Crisis institucional: ¿qué necesita España?

(Vida Nueva) España atraviesa por una situación de gran incertidumbre económica, pero también política. ¿Qué opciones tenemos ante esta histórica encrucijada? Dos voces ofrecen posibles caminos a seguir: Francisco Muro, director de Comunicación del Consejo General de la Abogacía, y Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia.

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Esto no aguanta dos años

(Francisco Muro de Iscar– Director de Comunicación del Consejo General de la Abogacía) Ni pacto educativo ni pacto económico ni pacto laboral. Que se echen las culpas unos a otros es lo de menos. Lo malo que es que pagan otros, que la crisis crece y que no podemos esperar dos años hasta que haya nuevas elecciones. El panorama español es diáfano: unos cinco millones de parados sin esperanzas de encontrar un puesto de trabajo porque, entre otras cosas, por cada euro que se dedica a fomentar el empleo, se destinan cuatro a prestaciones; un déficit público que los expertos ven inviable reducir al 3% en 2013; unas pensiones amenazadas por la crisis y de difícil viabilidad a medio plazo; unas cajas de ahorro en el disparadero de fusionarse con urgencia, y ojalá que sin trampa, o darse el batacazo que arrastraría a muchos más; tres millones de funcionarios, muchos de ellos en puestos duplicados o triplicados cuando no inútiles, y cuatro mil empresas públicas estatales, autonómicas y locales, con un crecimiento del 80% en los últimos años; organismos públicos que proliferan como rosquillas, con duplicidades absurdas, y un Estado central incapaz de coordinar o conocer lo que hace cada uno; un sistema educativo fracasado y diecisiete legislaciones educativas; cerca de cien mil leyes y reglamentos dictados por las Cortes Generales y por los diecisiete Parlamentos autonómicos en un ejercicio de inseguridad jurídica clamoroso.

Sumen a eso una Bolsa en precario; una deuda pública creciente y cada vez más difícil de pagar, junto a un gasto público que nadie se atreve a reducir en la medida necesaria; una reforma financiera que no se acomete; una reforma fiscal y otra educativa que duermen el sueño imposible de un acuerdo; una Justicia sometida a la política y una política bajo la amenaza de la judicialización permanente; una violación constante del principio de la presunción de inocencia, con juicios paralelos organizados mediáticamente; un tejido empresarial que pierde efectivos a millares; y unos sindicatos anquilosados, que defienden a muerte sus prebendas y el gasto social, pero que no hacen nada por favorecer la creación de empleo. Y un Gobierno sin norte, credibilidad ni confianza, junto a una oposición a la espera de ver pasar el cadáver de su enemigo.

Una puerta a la esperanza: ningún país, por muy mal que se haya gestionado, ha desaparecido del mapa. Así que sobreviviremos, pero pasaremos años de purgatorio. ¿Soluciones? Aquí van media docena.

1. Zapatero presenta una moción de confianza. ¿Para qué arriesgarse a perderla si ganarla no le daría más “seguridad en el empleo”?

2. Rajoy presenta una moción de censura. Hoy no la ganaría. Dentro de un año, puede servir para presentar su programa y consolidarse como alternativa.

3. Un cambio de Gobierno. Parece inminente cuando termine la presidencia española de la UE, que ha pasado con pena y sin gloria. El objetivo sería soltar lastre y no dar por perdidas las elecciones de 2012. Un cambio para que todo siga igual.

4. Dimisión de Zapatero y convocatoria de elecciones generales. Salvo en el caso de la UCD, nadie convoca elecciones para perderlas. Si en noviembre no le aprueban los Presupuestos, tal vez sea la única salida.

5. Dimisión del presidente y su sustitución por otro dirigente socialista. Contaría con apoyos internos y externos. Bono y Blanco son los nombres. Luego siempre surge el tapado.

6. Gobierno de concentración. Pasaría por la dimisión, voluntaria o forzosa, de Zapatero, la renuncia de Rajoy a estar en ese Gobierno, el compromiso de convocar elecciones en dos años y la búsqueda de quién podría liderar a personas de prestigio de la política, la empresa, las fuerzas sociales y la Universidad. Es la solución más realista. ¿Nombres para presidir ese Gobierno? Apunto tres, todos excelentes: Durán i Lleida, el político que salvó a Zapatero en las Cortes y el mismo que ha dicho de él que es un “cadáver político”; Patxi López, el lendakari vasco, capaz de gobernar con el PP; Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta, pragmático, decidido y con ideas. Cualquiera podría ser el Churchill de la España de 2010, pidiendo “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”. Serían candidatos al sacrificio, aunque podrían acabar siendo “el Kennedy español”.

