema de la mano de Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol y del marianista José Eizaguirre.

Rejuvenecimiento espiritual

Sánchez-Monge(+ Manuel Sánchez Monge– Obispo de Mondoñedo-Ferrol) Vivamos la Cuaresma como un tiempo de gracia, de conversión, de rejuvenecimiento espiritual. Sólo el Espíritu puede rejuvenecernos de verdad porque es vida, Él es Señor y dador de vida. Es el Espíritu quien rejuvenece constantemente a la Iglesia con la fuerza del Evangelio (LG, 4). Sin Él, nuestra vida se vuelve rutinaria, miedosa, nostálgica del pasado. Sin el Espíritu, la Iglesia se torna fría y llena de arrugas y de manías.

Con la ayuda del Espíritu podemos someternos en esta Cuaresma de 2010 a una cura de rejuvenecimiento, basada en la conversión. Lo dice claramente el antiguo libro de El Pastor de Hermas: “Los que hicieron penitencia, es decir, los que se comprometieron a fondo en un proceso de conversión, se tornarán jóvenes en todo su ser y estarán firmes como sobre cimiento, con tal que se conviertan de todo corazón” (III, 16, 4).

Practiquemos el ayuno, la limosna y la oración. Son tres ejercicios para el rejuvenecimiento de gran tradición y con garantía. Y son inseparables porque se complementan mutuamente: “Estas tres cosas, oración, ayuno y misericordia, son una sola cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno es el alma de la oración y la misericordia la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. El que tiene solamente una y no tiene las tres juntas, no tiene nada. Por eso quien ora, ayune. Quien ayuna, tenga misericordia” (san Pedro Crisólogo, Sermón 43: PL. 52, 320, 322).

Hoy el ayuno se practica por los más variados motivos: como signo de protesta, de contestación, de participación en las luchas de los hombres injustamente tratados. Además, sobre la abstinencia de determinados alimentos, hoy en día se están difundiendo tradiciones ascético-religiosas muy diferentes de la ascética cristiana.

Ayunemos, no por pura mortificación o para quitarnos grasas de encima, sino para la libertad y para el amor. Ayunemos para ser más libres venciendo los instintos de la gula y las leyes del consumismo. Ayunemos para amar más a los que padecen hambre todo el año y como signo de nuestra opción por una vida austera. “El ayuno que yo quiero es éste, dice el Señor, que contribuyamos a la liberación de los oprimidos, que partamos nuestro pan con el hambriento, hospedemos a los pobres sin techo, vistamos al desnudo y no nos cerremos a lo mejor de nosotros mismos”.

El Abba Antonio decía: “Un día en el que estaba yo sentado junto al Abba Arfat, hizo acto de presencia una virgen y dijo: ‘Padre, he ayunado por espacio de doscientas semanas, comiendo solamente cada seis días, he aprendido el Antiguo y el Nuevo Testamento, ¿qué me queda por hacer?’. Le respondió el anciano: ‘¿Es para ti el menosprecio igual que el honor?’. ‘No’, respondió. ‘¿La pérdida como la ganancia, los extraños como los parientes, la indigencia como la abundancia?’. ‘No’, respondió. El anciano concluyó: ‘Tú, ni has ayunado doscientas semanas, ni has aprendido el Antiguo Testamento, te estás engañando a ti misma’”.

El ayuno pone en evidencia que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). Jesús no impone a sus discípulos ningún tipo de ayuno ni de abstinencia, pero recuerda la necesidad del ayuno para luchar contra el maligno. Jesús apuesta por un ayuno interior y religioso, no por hipocresía y para vanagloria (Mt 6, 1-6). E, incluso, lo rechaza –como los profetas– cuando se hace por autocomplacencia, reivindicando derechos ante Dios, pretendiendo eximirse de los deberes de caridad con el prójimo.

El ayuno prepara el encuentro con Dios, como en el caso de Moisés y de Elías. Despierta ganas de la Palabra de Dios y del pan de los fuertes, que es la Eucaristía.

Por otra parte, hemos de actualizar el ayuno: ayunar del abuso de bebidas alcohólicas y de tabaco; vencer la tentación de llenarnos de cosas que son superfluas, siguiendo ciegamente la moda y los reclamos publicitarios; controlar los gastos, muchas veces excesivos, en fiestas populares y familiares; privarnos de diversiones que no significan verdadero descanso y resultan, por otra parte, muy caras; usar moderadamente la televisión, el vídeo, el ordenador, el móvil, etc., que roban tiempo al diálogo familiar y pueden crearnos dependencia.

¡Que nos vaya a todos bien hoy con el ayuno como cura de rejuvenecimiento basada en la conversión!

