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‘Mística para torpes’


Un libro de Chema Álvarez (San Pablo) La recensión es de María José Pérez

Mística para torpes, Chema Álvarez (San Pablo)

Título: Mística para torpes

Autor: Chema Álvarez

Editorial: San Pablo

Ciudad: Madrid, 2015

Páginas: 192

MARÍA JOSÉ PÉREZ | Se trata de un libro ágil y ameno de Chema Álvarez, misionero del Sagrado Corazón y licenciado en Filosofía y Teología (Sagrada Escritura). Forma parte de la colección ‘Religión para torpes’, que ya cuenta con otro volumen publicado: El Evangelio para torpes (VN, nº 2.967), del mismo autor.

El título remeda con humor los manuales tecnológicos para no iniciados. Se pueden considerar torpes quienes dejaron su fe porque no creció en ellos, y quienes no aciertan a descubrir el modo de relacionarse con Dios o ni siquiera lo conocen. A ellos hay que sumar muchos creyentes “de toda la vida” que han hecho de la religión una rutina. Y Dios es perenne novedad.

A lo largo de sus páginas, aparece la mística como una propuesta apetecible de presente y de futuro. Más allá de las religiones (consideradas como un camino tortuoso que acentúa demasiado las diferencias entre lo divino y lo humano), nuestro autor aboga por la espiritualidad y la mística entendidas como un “descubrir y vivir la Vida (Dios) que está presente en cada ser, en todo lo que Él ha creado”.

La espiritualidad no propone sistemas de creencias ni ritos salvíficos, no pretende controlar mentes ni personas, ni conseguir comunidades organizadas en torno a cultos o con esperanzas redentoras. No se trata de aprender una teoría, sino de llevar a cabo una experiencia. Requisito para ello –según Chema Álvarez– es “caer en la cuenta” de esa realidad que es Dios, a la vez presente y velado en su creación, y corresponder a esa presencia amorosa con un amor que es eco del suyo.

¿Y qué entiende el autor por espiritualidad? Aquí la define como “el estado normal del ser humano en su mayor grado evolutivo dentro de esta dimensión espacio-temporal en que nos encontramos”. Chema propone una contemplación a partir de la creación en la que estamos inmersos, pero viendo a la criatura en su esencia y no en su apariencia, y en su simplicidad, no en su complicación. Y también cayendo en la cuenta de que en todo está Dios (panenteísmo).

“Puentear el cerebro”

El autor postula la necesidad de que el alma, lo divino que hay en cada uno de nosotros, tenga pleno protagonismo y le permita mover toda nuestra vida. El cerebro, por su parte, tiene unas necesidades que busca solventar: sobrevivir, afianzarse, expandirse, reproducirse. El alma solo pretende los intereses del Uno, que hace propios. Por eso, propone “puentear el cerebro”, o buscar “las razones que trascienden la racionalidad” como modo de descubrir a Dios que late en todo lo creado.

El enamoramiento es una experiencia humana que los místicos han usado siempre para aplicarla a su relación con Dios. Es posible también descubrir el rostro de Dios en su creación, en el propio ser humano, en su capacidad de amar y ser amado, de gestar belleza, de tener sentimientos de compasión y justicia. Para el encuentro con Dios, Jesús de Nazaret nos muestra como camino privilegiado el amor y la entrega. Porque es en la relación con el prójimo donde realmente se dilucida nuestro culto a Dios.

El ser humano se ha aferrado a las ofertas de salvación que le hacían las diversas religiones. Jesús, por su parte, propuso una salvación distinta a la que solemos esperar (quedar por encima de los demás cuando todo se hunde). Frente al deseo de dominio, Él ofrece el servicio y la no violencia; frente al exclusivismo racial, nos brinda la fraternidad universal; frente al afán de venganza, nos entrega el perdón y la misericordia; frente al egoísmo, nos regala el desprendimiento que engendra paz. Se accede a estas metas espirituales permitiendo a Dios “intervenir en el corazón humano”, dejándole el mando a Él.

Se suelen denominar experiencias místicas a los fenómenos extraordinarios y llamativos como los éxtasis o levitaciones. Pero en la Mística para torpes que Chema Álvarez presenta esos efectos son muy secundarios. Lo importante es la transformación personal que se obra en quien entra en comunión con Dios, y que le llevará siempre a la entrega a los demás, para ser transparencia de ese Dios. En Jesucristo tenemos el ejemplo más claro de lo que es la mística: vivir la vida de la mano de la Vida.

El autor afirma en el Epílogo de su obra que no pretende suplir ni completar religiones o filosofías, sino simplemente animar a progresar en la vía de la espiritualidad de una manera concreta y sencilla.

El libro termina con una parábola, basada en el antiguo audiovisual educativo titulado El país de los pozos, y con un apéndice, en el que se nos proponen algunos textos de las más variadas procedencias que muestran que no estamos solos en el camino de búsqueda de una auténtica espiritualidad.

En el nº 2.980 de Vida Nueva

Actualizado
11/03/2016 | 00:40
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