Libros

La fuerza que nace de la debilidad


Una obra de Giovanni Cucci, SJ (Sal Terrae, 2013). La recensión es de Xavier Quinzà Lleó, SJ

La fuerza que nace de la debilidad, libro de Giovanni Cucci, Sal Terrae

Título: La fuerza que nace de la debilidad. Aspectos psicológicos de la vida espiritual

Autor: Giovanni Cucci, SJ

Editorial: Sal Terrae, 2013

Ciudad: Madrid

Páginas: 400

XAVIER QUINZÀ LLEÓ, SJ | Esta excelente traducción al castellano del original italiano de 2007, reeditado en varias ocasiones, pretende dar respuesta a variados interrogantes (el significado humano y espiritual del deseo, los afectos, la autoestima, los miedos, la ira y la tristeza, etc.) que debemos tener en cuenta para equilibrar la vida y enfocar correctamente su relación con la espiritualidad. Quienes hemos seguido otros libros del autor nos felicitamos y recomendamos vivamente su atenta lectura.

Recuperar la trayectoria en sus otros escritos, en continuidad con este libro, nos aporta datos importantes. Cucci publicó un año después de la primera edición Il fascino del male (2008), una verdadera enciclopedia de la labilidad de la condición humana. Un año más tarde, Esperienza religiosa e psicologia (2009), un amplio estudio sobre la necesidad de establecer un verdadero diálogo entre vida espiritual y psicología, y preludio del que comentamos.

El año 2010 fue de abundante producción: primero, Il sapore della vita, algunos signos de la experiencia humana que están en la base de la experiencia religiosa; luego, Il mille volti della paura, un análisis del miedo desde el punto de vista psicológico, cultural y religioso; y, por último, La maturità dell’experienza di fede, explicitando posibles signos de madurez e inmadurez en la trayectoria espiritual.

El autor es de sobra conocido porque también escribió el informe sobre la pederastia en la Iglesia con el P. Zollner, responsable del Centro para la protección de la infancia, de la Universidad Gregoriana. Informe que se ha convertido en un libro de muy amplia difusión: Iglesia y pedofilia: una herida abierta (Sal Terrae, 2011).

Lo que nos transmite este libro es que no se puede buscar a Dios al margen de la realidad humana que somos, porque su gracia, su presencia recreadora en nosotros, no es un ámbito exclusivo de la interioridad, sino de toda la realidad en la que vivimos. Somos “gracia de Dios” en todo y por todo lo creado de lo que formamos parte.

Aunque esta experiencia de su amor gratuito siempre está accesible, como un elemento de nuestra condición y de las circunstancias de cada día, no siempre es obvia. Dios permanece libre para otorgarnos su Don sorprendente, que siempre supera todo lo bueno que somos, como criaturas suyas. Pero su presencia en todas las mediaciones es una cercanía absoluta, divina, libertad y amor creador que abarcan toda la realidad creada y toda la historia.

La salvación de Dios está en la línea de todo lo santo, bueno, hermoso y placentero que se puede realizar en nuestra historia, pero de modo que Él permanece siempre libre en su oferta; lo abarca y, a la vez, lo supera. Desde dentro, sin inferirle violencia, trasciende la historia humana y la supera con su amor activo, que abarca todo lo que somos y lo que vivimos.

Un gran acierto

Ya el título del libro nos pone en disposición sobre lo que descubriremos en él: la fuerza que reside en la aceptación de la fragilidad. De modo muy elocuente, se repite que conocerse es aprender a crear espacio y a cultivar lo bueno trabajando sobre las propias debilidades. Y, además, otra verdad asentada: el conocimiento de uno mismo y el conocimiento de Dios se entrecruzan estrechamente.

Esta afirmación, que nos ayuda a situar la acción del Don de Dios en confluencia con la condición humana y sus mediaciones (psicológica, afectiva, relacional), es uno de los grandes aciertos de la obra. A menudo, nos topamos con estudios que no toman en serio la densidad y autonomía de la encarnación, y, más o menos veladamente, presentan una dinámica casi perversa en la naturaleza humana que solo el auxilio de la gracia podría completar.

Aceptar seriamente al ser humano, con sus pasiones y deseos, es la única base para poder trazar, con la maestría de nuestro autor, la correlación e interdependencia de la acción libre de Dios y la respuesta –libre y, por tanto, responsable– de la persona.

Deseo, afectos, pasiones, miedo, ira y tristeza no son consecuencia directa del pecado de origen, sino condiciones creaturales en las que se desarrolla, gratuitamente por supuesto, la cercanía y la transformación de Dios. Afirmarlos, en lo que tienen de humano, es un modo ya de colaborar con su resolución y aprendizaje humilde de nuestra condición.

Dios nos transforma dándose primero, no al revés. Es importante caer en la cuenta de esta sencilla verdad: no es que Dios nos ame y se comunique con nosotros cuando nos transformamos, sino al contrario. La Biblia nos recuerda que Dios nos cambia porque nos ama, porque nos comunica su amor.

Su amor gratuito, su gracia, siempre nos afecta aquí y ahora, de modo que entra en nuestra experiencia cotidiana, aunque sin dejarse instrumentalizar, sin dejar de ser Dios. En el fondo, como parte del contexto general de nuestra experiencia cotidiana, Dios “se va acercando” y se entrega a sí mismo a nosotros.

No podemos tener relación con Dios que no implique una mediación. Necesitamos de mediaciones simbólicas, existenciales, humanas. Pero Él no. De manera que no existe rivalidad alguna entre su don y nuestra respuesta. Dios obra nuestra respuesta, pero, a la vez, es “nuestra”, nos pertenece. La acción renovadora de Dios en nuestro interior es humana, se realiza en la única realidad que conocemos: nuestra existencia humana, histórica, contingente.

Desde esta convicción, se trata de preguntarnos: ¿qué impide al corazón del ser humano amar en libertad? ¿Cómo vencer los fantasmas que habitan en nosotros y condicionan nuestra libertad para responder al amor gratuito de Dios? ¿Qué hace verdaderamente libre o esclava la conciencia del ser humano?

En el nº 2.870 de Vida Nueva.

Actualizado
08/11/2013 | 06:22
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