 

Un gesto de solidaridad con el drama de los hambrientos

Eizaguirre(José Eizaguirre– Religioso marianista) Comencé a prescindir del desayuno de los viernes hace nueve años, durante un año sabático que disfruté en la India. En la comunidad marianista en la que yo vivía, uno de los religiosos era trabajador social. Todos los días recorría las calles y slums de la ciudad haciendo el seguimiento de personas y familias necesitadas, muchas de las cuales vivían a la intemperie. Este hermano tenía la costumbre de sustituir el desayuno de los viernes por un frugal café, en solidaridad con todas las personas que no podían desayunar ningún día. “Esta mañana voy a ver a mucha gente que no habrá probado bocado y quiero de esta manera, al menos un día a la semana, sentirme más cerca de ellos”.

Impresionado por la pobreza ambiental que no podía dejar de ver todos los días, no tardé mucho en imitar a mi hermano. Y es que cuando uno vive cerca de los hambrientos es más fácil ayunar.

Después he mantenido esta práctica semanal del ayuno de los viernes, con la intención de no olvidarme de las personas hambrientas con las que me encontré aquel año en la India. Un pequeño gesto que me recuerda, al menos una vez a la semana, lo afortunado que soy y lo desafortunadas que son tantas personas hoy en el mundo.

Con el tiempo he ido practicando, además, algunos días de ayuno (días en los que sólo hago una comida, sobre todo en contextos de retiros), en los que he ido descubriendo las repercusiones saludables y espirituales de un estómago voluntariamente vacío. Ciertamente, el ayuno voluntario es una ayuda en nuestra búsqueda humana de Dios, en el reconocimiento de la propia fragilidad, en la aceptación de las debilidades ajenas y en el dominio de uno mismo. Pero seguramente, si yo no hubiera comenzado a ayunar por motivos solidarios, nunca hubiera llegado a descubrir esas otras dimensiones. Sí, seguramente hoy sea más fácil descubrir el ayuno empezando por la solidaridad y llegando a la espiritualidad que viceversa. Hoy no es difícil comprender que alguien haga “huelga de hambre” por una causa justa (los 32 días de ayuno de Aminatu Haidar en noviembre pasado son un ejemplo reciente). Pero más allá del recurso al ayuno radical como medio de protesta o de presión política ante una injusticia, para mí el ayuno es una forma de recordar la mayor de las injusticias que hoy sufre nuestro mundo: el hambre.

No los vemos, porque la gran mayoría de ellos están lejos de nosotros, pero, según la FAO, en el mundo existen mil millones de personas hambrientas y cada día cuarenta mil –entre ellas, quince mil niños– mueren literalmente de hambre. ¡Por el amor de Dios! ¿No se nos revuelven las entrañas ante esta catástrofe diaria?

Ante este drama humano, el ayuno supone un gesto de solidaridad. No voy a remediar el hambre en el mundo, pero sí quiero expresar que el hambre en el mundo me importa y me afecta. Es un gesto, ante todo, de com-pasión, de querer padecer junto con los que sufren, aun sabiendo que mi solidaridad no les va a quitar el hambre. ¿Qué sentido tiene entonces compartir la carencia de otros sabiendo que eso no va a disminuir la suya? La respuesta no está en el nivel de la lógica, sino en el del corazón. ¿Acaso no lo hacemos con las personas a las que queremos? Me importáis tanto que hago mío vuestro sufrimiento, compartiendo vuestro drama, aunque ello no reduzca vuestro dolor. El ayuno es para mí, en primer lugar, un medio que me ayuda a no olvidarme de los hambrientos.

Pero hay algo más: en un mundo donde hay incomparablemente más riqueza que en cualquier otra época de la historia, el que existan mil millones de personas desnutridas y que cuarenta mil mueran ¡cada día! por el hambre es una injusticia clamorosa que merece ser denunciada. Porque sabemos que el hambre en el mundo es evitable. ¡Sabemos incluso cuánto dinero cuesta evitarlo! Y sabemos que las naciones ricas nos gastamos (con el dinero de los ciudadanos, también con el mío y con el tuyo) veinte veces más en armamento y en salvar a los bancos de la quiebra, que lo que costaría erradicar el hambre y la pobreza extrema. ¡Por el amor de Dios! ¿No nos indignamos ante esta perversa manera de establecer prioridades?

Ayunando una vez a la semana tal vez no cambiemos las políticas de nuestros Gobiernos, pero estamos haciendo un pequeño gesto: el gesto de denuncia de una situación que no nos gusta y el gesto de que nosotros sí estamos dispuestos a cambiar, aunque sea en “cosas chiquitas”. Nuestro ayuno es, también, un medio que puede servir para que otros no se olviden de los hambrientos.

En el nº 2.697 de Vida Nueva.

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