España necesita una “nueva frontera”. Este país podría mejorar sustancialmente, además, si cada uno de nosotros hiciera lo que sabe: trabajar un poco más y ser un poco más solidario y exigente. Este país funcionará si logramos montar una sociedad civil fuerte y transformadora.

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El estrés de las elites

(Enric Juliana–  Director adjunto de La Vanguardia) ¿Tiene España arreglo? Me permitirá el lector que intente esbozar una respuesta arrancando con un testimonio personal. En verano de 2007 comencé a escribir un libro sobre la situación del país en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Crónica de la Restauración Socialista podía haber sido el título. Al poco de comenzar, me di cuenta de que debía prestar mucha más atención a las coordenadas económicas: lejanos tambores advertían que las cosas se estaban complicando en Norteamérica.

Finalicé el libro en verano de 2008 –reelegido Zapatero en las generales de marzo de aquel año- con un título intencionadamente ambiguo: La deriva de España (crónica de un país vigoroso y desorientado). La deriva de España, no España a la deriva. Nunca me han gustado los catastrofismos. Los diseñadores de la portada, sin embargo, optaron por una lectura más contundente: en una imagen vía satélite de la Tierra, la Península Ibérica se desprende de los Pirineos e inicia un rumbo incierto por el Atlántico. Cuando me presentaron la ilustración, di un respingo. La imagen de portada era mucho más contundente que el título. Al cabo de unas horas pensé que el contraste era eficaz: la imagen de un negro presagio corregida por el matiz de la palabra. Hoy contemplo el libro y veo que aquella portada fue un acierto. Todos tenemos hoy la sensación de que España va a la deriva y todos queremos creer que esa deriva aún puede ser corregida. Todos queremos creer que el vigor acumulado pesará más que la desorientación.

¿Tiene arreglo España? Sí, si ese vigor es sabiamente dirigido en pos de unos objetivos realizables, que, a su vez, sean capaces de fortalecer la moral colectiva ante la evidencia de que nada volverá a ser como antes. No, si la energía acumulada cae en la frustración ante ese severo diagnóstico y se pierde en combates secundarios. Como otras veces en la historia, el futuro se halla en manos de las elites. De la elite económica, de la política y de la mediática, sometidas las tres a un fortísimo estrés.

La elite económica se halla plenamente inmersa en las contradicciones del mundo globalizado, en el que nada es estrictamente ‘nacional’ (obviamente, a la cúpula del Banco Santander le preocupa el porvenir de España, pero la primera carpeta que sus analistas abren cada mañana es la de Brasil). La elite política se siente en falso: el pueblo no la ama, desconfía (en recientes sondeos, es vista como uno de los principales problemas del país); la elite política tiene una gran capacidad de intervención en los asuntos públicos, pero ya no puede ofrecer soluciones acabadas, pues el mundo actual se resiste a los acabados. La crisis le ha pillado mal. Le ha estallado en pleno inicio del ciclo electoral. Elecciones sindicales. Elecciones en la singular Cataluña. Elecciones autonómicas y municipales dentro de un año. Generales, dentro de dos. La competición política se ha tecnificado extraordinariamente y maneja muchos medios económicos. Cuando el juego queda al descubierto, el pueblo se enfurece y lo aborrece.

Y la elite mediática no sabe cuál será su destino. Los medios de comunicación se hallan en crisis y abocados a una reinvención. Esta elite también teme acabar siendo despreciada por el pueblo. Algunos síntomas de ello comienzan a manifestarse.

Estrés y acumulación de contradicciones entre los grupos dirigentes. Nunca se había respirado tanta incertidumbre y desorientación en un país al que siempre le gustó ser mandado… (cada bando por los suyos).

A los hechos: España debe 1,6 billones de euros. Un billón corresponde a la deuda acumulada por empresas y familias. Es de las mayores deudas exteriores del mundo si la comparamos con el PIB español. Seiscientos millones es la deuda del Estado (una deuda moderada en términos contables, pero sin margen de maniobra en los mercados financieros porque resulta indisociable de la deuda total, como acaba de comprobarse, amargamente). De la deuda privada, 321.000 millones de euros corresponden a créditos hipotecarios (promotoras inmobiliarias, constructores y privados), buena parte de los cuales no se podrán devolver. Ése es el tumor de España: 321.000 millones de euros bajo la alfombra, buena parte de ellos, consignados como activos en los balances de bancos y cajas de ahorro. Activos muy dudosos, pues un piso sin vender no vale hoy el precio asignado al firmarse el crédito hipotecario hace dos o tres años. La banca extranjera lo sabe y, por ello, España se halla estrangulada. Una bomba de relojería para la estabilidad del euro. Por ello hemos sido intervenidos por el Directorio Europeo.

En el nº 2.710 de Vida Nueva.

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