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‘Pablo VI. Un hombre como vosotros’


Un libro de textos escogidos por Giovanni Maria Vian (Ediciones Cristiandad) La recensión es de Eduardo de la Hera Buedo

Pablo VI. Un hombre como vosotros, textos escogidos por Giovanni Maria Vian, Ediciones Cristiandad

Título: Pablo VI. Un hombre como vosotros

Textos escogidos por Giovanni Maria Vian

Editorial: Ediciones Cristiandad

Ciudad: Madrid, 2016

Páginas: 264

EDUARDO DE LA HERA BUEDO | Este volumen que presento no es una biografía, ni un estudio crítico sobre el pensamiento montiniano; es una hermosa y acertada selección de textos esenciales de Giovanni Battista Montini, Papa durante quince años (1963-1978). Es un libro en el que se deja hablar a un hombre inteligente y frágil, profundamente humano y dialogante. Habla él, y no sus comentaristas. Hablan inteligencia y corazón.

Estos textos elegidos por Giovanni Maria Vian, director de L’Osservatore Romano, profesor universitario y experto en temas eclesiales, son los que mejor podrían explicarnos la sugestiva interioridad de un Papa como este. Hay que decir enseguida que Vian es un montiniano por convicción y tradición familiar.

Es verdad que, en toda selección de textos, hay ya una previa intencionalidad. Montini escribió mucho. Y, a mi modo ver, el mérito de Vian en esta selección es que, al conocer bien la psicología del personaje, acierta a buscar aquellos escritos que mejor lo retratan como hombre.

El libro es breve, y nos ofrece primero una introducción en la que evoca el discurso de Pablo VI en la ONU (Nueva York, 1965), cuando dijo aquello de “quien os habla es un hombre como vosotros”. Después selecciona por orden cronológico (desde 1914, cuando era un adolescente, hasta 1978, cuando ya anciano muere con 82 años) un florilegio de “textos escogidos”: cartas, mensajes, notas, artículos, homilías, escritos de su puño y letra.

La primera carta recogida en estas páginas se la dirige, con 16 años, a uno de sus mejores amigos y compañeros de clase, Andrea Trebeschi, que moriría después (1945) en el campo de concentración de Mauthausen. Le cuenta sus ideales y aspiraciones. Todo ello, reflexionado una noche, mientras, caminando, “contemplaba las luminosas estrellas del firmamento” (p. 20). No habla todavía de su vocación de presbítero, pero sí le confía al amigo un ideal: “Mi vida estará encaminada a lo alto, y el dolor y la miseria no serán capaces de apartarla del camino hacia el futuro…” (Ibíd.).

Montini, aun cuando palpó su propia miseria y la de los demás, nunca perdió el rumbo de este ideal creyente en el que Cristo se dibujaba siempre como centro y meta de su vida. Tampoco perdió el camino, cuando al final de sus días arrastraba por los pasillos vaticanos las piernas, medio paralizadas a causa de la artrosis.

Precisamente, los últimos documentos con los que se cierra este libro son también cartas y llamadas, pero, en este caso, escritas ya por el anciano Montini, con una fuerte carga sobre sus espaldas, la del servicio papal. Si hubiera que elegir, me quedaría con la dramática carta autógrafa a las Brigadas Rojas (grupo de extrema izquierda, responsable de muchos actos terroristas), cuando retuvieron secuestrado a otro amigo de juventud, llamado Aldo Moro (1916-1978), un político italiano, varias veces presidente del Consejo de Ministros. Moro era un ferviente católico, “un hombre bueno y honrado, a quien nadie podía acusar de poca sensibilidad social y de no haber estado al servicio de la justicia” (p. 245).

Pablo VI esperó la liberación de su amigo rezando. Pero la liberación no llegó, y el honorable Moro apareció, desangrado, en el maletero de un coche, no lejos de la sede de la Democracia Cristiana. Había sido cruelmente asesinado, una mañana de primavera (abril de 1978). Cuando concluyó, el 13 de mayo, la celebración fúnebre en San Juan de Letrán, Pablo VI pronunció una de las plegarias más desgarradoras de todo su pontificado (p. 247).

El profesor Vian nos ofrece otros 29 textos, cuidadosamente escogidos: por ejemplo, una carta a su hermano mayor Ludovico –que había sido oficial de artillería–, escrita el 4 de noviembre de 1918, fecha del cese de las hostilidades entre italianos y austríacos (pp. 23-24). Destacaría otras cartas a la familia, cuando ya trabajaba en la Secretaría de Estado (1943); sobre todo, una entrañable misiva a su madre, “¿Por qué me cuesta tanto escribir?” (pp. 47-49), etc. Y, así, podríamos ir señalando muchos textos más; pero, sobre todo, su Meditación sobre la muerte, redactada presumiblemente poco después de su testamento (1965) (pp. 177-186).

En fin, deberá ser el propio lector quien opine sobre la actualidad de estos textos sobrios, esenciales, poéticos, que a mí me parecen auténticas joyas de la literatura cristiana del siglo XX. Desde luego, todos ellos retratan bien el perfil humano y creyente de un Papa clave para entender la Iglesia que salió del Concilio Vaticano II.

Publicado en el número 3.019 de Vida Nueva. Ver sumario

Actualizado
13/01/2017 | 00:10
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