Descienden los alumnos de Religión: ¿cómo reaccionar?

Ilustración-clase-Religión(Vida Nueva) Durante el curso 2009-2010, el porcentaje de alumnos que han elegido la asignatura de Religión (72,1%) confirma el descenso paulatino de los últimos años. Quizá es el momento de preguntarse por qué y cómo reaccionar. El delegado episcopal de Enseñanza de Urgell, Josep Chisvert, y la profesora Mª Carmen Hurtado reflexionan no sólo sobre los condicionantes ‘externos’, sino sobre la responsabilidad de la Iglesia y de los propios docentes.

En la escuela, la Religión es necesaria

Josep-Chisvert(Pepe Chisvert Villena– Delegado Episcopal de Enseñanza de Urgell) El progreso en el campo de las ciencias y las humanidades acumula hoy tal cantidad de contenidos científicos y saberes que el sistema educativo escolar debe seleccionar currículos necesarios y urgentes. Tal selección debe centrarse en el sujeto de la educación, para que logre llegar a la máxima perfección personal, técnica, social y cultural. La formación religiosa, integrada en el currículo escolar, colabora con esa finalidad de formar personas responsables, conscientes, críticas y libres.

La asignatura de Religión es una respuesta a las inquietudes de madres y padres que desean una oportunidad para que sus hijos aprendan aquello que da sentido y consistencia en la vida: aprender a cuidar del mundo que Dios ha puesto en nuestras manos; vivir la solidaridad como un valor que se fundamenta en el amor a los otros; entender nuestra cultura y tradiciones, con profundas raíces cristianas; acercarnos a los contenidos de la fe con rigor académico, sentido crítico y abiertos al diálogo.

Los valores fundamentales de la asignatura de Religión son los más importantes para nosotros. Estos valores afectan todos los ámbitos de nuestra vida: en casa, en la escuela, en la calle. La oferta y la presencia normal de la enseñanza religiosa escolar (ERE) no debería ser una cuestión ideológica, sino un derecho fundamental de los padres de cara a la educación integral de sus hijos, puesto que estos valores forman parte esencial del desarrollo de la persona, como recoge el artículo 27-3 de nuestra Constitución: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones”.

Es importante subrayar la necesidad de esta enseñanza para la interpretación de la cultura. No se trata de un estudio propio de creyentes, sino de un estudio igualmente necesario para agnósticos y ateos, encaminado a la comprensión cultural. Son muchas las manifestaciones culturales de nuestro pueblo relacionadas con la fe cristiana y católica: valores humanos y sociales, patrimonio artístico, calendario y fiestas, costumbres y maneras de vida, creencias y ritos… Sin cultura religiosa, nuestros alumnos serán analfabetos cuando visiten nuestros museos, no entenderán la literatura mística, el arte, la iconografía religiosa, no comprenderán la música gregoriana, no captarán el sentido trascendente de muchos acontecimientos de la vida… Nuestra cultura occidental está sustentada y conformada profundamente por creencias, costumbres, ritos, fiestas, valores, y maneras de vida impregnadas de cristianismo. Es imposible interpretarla en profundidad sin tener en cuenta este punto de referencia.

Las últimas estadísticas respecto al curso pasado nos dicen que ha bajado un punto la opción por la ERE; no obstante, un año más, la mayoría de los alumnos, o sus padres, han comprendido la importancia de este contenido y tres de cada cuatro estudiantes han optado por la asignatura de Religión en nuestros centros educativos en este curso escolar 2009/2010. Enhorabuena.

Dada su importancia, y también el alto porcentaje de alumnos que la cursan, debemos seguir cuidando con optimismo evangélico a nuestros profesores y a nuestros alumnos de Religión, sin caer en el peligro de “cargar todas las culpas” a la Administración por este descenso en la opción por la ERE. Seamos empáticos y hagamos autocrítica de nuestra acción. Una buena forma de dignificar la asignatura y a los educadores que día a día la imparten en nuestras aulas seguirá siendo su formación; su presencia e implicación comprometida en los claustros del centro; su estabilidad laboral y profesional; el buen acompañamiento; la creatividad en la presentación de nuestros contenidos de la ERE; la aplicación de las nuevas tecnologías como instrumento educativo para hacer presente nuestra propuesta… Busquemos también la complicidad de los medios de comunicación, pidiéndoles que, de forma objetiva, constructiva y sin prejuicios del pasado, informen de nuestra asignatura y sus contenidos curriculares.

Sumemos esfuerzos en la gran tarea de educar a las nuevas generaciones con la mirada puesta en un buen pacto de Estado para el futuro de la educación, un pacto que debería contar con todos los actores implicados, sin olvidar que los titulares del derecho fundamental a la educación son, en primer lugar, los padres y la sociedad con las diversas instituciones que la integran.
Los retos de la ERE siguen vivos.

