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Las consecuencias eclesiales del 68

El año 1968 fue un fenómeno histórico global, un punto de inflexión en la historia del siglo XX; el primero en la historia de la humanidad que se produjo simultáneamente en todo el mundo: tanto en los países aislados tras el telón de acero como en las naciones del Sur, marcadas por el subdesarrollo, o en las del Norte, envueltas en su opulencia. Una cisura histórica que, si bien aceleraba procesos ya en marcha a finales de los años 50, supuso un punto de no retorno que cambió el siglo XX, sacando a la luz de manera rompedora el protagonismo juvenil y mostrándolo como un fenómeno autónomo a nivel internacional.

Por mucho que nos esforcemos, describir en un solo artículo lo que supuso aquel 68 es indudablemente difícil, si no imposible. Fue una revolución mundial que fracasó, “pero transformó el mundo”. Si queremos comprender el 68, tenemos que devolverlo a la historia, y liberar a ese acontecimiento de toda lectura nostálgica y edificante, de mitologías y demonizaciones, tanto por los que lo consideran parte de los maravillosos años de su juventud como por los que siempre lo han criticado duramente. Fue un acontecimiento del que los católicos fueron, sin lugar a dudas, actores y protagonistas destacados.

Abordar la cuestión de la relación entre el 68 y la Iglesia significa averiguar si, y de qué manera, los fermentos y las inquietudes que agitaban al mundo católico en los años 60 contribuyeron a crear el clima de ese momento, influyendo en las ideas, los valores y las utopías de esa revolución cultural y, finalmente, qué representó el 68 para el mundo católico y qué consecuencias tuvo. Significa, en definitiva, comprender la naturaleza, los efectos y las repercusiones de una crisis causada por los procesos radicales de secularización en la cultura y la sociedad que surgieron a principios de los años 60 y, al mismo tiempo, los intentos de respuesta empleados para responder a esa crisis, resultado de una forma distinta de concebir la fe religiosa, fruto de las nuevas maneras de vivir la relación entre la Iglesia y el mundo.

Durante mucho tiempo, una gran parte de la historiografía católica ha identificado los sucesos posconciliares con los de la contestación católica, como si fueran sinónimos. Estas reconstrucciones a veces están marcadas, en grado diverso, por formas de “demonización acrítica”, o, por el contrario, por “mitificaciones igualmente acríticas”. Algunos estudiosos consideran que la llamada contestación católica proviene de una radicalización de las posiciones de la corriente “progresista”, que durante el Concilio expresó su oposición a las soluciones de compromiso a las que a menudo se tuvo que llegar en la redacción de los textos conciliares. Otros han apoyado la tesis de una analogía-continuidad entre los fermentos de aquellos años y la crisis modernista, identificando una especie de “hilo rojo” que conecta ambos momentos.

Las consecuencias eclesiales del 68 hay que buscarlas tanto en el marco de aquella contestación global que se extendió en la sociedad occidental, arremetiendo, a través de una crítica radical, contra instituciones, culturas, estructuras y convenciones sociales en nombre de instancias igualitarias, libertarias, antiautoritarias y pacifistas, como en sus interacciones con la demanda de nuevas estructuras eclesiales, fruto de la efervescencia conciliar.

Índice del pliego


  1. UNA “CRISIS CATÓLICA”
  2. EL SUEÑO DE UNA PUESTA EN PRÁCTICA FÁCIL
  3. UNA CRISIS QUE VIENE DE LEJOS
  4. UN CATOLICISMO EN PLURAL
  5. LA CONTESTACIÓN CATÓLICA
  6. GOBERNAR LA CRISIS
  7. PABLO VI Y EL 68

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