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‘La infalibilidad de la Iglesia’


Un libro de Bernard Sesboüé (Sal Terrae, 2014). La recensión es de Jesús Martínez Gordo

La infalibilidad de la Iglesia. Historia y teología, Bernard Sesboüé, Sal Terrae

Título: La infalibilidad de la Iglesia. Historia y teología

Autor: Bernard Sesboüé

Editorial: Sal Terrae, 2014

Ciudad: Santander

Páginas: 488

JESÚS MARTÍNEZ GORDO | La Iglesia, recuerda Bernard Sesboüé, es portadora de una verdad divina a la que debe servir hasta el fin de los tiempos y de la que tiene la garantía de que no se puede equivocar en esta misión.

La manera de proponerla ha sido tipificada, a lo largo de la historia, de diferentes modos. El teólogo francés centra su estudio básicamente en tres: el inerrante, el indefectible y el infalible. Y lo hace porque están en juego tanto la credibilidad del magisterio eclesial (la infalibilidad “no es una invención de la Iglesia católica, sino una referencia ineludible de toda actividad y de todo pensamiento”) como una relación fundada con el mismo (hay que evitar “la retrospección de los sentidos contemporáneos del vocabulario sobre documentos antiguos”).

En cumplimiento de esta pretensión, el jesuita galo estudia lo que califica como “infalibilidades regionales” (en el lenguaje corriente, en la naturaleza, en la ciencia, en la lógica, en la matemática, en la justicia, en la política, en la filosofía y en la historia de las religiones), para mostrar que la paradoja de la infalibilidad “concierne a lo más profundo del hombre en cuanto hombre”.

Seguidamente, expone la autoridad con que enseñaba Jesús, así como la voluntad de la comunidad apostólica en mantener la autenticidad de la fe, frente a las desviaciones y la entrada en escena del carisma o don de la inerrancia (enseñanza de la verdad, fiel y sin error) confiada a la Iglesia.

En el primer milenio, constata el autor, la comunidad cristiana “jamás empleó el término de infalibilidad para hablar de la Iglesia, del papa o del concilio”, sino el de “inerrancia”, particularmente simbolizado por su centro, la Iglesia de Roma, que “no se ha equivocado nunca” ni ha desfallecido en su misión de transmitir la fe. Es cierto que, a partir del Concilio de Nicea (325), va asentándose la conciencia de que se podían tomar decisiones “irreformables”.

Con la reforma gregoriana (ya en el segundo milenio) se abre, en un primer momento, la vía a las futuras tesis conciliaristas, al defenderse la inerrancia de la Iglesia y la falibilidad individual de los pontífices. Las cosas empiezan a cambiar en la segunda mitad del siglo XII, cuando los teólogos comienzan a sostener que en el papa se expresa con autoridad la inerrancia de la Iglesia (santo Tomás) y plantean la posible irreformabilidad de una decisión papal (san Buenaventura). Son ellos quienes ponen las bases para la doctrina sobre la infalibilidad papal.

A lo largo de las crisis franciscana (XIII-XIV), conciliarista (XV), protestante (XVI) y jansenista (XVII), se asiste a un intenso tratamiento que culmina con la definición solemne de la infalibilidad pontificia en el Vaticano I (1870). A partir de entonces, se abre una nueva época marcada por su aplicación y por su recuperación colegial en el Vaticano II.

Sesboüé, después de estudiar la recepción del Vaticano II, cierra su trabajo con un “dossier” sobre la infalibilidad de la Iglesia (la Inquisición, la condena de Galileo y el préstamo con interés) y con un análisis de la cuestión en el dialogo ecuménico. No falta, como es obvio, una conclusión general.

Hay tres puntos de este magnífico libro que merecen ser reseñados de modo particular:

  • El primero, referido al uso de la infalibilidad papal: “Afortunadamente, la Iglesia dispone de la definición solemne de la infalibilidad pontificia, y no es menos de agradecer el hecho de que no se sirva prácticamente de ella” (p. 324).
  • El segundo, concerniente a la “inflación dogmática” o extensión de la infalibilidad al magisterio auténtico; un comportamiento muy común, sobre todo, en el pontificado de Juan Pablo II, y una tentación que propone superar mediante una expresión más pastoral –y, por ello, más humilde y modesta– de la verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia.
  • Y el tercero, ocupado en analizar la extensión de la infalibilidad a las verdades conectadas, por “razones lógicas” o “históricas”, con la Revelación y que son necesarias para su conservación. La cuestión tiene su indudable relevancia, porque es la que origina el debate contemporáneo sobre las llamadas verdades “definitivas”, una de las cuales es –tal y como proclamó Wojtyla– la imposibilidad de que las mujeres puedan acceder al sacerdocio ministerial.

En el estudio de esta cuestión es donde se encuentra una de las tesis de mayor calado del libro: la supuesta “infalibilidad doctrinal” de las “verdades definitivas” no es tal, ya que, a diferencia de las verdades cuyo contenido y sentido es la Revelación por sí misma, son proposiciones reformables.

Existen problemas, argumenta Sesboüé, en los que es imprescindible la intervención de una autoridad “inerrante” que, porque tiene la última palabra, hace cesar definitivamente la discusión. Quien asume la decisión tomada sabe que, cumpliéndola, no peligra su salvación. El hecho de que, a veces, se la presente envuelta en una cierta aureola de “infalibilidad doctrinal” obedece a la voluntad de mostrar que la decisión pontificia es inapelable; pero, sensu stricto, es indefectible o inerrante y, por ello, reformable en el tiempo.

Concluyendo: este libro es el capolavoro de un gran teólogo, que tiene la virtud de escribir y pensar respetando las reglas de juego establecidas, en el campo fijado y con el “árbitro” designado. Y que lo hace con la convicción de tener sobradas razones para ganar el partido a otras interpretaciones más usuales, porque entiende que la suya es una lectura teológicamente ajustada y consistente. Quizá por ello, no solo nos encontramos con una obra de madurez, sino también con un libro referencial tanto para hoy como para el futuro.

En el nº 2.936 de Vida Nueva

Actualizado
10/04/2015 | 04:20
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