Un estímulo permanente y renovado

Mª-Carmen-Hurtado(Mª Carmen Hurtado López– Profesora de Religión de la Diócesis de Getafe) Cuando yo estudiaba en el instituto, nunca me imaginé dando clases de Religión. Eso vino después. Comencé a trabajar en Educación Primaria. El primer consejo que recibí allí fue el siguiente: “No quieras hacer de tus alumnos unos teologuillos”. Quizá sí que era ésa mi fantasía de entonces. ¡Pero algunos de mis alumnos tenían seis años! Aquel curso, cuando salía para ir al trabajo, me repetía a mí misma: “Me voy al colegio, a aprender”. Y eso es lo que he hecho durante quince años: aprender de mis alumnos. Es fascinante contemplar su vitalidad, su belleza, su crecimiento y, en este momento de su desarrollo personal, ofrecerles propuestas y actividades con los contenidos de nuestra materia.

Nada ha interpelado más a mi inteligencia, a mi fe y a mi coherencia que las críticas, las dudas, las preguntas y las respuestas de mis alumnos en la clase de ‘Reli’. Un estímulo permanente y renovado para seguir en la brecha lo descubro cada día también entre mis amigos y compañeros profesores de Religión. Estas experiencias las compartimos todos los docentes, creo yo, porque la realidad del aula es semejante en todas las materias. Y tiene también sus momentos de frustración y sufrimiento, por supuesto.

Pero quienes somos profesores de Religión llevamos permanentemente un debate a los centros de enseñanza en los que impartimos esa asignatura. Encarnamos de manera continuada un signo de contradicción y de conflicto, tanto en el seno de la sociedad como de la propia Iglesia. Y una de sus concreciones más dolorosas es la desconfianza.

Todo el mundo tiene una idea de lo que es la clase de Religión y de lo que debería ser. La asignatura de Religión es la más cuestionada. Unos quieren que no haya clase de Religión de ninguna manera, nada. Otros querrían que no hubiera clase de religión católica; opiniones en este sentido las he escuchado de personas dentro y fuera de la Iglesia. Porque los modelos de integración de nuestros contenidos podrían ser diversos. Unos sospechan que la clase de Religión es adoctrinamiento acrítico, moralina. Otros esperan que seamos un medio valioso de transmisión de la fe. Y los profesores de Religión tratamos de contribuir con muchísima humildad, junto a las otras asignaturas, a la formación integral de nuestros alumnos en el momento de crecimiento en que están. Queremos poner de manifiesto la dimensión trascendente del ser humano y destacamos lo más original del cristianismo. Y en esto, a veces, percibimos la desconfianza de si estamos verdaderamente cualificados para desarrollar esta labor o si estamos insertados eclesialmente.

Sensación de provisionalidad

Otro elemento de contradicción es nuestra situación laboral. Un esfuerzo más –por no haberse alcanzado plenamente aún– es la normalización de las relaciones laborales. El modelo de contrato y de convenio colectivo parece que se justifica por la especificidad de nuestra asignatura, pero está más a juego con nuestra provisionalidad, como para que seamos prescindibles con el menor coste y relevancia social.

Cuando comienza el curso, casi todos los profesores de Religión experimentamos la misma inquietud: que nuestras mejores previsiones de alumnos se cumplan y que así podamos renovar nuestra jornada laboral. En muchos casos desarrollamos nuestra jornada en dos centros, trabajando en días alternos. Tener más alumnos depende de nuestra maestría, habilidad y carisma, pero no sólo. Cuando tenemos muchos alumnos, va a más. Cuando tenemos muy pocos, cuesta mantenerlos.

Muchas motivaciones diferentes influyen en la elección de nuestros alumnos. Influye la familia, pero, sobre todo en Secundaria, nuestros hijos ejercitan su libertad cuestionando nuestras opciones de fondo. Influye la organización y el ambiente de los centros. Lo que nosotros deseamos es ser uno más en el centro, pero esta integración elemental no siempre se da. A veces soportamos opacidad, desidia, negligencia, inercia, por ser ‘los de Religión’, en relación con el claustro y el equipo directivo. Influye la alternativa a la clase de Religión, y ésta no tiene parangón. Al lado de una alternativa muchas veces vacía en la práctica, los profesores de Religión queremos proponer herramientas de aprendizaje y el desarrollo de capacidades y virtudes, sin caer en el chantaje más o menos tácito (“si me exiges, me voy”), tratando de que nuestro trabajo sea siempre buen trabajo e interesante.

Por todo ello, los profesores de Religión necesitamos el encuentro de unos con otros, estar en contacto, vencer las tentaciones de recelos mutuos, conocernos y reconocernos, compartir y estimularnos en esta forma de construir la escuela y la sociedad como educadores cristianos.

En el nº 2.700 de Vida Nueva.

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