Editorial

La refundación de los Legionarios

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Publicado en el nº 2.706 de Vida Nueva (del 8 al 14 de mayo de 2010).

El Papa ha decidido intervenir a los Legionarios de Cristo y nombrar a un delegado que controle directamente esta congregación, cuyo fundador, Marcial Maciel, fue acusado de abusos sexuales, entre otras cosas. Los obispos que realizaron indagaciones sobre la congregación se reunieron con Benedicto XVI y, con una prontitud inusitada, la Santa Sede ha emitido un comunicado en el que se declara que “los comportamientos inmorales de Maciel se configuran, a veces, como verdaderos delitos y manifiestan una vida carente de escrúpulos y de genuino sentimiento religioso” (ver información aquí).

En este asunto, no sólo se pone de manifiesto la tolerancia cero del Vaticano ante este tipo de hechos, agudizada tras los últimos escándalos de pederastia, sino, también, el necesario seguimiento de las nuevas realidades eclesiales. La fuerza que esta congregación había tenido en el Vaticano –y la que mantiene aún hoy en otros lugares– pone de manifiesto hasta qué punto en el entramado curial hay vías de comunicación obstruidas que merecen abrirse por el bien de la propia Iglesia. La reforma de la Curia ha sido y es uno de los objetivos que los últimos pontífices se han marcado con escasos resultados. El caso que nos ocupa es un paso importante en la necesaria y urgente claridad de una institución que debiera de ser modélica. Queda la extrañeza por los apoyos y afectos recibidos en los años últimos del pontificado de Juan Pablo II.

Reconocida la culpa, pese a las campañas de intoxicación lanzadas contra quienes venían acusando esta triste realidad, puesto también el dedo en la llaga, queda ahora  mirar hacia adelante y sacar lecciones de lo sucedido. Curiosamente, este asunto se ha llevado desde la Congregación para la Doctrina de la Fe y no desde los dicasterios encargados del Clero o de la Vida Consagrada. Es una prueba de la gravedad de las acusaciones.

En primer lugar, es necesario un mayor control de la esencia y actividades de las nuevas realidades eclesiales, al menos en sus primeros pasos, de modo que en todo momento se mantengan fieles al carisma fundacional. Este control debe de pasar irremediablemente por el nombramiento de alguna especie de tutor pontificio, con responsabilidades en el ámbito del fuero interno y, a ser posible, ajeno al mismo. Hay carismas que ya tienen en la Iglesia un lugar en donde desarrollarse y el nacimiento de algunos nuevos es, en ocasiones, fruto de intereses bien distintos a los espirituales.

En segundo lugar, queda por saber en qué consistirá la refundación. Hay quien piensa que habría que disolver la congregación, sin pensar en muchas personas de buena voluntad que entraron en la misma con los mejores deseos de santificación. La depuración de responsabilidades pasará por un relevo en los cuadros de mandos, pasando la tarea de la refundación a otras manos ajenas al pasado.

Y en tercer lugar, cabe preguntarse hasta qué punto el entramado creado, y que se dice desconocía la mayoría de los miembros de la congregación, puede afectar al futuro de las obras emprendidas. Es pronto para saber las consecuencias de esta decisión. Lo que queda ahora es agradecer el paso dado por el Papa.

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