Libros

Una larga aspiración


Caminos hacia la unidad de los cristianos


Título: Caminos hacia la unidad de los cristianos

Autor: Walter Kasper

Editorial: Sal Terrae, 2014

Ciudad: Santander

Páginas: 704


EDUARDO DE LA HERA BUEDO |Bajo el título Caminos hacia la unidad de los cristianos, José Manuel Lozano-Gotor Perona ha traducido pulcramente del alemán los escritos que sobre ecumenismo ha ido publicando el presidente emérito del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, el octogenario cardenal y teólogo alemán Walter Kasper. Los artículos, que forman una unidad y abarcan cincuenta años de reflexiones, corresponden al volumen 14 de sus obras completas, editadas por George Augustin y Klaus Krämer.

El libro es voluminoso (más de 700 páginas) y está dividido en cuatro partes: la primera de ellas toca el tema genérico de los “Fundamentos” del ecumenismo (Escritura, tradición, autotransmisión de Cristo…), el carácter eclesiológico de las Iglesias no católicas (identidad, unidad, pluralidad…) y los aspectos más importantes de una Iglesia-comunión como motivo rector del ecumenismo (desde el decreto conciliar al impulso de Juan Pablo II); la segunda parte hace, sobre todo, un “Balance de la situación” en la que estamos actualmente, de modo especial de cara a las Iglesias y comunidades surgidas de la Reforma protestante; la tercera parte se adentra en la “Espiritualidad del ecumenismo” (deteniéndose en la dimensión misionera de la Iglesia o en las figuras de María y Pablo), tema muy querido por Kasper y uno de los aspectos del ecumenismo en el que él mismo más ha insistido durante los últimos años; en la cuarta y última parte, el presidente emérito del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos pone en relación el ecumenismo con el palpitante problema de “La unidad de Europa” y se aproxima a la situación del ecumenismo en el continente.

Una idea fundamental que Kasper quiere dejar clara es la siguiente: el ecumenismo está experimentando un cambio radical. Se ha enfriado el entusiasmo ecuménico. En este contexto, las Iglesias deben continuar pacientemente el camino que, juntas y en línea de progreso, han venido haciendo a lo largo de hace más de un siglo. Y la gran conclusión que saca el autor, según parece, es esta: termina una fase del Movimiento Ecuménico y, sin renunciar a nada de lo conseguido (más aún, profundizando en todo ello), debemos seguir buscando con imaginación formas y caminos renovados que ayuden a superar un cierto cansancio y algunas repeticiones; porque, si nos estancamos en ellas, el Movimiento Ecuménico no irá más lejos.

Con toda su personalidad teológica y una enorme experiencia como pastor y guía, Kasper insiste mucho en lo de una eclesiología renovada y compartida, imprescindible para entendernos en este arduo camino. Asimismo, clarifica los “principios católicos del ecumenismo” que deben tenerse en cuenta, si queremos hacer en nuestra Iglesia un camino firme y seguro. Desde la concepción de una Iglesia como misterio de comunión y pueblo del encuentro, el purpurado alemán nos señala la meta de las relaciones interconfesionales, que no es otra que la de “hacer crecer la comunión ya existente y aún imperfecta, a fin de que se convierta en una comunión plena en la verdad y el amor” (p. 25).

 

Intercambio de dones

Avisa Kasper, sin embargo, que, teniendo en cuenta la situación de las Iglesias salidas de la Reforma protestante (sobre todo, la concepción que ellas tienen de Iglesia), podríamos quedarnos, como en los juegos de mesa, en una especie de enquistada “situación de tablas” (p. 29). Aunque siempre cosecharemos los frutos del diálogo en un intercambio fecundo de dones (pp. 26-27).

En el Occidente secularizado de hoy, los cristianos debemos asegurar y proclamar con claridad los fundamentos comunes de nuestra fe compartida; cada generación debe reapropiarse estas mismas verdades fundamentales sin las cuales no hay cristianismo, pero también, después de valorar la propia identidad, hemos de reconocer la riqueza de la diversidad, lo peculiar de cada una de las grandes tradiciones cristianas (católica, ortodoxa o protestante). Y es necesario también compartir con frecuencia una segunda forma de ecumenismo: un ecumenismo más espiritual, que nos conduzca a los orígenes de este providencial Movimiento que nació como una necesidad de rezar juntos, de compartir el don de la Biblia, de responder a la llamada a la conversión y renovación de las Iglesias (p. 32).

La secularización en todos los ámbitos, tal y como la vivimos actualmente en Europa, se debe en parte a la división de los cristianos. En este sentido, las guerras de religión del siglo XVII hicieron mucho daño. El cristianismo dejó de ser vínculo de unión para la cristiandad, y la única solución que se encontró fue declarar la fe asunto privado: “La fe fue tenida por un asunto privado y marginal, y la sociedad se secularizó” (p. 19).

 

La paz y la verdad

Hoy el movimiento ecuménico, en la vieja Europa, debe verse como un “servicio a la paz”, sin que debamos resignarnos a la presencia de Iglesias separadas; pero tampoco debemos pasar por alto la pregunta por la verdad, ya que –al decir del propio Kasper– “existe una equivocada cortesía ecuménica, que disimula los problemas en vez de resolverlos” (p. 670).

El libro –como ya hemos apuntado con anterioridad– es extenso, pero se lee con interés, aunque, si tenemos en cuenta que está formado por diversos ensayos y conferencias, las repeticiones son inevitables. Aun así, el lenguaje es claro y la formulación muy matizada. Los recopiladores y editores han hecho un meritorio esfuerzo para dar a conocer el pensamiento del cardenal Walter Kasper en esta faceta de la Iglesia una y unida.

La unidad, al fin y al cabo, es la gran aspiración o meta de los trabajos que llevan a cabo hoy día las Iglesias obedeciendo al deseo imperioso de Cristo: “Padre, te pido que todos vivan unidos” (Jn 17, 21).

En el nº 2.918 de Vida Nueva

 

Actualizado
21/11/2014 | 08:26
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