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portada Pliego Adelanto editorial Le perdono padre Daniel Pittet 3037 mayo 2017
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Adelanto editorial de ‘Le perdono, padre’: “He sido violado, pero puedo vivir con esta herida”

8. Secuelas y fragilidades

Muchas personas que han sido víctimas de abusos en la infancia tienen una salud precaria. Somatizan su angustia de diversos modos. En efecto, han sido golpeadas en su cuerpo, que mantiene la marca de la violencia. Huellas indelebles. Yo sufro una gran fragilidad física. En cuanto experimento una situación muy comprometida en el plano emocional, caigo enfermo.

Siendo más joven, contraje dos meningitis fulminantes provocadas por un fuerte impacto emocional. Tengo muy frágiles los pulmones y padezco neumonías frecuentemente. Podría seguir mencionando otros ejemplos.

Todos estos sufrimientos físicos tienen repercusiones en diversos niveles. He tenido problemas en mi profesión, porque a menudo estoy de baja por enfermedad. Rara vez me siento totalmente bien; tengo que descansar, y ha menguado mi disponibilidad física para mi familia.

Me parece que la somatización, en el caso de una persona que haya sufrido maltratos, es la primera forma de expresar su sufrimiento sin hacerlo público. El cuerpo muestra que algo va mal. Es más fácil ir a un médico para tratarse una neumonía que para sanar de las secuelas psíquicas del trauma padecido.

En cierto modo, la somatización permite a la persona víctima de abusos encontrar, entre quienes se preocupan de su salud y la cuidan, a alguien que la escuche. Por esta razón, los médicos y los pacientes deberían tener en cuenta que ciertos dolores son indicios de otra cosa.

La salud física es frágil, como lo es también la psíquica. Una violación te priva de tu ímpetu vital, te inmoviliza en tu vida, como la muerte. La vitalidad es el movimiento en todos los sentidos del término. Muchas personas violadas se sienten ralentizadas, les cuesta mucho ponerse en marcha. Algunas son incapaces de moverse; otras, de trabajar. Un ser humano que ha sufrido abusos en su infancia se ve bloqueado para construir su identidad. Una parte de él ha dejado de crecer. Yo lo siento muy fuertemente. (…)

Poco tiempo después de mi aparición en la televisión, recibí una llamada telefónica muy extraña e impactante. Al otro lado del teléfono, una mujer me dice sin más preámbulos: “Aunque no lo diga, en el fondo sentía placer cuando le violaban, ¿verdad?”. Estaba tan sorprendido de este impúdico comentario que puse como un trapo a la mujer y le colgué el teléfono. Este comentario, de una violencia increíble, me hizo reflexionar sobre varios planos.

Sinceramente, nunca sentí placer. El padre Joël Allaz sí lo sentía, pero yo no. Este comentario me hizo darme cuenta de que yo no había sido iniciado en el amor, sino en el sexo, en la perversidad del sexo. Esa fue mi educación sexual. Yo no fui libre de elegir. Es posible que algunas personas víctimas de abusos descubran el sexo y el placer al mismo tiempo en un contexto de violencia; de ser así, una vez adultas, estas personas buscarán en la sexualidad las mismas sensaciones que tuvieron en el momento de su descubrimiento.

Este tipo de reflexiones me ha absorbido mucho tiempo y me ha perturbado lo suficiente como para hacerme caer en otras preguntas. ¿Había sido violado porque soy pedófilo? Algunos niños víctimas de abusos se convierten en pederastas al llegar a la adultez. Esta cuestión me hizo reflexionar cuando decidí casarme. Me preguntaba si el hecho de haber sido violado sería un problema para mi función como padre. ¿Sabría ocuparme de mis hijos sin riesgo alguno para ellos? Aunque nunca he sentido atracción por los niños, necesitaba conseguir una respuesta segura. Quería estar seguro de que Valérie tenía razón al otorgarme su confianza.

Llamé a la puerta del despacho de un psiquiatra: necesitaba la opinión de un profesional y comencé una psicoterapia. Violar a un niño es derribar la puerta de su intimidad, destruirla para siempre. Una puerta derribada no puede ya cerrarse nunca. Por eso, un niño violado no tiene barreras, vive sin una red que lo proteja del exterior y del interior. Lo que significa que este niño es un adulto que puede ser anegado por olas emocionales muy poderosas. He sufrido tanto con haber vivido tal drama que era impensable que un día cayera en el mismo patrón de comportamiento. Era tan agudamente consciente del problema que me habría suicidado. (…)

10. Un hombre que se mantiene en pie

Actualmente, estoy contento de haber llegado a ser quien soy. Se lo debo en parte a mi madre y a mi abuela, que me educaron en un marco moral muy estricto. Me transmitieron normas que respeto. Mi abuela citaba a menudo proverbios con connotación moral del tipo “quien roba un huevo roba un ternero”, sentencias breves que me han ayudado a vivir.

Poco antes de morir, cuando llegaba de tomar la comunión, me suplicó llorando: “Sé honesto toda tu vida. ¿Me lo prometes?”. Y añadió: “Espero que tengas fe, el buen Dios te la dará”. Siempre he guardado estas palabras en mi interior, son un faro en mi vida. Creo haber tenido la suerte de ponerlas en práctica.

Siempre he pedido ser rescatado. En la misa suplicaba que alguien pusiera fin a mi infierno. Tuve que esperar, pero un día mi tía abuela habló, y mi vida se salvó. He conocido a muchas personas que me han puesto en el buen camino. Mi vida está jalonada de encuentros salvíficos que me han ayudado a fortalecerme y a reconstruirme. Gracias a ellos he consolidado mi estructura personal. (…)

Tengo en mí un sufrimiento físico y psíquico muy marcado, y no debo edulcorar la realidad. Tendré que luchar por vivir hasta al final. La herida cicatriza, pero no se cura por completo. He tenido que llegar a un acuerdo con ella. Autentificar los hechos, buscar los datos y ponerlos por escrito para no olvidarlos es para mí la prueba de que es real lo que me ha pasado. (…)

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