Libros

Entre el muro y el puente


Puente y no obstáculo. Deontología sacerdotal

Monseñor Guillermo Melguizo

CELAM

Bogotá

2015

La experiencia adquirida por monseñor Guillermo Melguizo durante sus 18 años como Secretario de la Conferencia Episcopal y 20 en el CELAM, además de sus innumerables retiros y conferencias con sacerdotes y seminaristas, es lo que se puede percibir a medida que se leen las páginas de este libro, escrito para responder a una necesidad de la Iglesia.

Para el autor una deontología para sacerdotes debería incluir estos deberes:

Respetar la dignidad de todos.

Ser leal a la Iglesia en su obispo.

Ser ejemplar, lógico y coherente en el comportamiento. El sacerdote es un testigo.

Ser prudente en la guarda de su celibato.

Evangelizar con finalidad específicamente religiosa.

Ser fraterno y solidario con los otros sacerdotes.

Practicar, por activa y por pasiva, la corrección fraterna.

Respetar el secreto profesional con que se protege el derecho de las personas a la intimidad.

Mantenerse en formación permanente.

Todo lo anterior es un asunto de coherencia, no de imposición.

Esa autoconstrucción, que eso es la ética, tiene tres estadios que Melguizo enumera así:

“En el primer estadio lo ético es un proceso de conocimiento personal e implica una vida consciente en la que se aborda la pregunta: ‘¿quién soy yo?’”. En el segundo estadio la ética es entendida como amor propio y valoración personal. En el tercer estadio se llega a la ética como cuidado de sí mismo.Un sacerdote así es puente y no obstáculo para quienes buscan a Dios.

Los escándalos protagonizados por sacerdotes, la disminución de las vocaciones sacerdotales, el abandono del ejercicio sacerdotal, son hechos que manifiestan la existencia de una crisis que Melguizo explica, en primer lugar, como resultado de las dificultades que crea el influjo de una cultura que es:

Narcisista, en donde lo común son la autosuficiencia y la vanidad.

Individualista, que olvida al otro y los deberes de solidaridad; fomentada por la tecnología digital que, mal utilizada, encierra a las personas en sí mismas.

En esta cultura el ambiente está contaminado de sexualidad y se produce el fenómeno de la doble vida.

Es una cultura que deteriora el sentido de pertenencia y que fomenta el deseo, considerado como el derecho a satisfacer todos los deseos.

Provoca el ansia de consumir que conduce a la avaricia.

En medio de tantas ansiedades desaparece la paz interior y Dios queda al margen; se imponen, por tanto, la secularización y la desacralización.

Tal es el ambiente en que se mueven seminaristas y sacerdotes y que explica en parte sus fallas y la necesidad de acentuar su formación permanente.

Los hechos que enumera el autor son los elementos de una crisis:

El desencanto del sacerdote con su condición y con su medio.

La falta de oración personal.

El celibato vivido, no como un don sino como una imposición, da lugar a la homosexualidad; al consumo de pornografía y a la doble vida: sacerdote a unas horas y amante en otras.

El ánimo de trepador en la escala social y clerical, y el aburguesamiento.

No ha crecido el espíritu misionero, ni la formación intelectual permanente ocupa al sacerdote que se resigna a una dorada mediocridad e improvisación, manifiestas patéticamente en una predicación mediocre y monótona.

Se pregunta Melguizo si unos sacerdotes así son los que en Colombia podrán responder a los apremios del postconflicto.

El autor explora otras debilidades. Según el Papa, falta autocrítica. También es debilidad la hiperactividad o “martalismo” de quien vive entre innumerables quehaceres que hacen perder la serenidad interior y la sensibilidad humana. Así se pierde la comunión entre sacerdotes y aparece la ansiedad de los que viven para escalar posiciones.

Es el panorama de una crisis a la que debe responderse con la configuración de un nuevo sacerdote, hecho que va a la par con la renovación de la Iglesia: “la reforma permanente de la Iglesia, Ecclesia peccatrix sed semper renovanda, siempre en actitud y en posibilidad de cambio y crecimiento interior, se ha expresado a lo largo de la historia, de muchas maneras: renovación, conversión, preocupación que siempre ha estado ligada con la santidad de Dios y con el llamamiento universal a la santidad”.

Melguizo propone medios, señala objetivos, recuerda las exhortaciones papales, para que los sacerdotes dejen de ser muros y aparezcan como puentes de doble vía entre Dios y los hombres.

Javier Darío Restrepo

Actualizado
17/04/2016 | 00:00
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